La ilusionista y el abogado

Susurros antes del huracán

Episodio 8

Estaba en un casino de Las Vegas, las luces brillaban por todas partes y la música era un murmullo constante que me envolvía como una ola. Sonreía, casi sin pensar, mientras me servían un trago.

—Aquí tienes, preciosa —dijo un hombre con vocecita dulce y ojos que parecían demasiado insistentes.

Tomé el vaso de tequila sin sospechar nada y di un sorbo. El licor bajó por mi garganta, cálido y punzante, pero algo en mí comenzó a sentirse raro, más débil, más errático.

La gente a mi alrededor se movía en cámara lenta, como si estuviera atrapada en un sueño febril. Intenté alejarme, pero mis pasos eran torpes, incómodos. La risa en mis oídos se transformó en un eco siniestro.

—¿Qué me estás dando? —alcé la voz, con la lengua pesada, reclamando sin mucha fuerza.

El hombre se limitó a sonreír y seguir ofreciéndome otro shot. Y luego otro. La confusión nublaba mis sentidos. Mis manos ya no obedecían con la rapidez habitual. Todo giraba.

Desperté abruptamente en medio de la noche, empapada en sudor, con el corazón golpeando fuerte. Sentí la pesadez de ese recuerdo borroso que no quería enfrentar del todo. Cerré los ojos deseando que fuera solo un mal sueño... pero sabía que no lo era.

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Estaba en el establo, el sol apenas comenzando a calentar el día, cuando llegué para ayudar a limpiar a los caballos y tigres. El aroma a heno mojado y cuero se mezclaba con el aire fresco de la mañana. Mientras cepillaba la melena rebelde de uno de los caballos, escuché pasos apresurados detrás de mí.

—Aveline —dijo Aarón, con la voz algo tímida—. Oye… quería pedirte disculpas por cómo me porté ayer. No debí haber sido tan frío contigo.

Me giré, secándome el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—¿Eso crees? —respondí, esbozando una sonrisa irónica—. Bueno, a veces uno necesita un pequeño empujón para volver a la realidad.

—No, en serio —insistió, con mirada sincera—. Me pasé y no quiero perder tu amistad ni complicar las cosas entre nosotros.

Asentí, suavizando la expresión.

—Lo aprecio, Aarón. Lo que pasó, pasó. Gracias por decírmelo.

Él soltó una sonrisa aliviada y me miró con picardía mientras sujetaba una manguera.

—¿Quieres ayudarme con los tigres? Podríamos hacer que esta limpieza sea más divertida.

—¿Tú y yo jugando con agua? —solté una carcajada—. Eso sí que no me lo pierdo.

Nos acercamos a la jaula y empezamos a empapar con cuidado a los tigres, que gruñían y jugueteaban con el agua.

Luego cepillamos a los caballos como un equipo sincronizado, lejos del estrés del circo y el mundo.

—Sabes —dijo Aarón, mientras regaba con la manguera a un caballo que meneaba la crin—, debo admitir que nunca pensé que te volverías a casar.

Lo miré con curiosidad.

—¿Ah no? ¿Y por qué no?

—Porque sé que el matrimonio es una farsa. Pero tú, siendo tú… no parecías la tipo que se conforma con eso.

Reí suavemente.

—¿Y tú qué crees? ¿Por qué yo y Dominic no funcionamos? Somos de mundos distintos y nos soportamos ni a patadas.

—Exacto —dijo Aarón sonriendo—. Tú eres fuego, y él es hielo. Un matrimonio de conveniencia que está condenado a chocar.

Mientras seguíamos con la limpieza, me sentí ligera, casi como cuando éramos niños en el circo.

Pero la diversión estaba lejos de terminar.

Aarón me lanzó un chorro de agua directo a la cara.

—¡Eh! —exclamé, sorprendida y empapada—. ¡No era parte del trato!

Sin pensarlo, le giré la manguera y lo mojé por completo.

—Ahora sí —dije con una sonrisa desafiante—, a ver quién aguanta más.

Entre risas, esquivamos el agua, hasta caer los dos sobre la paja, jadeando por las carcajadas.

—Esto no ha terminado, ¿lo sabes, verdad? —me dijo Aarón con ojos brillantes.

—Perfecto —respondí con una sonrisa traviesa—. Esto apenas está comenzando.

En esos momentos, entre juegos y agua, la tensión se desvaneció y el circo recuperó un poco de esa magia que a veces parecía perdida.

Luego, Aarón se puso serio y me miró con una mezcla de valentía y nerviosismo.

—Aveline... hay algo que necesito decirte —dijo, con la voz temblorosa—. He estado enamorado de ti desde que eras pequeña. Siempre estuviste en mi mente, y ya no puedo callarlo más.

Me quedé en shock, sin palabras, cuando la puerta del establo se abrió de golpe.

La señora Cornelia, la encargada de las inauguraciones, entró agitada.

—¡Aveline! —exclamó—. ¡Están buscando unos policías! Quieren cerrar este local.

El aire se me fue por un instante, y toda la alegría y juego quedaron suspendidos en una tensa espera.

—¿Qué quieren decir con que quieren cerrar el local? —pregunté, con la voz más firme de lo que sentía—. Esto es mío... desde que mi padre murió. Él nunca dejó deudas. Esto... esto es una locura.

Cornelia me miró con una expresión de genuina incertidumbre, frunciendo el ceño.

—Aveline, te juro que no tengo la menor idea —me dijo con sinceridad—. Yo solo recibí el llamado. Nunca me dijeron por qué ni quién tomó la decisión.

Sentí que el aire se volvía más pesado, como si en cualquier momento me faltara el aliento. Sin pensar, salí como alma que lleva el diablo, corriendo hacia afuera del local, hacia el alma misma del circo.

Al acercarme, lo que vi me desgarró el pecho. Había, al menos, cinco personas cargando y arrastrando objetos con manos impacientes. Parecía que querían arrancar todo lo que habíamos construido. Sillas, carromatos, cajas, todo era recogido sin misericordia para desaparecer en camiones esperando.

Con el corazón acelerado, di un paso adelante y grité:

—¡¿Qué demonios creen que están haciendo?!

Una mujer con cara dura y gafas oscuras se detuvo, cruzando los brazos.

—Estamos ejecutando un embargo —respondió con voz dura—. Esta propiedad fue hipotecada por préstamos gigantescos y si no se paga, la empresa se queda con ella.




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