La ilusionista y el abogado

El show del amor y las mentiras

Episodio 3

Una cosa es fingir en un escenario.
Otra muy distinta es fingir que estás enamorada… del hombre que te da urticaria con solo respirar cerca.

Y ahí estoy yo, en un camerino de televisión, sentada frente a un espejo rodeado de bombillas que parecen juzgarme más que iluminarme. El maquillaje se siente como una máscara: base impecable, delineado de gato, y un labial rojo que grita *“esta mujer está felizmente casada”*. Mentira. Pura y descarada mentira.

El maquillista me mira con concentración quirúrgica.

—Sonríe un poco, cariño. Nadie quiere ver a una novia amargada en la pantalla.

Le lanzo una sonrisa que podría derretir acero… del odio.

Mientras tanto, Dominic está a mi lado. Relajado, impecable, con el celular en la mano, probablemente revisando el índice de la bolsa o planeando su próxima estrategia legal para fastidiar a la humanidad. Su postura es perfecta, sin esfuerzo. Ese maldito sabe cómo controlar cada músculo para parecer un príncipe de Disney versión abogado millonario.

Yo, en cambio, siento que voy a sudar brillantina.

—¿Lista para la entrevista, Aveline? —pregunta la asistente del programa, una chica de coleta alta y auriculares, sonriendo como si de verdad creyera que esto es un cuento de hadas.

—Más lista que un pavo en víspera de Acción de Gracias —respondo, forzando una sonrisa que no llega ni a mis pestañas postizas.

Dominic se inclina hacia mí, lo bastante cerca como para que su perfume caro invada mi oxígeno.

—Recuerda —murmura con esa voz grave que odiosamente da seguridad—: si preguntan cómo nos conocimos, di que fue en una cena benéfica.

—No fue en una cena benéfica.

—Tampoco fue sobria, pero no vamos a decir eso. —Me lanza esa sonrisa suya, la de “yo siempre tengo la última palabra”.

Contengo las ganas de clavarle un alfiler del vestuario en la pierna.

El productor entra de golpe, aplaudiendo para captar la atención de todos.

—En tres minutos al aire, señores. Recuerden: nada de peleas, nada de dramas. Ustedes son *la pareja del momento*.

Dominic asiente como si acabaran de coronarlo rey del mundo. Yo tuerzo la boca, preguntándome cómo demonios acabé en esta comedia romántica de bajo presupuesto.

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El set brilla con luces que parecen de interrogatorio de la CIA. El calor es insoportable, las cámaras giran como tiburones oliendo sangre, y frente a nosotros está la presentadora: una mujer de sonrisa artificial y uñas rojas como garras.

—¡Y aquí están! —dice con voz de telenovela—. Aveline Storm y Dominic Caldwell, recién casados en Las Vegas, ¡la historia de amor que tiene a todo el país hablando!

El público aplaude y vitorea como si nos hubieran canonizado. Dominic toma mi mano como si lo hiciera todos los días, como si su palma fuera mi refugio natural. Yo me dejo, porque la alternativa sería parecer la bruja que arruina el cuento. Mis dedos, sin embargo, están tan tensos que podrían cortar cristal.

—Aveline —comienza la presentadora—, todos quieren saber… ¿cómo empezó esta increíble historia?

Abro la boca, pero Dominic se adelanta, con esa fluidez de serpiente en traje.

—Fue… mágico. —Hace una pausa perfecta, mirando a cámara como si fuera un comercial de fragancia cara—. Coincidimos en una gala benéfica, empezamos a hablar y… supongo que algo hizo *clic*. Ella es increíble, ¿no es así?

El público aplaude con entusiasmo. Alguien incluso grita “¡qué viva el amor!”.

Yo lo miro de reojo, fulminándolo mentalmente. Pero no me dejo vencer.

—Fue inesperado —añado, con una sonrisa que sabe a veneno—, pero Dominic tiene un encanto que no siempre se nota a primera vista.

Él arquea una ceja, divertido.

—Y ella tiene una forma de sorprenderte a cada momento. —Apretón en mi mano. Un reto.

La presentadora suspira, casi babeando.

—Qué romántico… ¿y qué fue lo primero que te atrajo de él, Aveline?

Pienso: *su maldita habilidad para arruinarme la vida*. Digo:

—Su honestidad brutal. —El público ríe, y Dominic también, aunque sé que entendió el dardo envenenado.

—Y tú, Dominic —insiste la presentadora—, ¿qué fue lo primero que notaste en ella?

Él me mira directamente, con esa seguridad irritante.

—Su magia. Literal y figuradamente. Aveline no solo es una ilusionista en el escenario, lo es en todo lo que hace. Hace que quieras creer en lo imposible.

El público suspira al unísono. Yo me atraganto con mi propia dignidad.

Entonces llega la bala directa al corazón:

—¿Y el beso más romántico?

Mis neuronas gritan en pánico. Mi boca está seca. Estoy a punto de improvisar una salida cuando Dominic se inclina hacia mí… y me besa.

No un roce rápido. No un “pico” protocolario. Un beso… real. Firme. Con esa calma de hombre que sabe exactamente cómo dominar una escena. Cálido, seguro, demasiado convincente.

El público estalla en gritos. Las cámaras parpadean como relámpagos. Yo, mientras tanto, siento que mi cerebro se reinicia en un bucle infinito: *¿qué está pasando? ¿por qué no me aparto? ¿por qué demonios me está gustando esto un segundo?*

Cuando por fin se separa, me sonríe con aire triunfal.

—Ese —dice, como si hubiera ganado una guerra.

El público se levanta a aplaudir. La presentadora casi llora. Yo me aferro al vaso de agua como si fuera la última defensa de mi cordura.

La entrevista sigue con preguntas cada vez más invasivas:
La presentadora hojea sus tarjetas, sonríe con brillo de tiburón y lanza la pregunta que todo el público esperaba:

—Entonces… ¿ya piensan en hijos?

Yo me atraganto con el agua. Dominic, en cambio, sonríe como si lo hubiera ensayado.

—Claro que sí. Queremos al menos dos. —Se gira hacia mí, con aire cómplice—. Una niña con su sonrisa y un niño con mis ojos.




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