La ilusionista y el abogado

La foto maldita y el desayuno de los condenados

Episodio 2

Hay resacas y *resacas*.

Y luego está lo que me pasa ahora: el tipo que detesto está sentado frente a mí, en la suite presidencial del hotel más caro de Las Vegas, masticando su tostada como si fuera un lunes cualquiera, mientras el mundo entero parece arder.

—Deja de mirarme así —murmura Dominic, sin apartar la vista de su celular.
—Así… ¿cómo? —pregunto, con la voz cargada de veneno.
—Como si estuvieras decidiendo si apuñalarme con un cuchillo o con el tenedor.
—No he descartado usar los dos. —Le sonrío con dulzura venenosa.

El desayuno es un buffet de hotel que parece salido de una película: frutas exóticas, croissants, café recién molido… y yo, con el estómago tan revuelto que no puedo probar nada.

Dominic, en cambio, devora como si hubiera pasado tres días en ayuno. Y claro, está impecable. El cabello perfectamente peinado, barba de revista, camisa blanca con el primer botón abierto, y esa maldita sonrisa que siempre parece decir: *yo gano, tú pierdes*.

Yo, por otro lado, parezco un anuncio de “antes” en una clínica de rehabilitación de famosos: maquillaje corrido, vestido arrugado, y el anillo que sigue brillando como si fuera una broma cruel del universo.

De pronto, Dominic suelta una risa corta.
—Lo que faltaba…
—¿Qué? —pregunto, medio asustada.

Me pasa su celular. En la pantalla, una foto. No… *la* foto.
Yo, en medio de un escenario de casino, con un micrófono en mano, arrodillada como si estuviera pidiéndole matrimonio a él. Y él, sosteniéndome de la cintura y sonriendo como si fuera la escena más romántica del año.

El título de la noticia dice:

AMOR Y MAGIA! La ilusionista Aveline Storm se casa en vivo con el abogado más famoso del país"

—¿Cómo demonios pasó eso? —pregunto, aunque sé que él no tiene respuesta.
—La pregunta correcta es: ¿por qué demonios estabas cantando *Total Eclipse of the Heart* antes de pedirme matrimonio?
—¿¡Qué!?
—Sí. Lo grabaron. Está en Twitter. —Se recuesta en la silla, disfrutando cada segundo de mi agonía.

No me atrevo a buscarlo. Siento que si veo ese video, mi alma abandonará mi cuerpo por pura vergüenza.

Mientras intento encontrar un plan para anular esta catástrofe, golpean la puerta de la suite.
—No abras —le advierto.
Pero, por supuesto, Dominic abre.

Y allí está: un enjambre de reporteros, cámaras y micrófonos, gritando preguntas a toda velocidad.
—¡Aveline! ¿Es cierto que conociste a Dominic en un show privado hace un año?
—¿Planean tener hijos pronto?
—¿Qué opinan sus familias de esta unión sorpresa?
—¿Es verdad que se casaron en la capilla de Elvis?

Dominic no se inmuta.
—Sin comentarios. —Y cierra la puerta.

Yo, en cambio, ya siento el ataque de pánico subir por mi garganta.
—Esto es tu culpa.
—Claro que sí. Yo te puse el tequila en la mano, yo te llevé al escenario, y yo… —me señala con el dedo— …te obligué a besarme frente a todo un casino.

Lo miro horrorizada.
—¿Nos besamos?
—Varias veces. Y déjame decirte…
—¡No termines esa frase! —le interrumpo, alzando una mano.

El conejo, que sigue en la bañera como si fuera nuestro tercer compañero de cuarto, emite un ruidito extraño.
—¿Qué hacemos con… eso? —pregunta Dominic, señalando hacia el baño.
—Ni idea. Pero si mañana aparece vestido de Elvis, juro que lo dejo en la recepción.

Dominic se recuesta en el sofá, con su expresión de *todo bajo control*, mientras yo camino en círculos, mordiéndome la uña.
—Tenemos que anular este matrimonio *ya*. —digo.
—No tan rápido. —Sonríe, y eso no me gusta nada.
—¿Qué planeas?
—Si nos divorciamos hoy, la prensa se va a volver loca. Van a inventar historias, y tú sabes que tu carrera depende de tu reputación.
—¿Y qué propones, genio?
—Fingir que estamos felizmente casados. Un mes. Hasta que se calme todo.

Me detengo. Lo miro. Me río.
—¿Un mes? Dominic, no puedo fingir que te soporto ni diez minutos.
—Pues acostúmbrate, esposa. Porque anoche juraste ante Elvis que serías mía “hasta que la muerte los separe”. —Y guiña un ojo.

No sé si quiero matarlo… o matarme.
Pero una cosa es segura: este mes va a ser el acto de magia más peligroso de mi vida.

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Justo cuando pienso que nada puede empeorar, suena el timbre de la suite. Esta vez no son periodistas: es un camarero sonriente con una bandeja inmensa. Champagne, fresas con chocolate, un pastel en forma de corazón y hasta dos copas grabadas con “Mr. & Mrs. Caldwell”.

—De parte de la gerencia del hotel —dice, emocionado—. ¡Felicidades por su matrimonio!

Cierro los ojos con fuerza. Dominic, en cambio, alza la copa y sonríe como si estuviera en un comercial de perfumes caros.

—Por la esposa más insoportable del mundo. —Brinda, dándome un guiño.
—Por el abogado más insoportable del universo. —Respondo, aunque no bebo.

El camarero se retira feliz, mientras yo tengo ganas de meterme debajo de la cama y nunca salir.

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El celular vibra sobre la mesa como si también estuviera borracho. Miro la pantalla y reconozco el nombre: **Marcelo**, socio de mi circo y la persona que siempre me recuerda que, aunque huya, la carpa sigue ahí esperando.

Respondo con un hilo de voz:
—¿Hola?

Del otro lado escucho su tono grave, cargado de reproche.
—Aveline… dime que lo que estoy viendo en las noticias es un mal truco de magia.

Me encojo en la silla.
—Depende de qué parte viste. ¿Lo del conejo? ¿Lo del karaoke? ¿O… lo del matrimonio accidental con Dominic Caldwell?

Un silencio sepulcral. Luego, un bufido.
—¡¿Matrimonio?! Dios santo, ¿sabes cuántos mensajes recibí desde anoche? El público está como loco, los patrocinadores me llaman cada cinco minutos, y hasta la prensa acampó frente a la carpa. Todos preguntan si es cierto que “la ilusionista más enigmática del mundo” ahora tiene esposo.




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