Episodio 1
Si alguna vez alguien te dice que “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”… no le creas.
La prueba soy yo, despertando con un dolor de cabeza infernal, un vestido de lentejuelas pegajoso, y un anillo de oro brillante en el dedo anular.
—Oh no… no, no, no, no, NO. —Me incorporé tan rápido que casi me caigo de la cama.
La habitación parecía la escena de un crimen, pero un crimen cometido por un payaso con problemas de control de impulsos: globos, confeti, un póster mío arrancado de alguna marquesina… y en la bañera, un conejo blanco del tamaño de un perro pequeño, mirándome como si esperara que le explicara todo.
Pero eso no fue lo peor.
Lo peor fue la voz que escuché detrás de mí.
—Buenos días, esposa. —Su tono era tan arrogante que quise usar mi truco de desaparición… con él como voluntario permanente.
Me giré. Ahí estaba. Dominic Caldwell, el abogado más insufrible y egocéntrico del país, recostado contra la puerta del baño, usando *mi* bata de hotel y sonriendo como si hubiera ganado un juicio contra el universo.
—No. —Fue lo único que dije.
—Sí. —Contestó él, levantando un sobre. Era un certificado. Un certificado de matrimonio. Con nuestros nombres.
—Debí haber muerto anoche.
—No. Pero debiste haber dejado de beber después del tercer tequila.
El conejo estornudó. Yo grité. Dominic se rió.
Y yo supe que mi carrera, mi dignidad y mi paciencia acababan de firmar su sentencia de muerte… junto con mi nuevo “marido”.
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—Esto tiene que ser un maldito truco. —Me puse de pie tambaleándome, recogí el sobre y lo miré como si pudiera desintegrarse con la fuerza de mi odio.
—Créeme, ojalá lo fuera. —Dominic se encogió de hombros, tomando un sorbo de café de *mi* taza del hotel, como si llevarse mis pertenencias fuera parte del contrato.
—No. Esto no es real. Yo jamás me casaría contigo. Jamás. Antes me tatuaría la frente con Comic Sans.
—Demasiado tarde. El juez que nos casó estaba certificado. —Alzó la ceja, disfrutando cada segundo de mi miseria—. Aunque debo admitir que la parte en la que juraste amarme “por toda la eternidad, bajo la luz de los reflectores y la magia del alcohol”, fue muy poética.
Me llevé las manos a la cara. No recordaba eso. Bueno, recordaba cosas sueltas: las luces de neón, alguien gritando “¡Beso, beso!”, y el conejo saltando sobre la mesa de blackjack. Pero ¿jurar amor eterno? ¡Ni loca!
—Tú me drogaste.
—Yo estaba igual de borracho que tú.
—¡Mentira! Tú siempre controlas todo. Eres como un robot sin sentimientos. Seguro planeaste esto para arruinarme.
—Claro, porque mi plan maestro de destrucción consistía en casarme contigo y compartir la custodia de un conejo traumatizado.
El conejo volvió a estornudar. Dominic lo miró.
—¿Por qué sigue aquí?
—¡No sé! —exclamé, al borde del colapso—. ¿Qué clase de luna de miel incluye fauna aleatoria?
—La tuya, aparentemente. —Dominic sonrió de nuevo. Quise lanzarle el despertador.
Mientras discutíamos, mi celular vibró. Lo agarré con manos temblorosas. Notificaciones, cientos de ellas:
#AvelineCaldwell estaba en tendencia mundial. Fotos borrosas de mí y Dominic besándonos en la capilla de Las Vegas, sosteniendo un conejo con orejas decoradas con brillantina.
—Estoy… —me faltó el aire— … arruinada.
Dominic se acercó y se inclinó para leer por encima de mi hombro. Olía a café caro y a ego inflado.
—Al contrario. Mira esos comentarios: “¡La pareja del año!”, “La maga y el tiburón, power couple”. Te han subido seguidores por millones.
—No quiero seguidores, quiero un exorcismo.
Levanté la vista y me di cuenta de que seguía muy cerca. Demasiado cerca. Sus ojos grises tenían esa mirada de tiburón que me sacaba de quicio.
—Aléjate. —Lo empujé con el dedo.
—¿Por qué? ¿Temes que recuerdes lo apasionado que fue nuestro primer beso de casados? —dijo con una sonrisita de villano barato.
—Dominic, lo único que recuerdo es que alguien gritó “¡que se besen!”, y luego me dieron un ramo de lechugas en lugar de flores.
Él soltó una carcajada.
—Eres un desastre.
—Y tú eres mi peor pesadilla con traje.
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El conejo empezó a golpear con las patas la bañera.
—Creo que quiere salir. —Dominic se acercó.
—Ni se te ocurra, ese animal seguramente es satánico.
—¿Satánico? Es un conejo.
—Un conejo que nos llevó al altar. ¡Lo vi, lo recuerdo! Estaba ahí, empujándome, como si supiera lo que hacía.
—Perfecto, ahora culpas a un roedor de tus decisiones. —Sacudió la cabeza—. Muy responsable de tu parte, Storm.
Cerré los ojos, respirando hondo. Tenía que pensar. Tenía que encontrar la forma de salir de esto antes de que mi carrera se hundiera.
—Ok… divorcio. Ya. Inmediato. —Abrí los ojos y lo apunté con el dedo.
—Lo intenté. —Me encogí de hombros.
—¿Cómo que lo intentaste?
—Sí. Bajé a recepción esta mañana para preguntar por las anulaciones. ¿Sabes qué dijeron? Que no es tan fácil.
—¿Qué? ¿Cómo que no es tan fácil?
—Pues resulta que firmamos *dos veces*. Una en la capilla y otra en un after que organizaste tú. Dijiste que “la magia debía repetirse para tener doble suerte”.
Me quedé congelada.
—Yo… ¿qué?
—Incluso improvisaste un truco con fuego. Casi quemas el vestido de la novia del turno anterior.
Me tiré en la cama, hundiéndome entre las almohadas.
—Que alguien me mate.
—Lo siento, esposa, pero al parecer… estás atada a mí.
Y lo peor, lo peor de todo, fue que en ese instante el conejo saltó de la bañera y aterrizó encima de la cama, justo entre los dos.