Episodio 9
El mundo se volvió un eco sordo. La palabra "embargo" resonaba en mi cabeza, destrozando la última capa de ingenuidad que me quedaba. No solo la muerte de papá, sino también una deuda descomunal y secreta. Sentí que el cemento bajo mis pies se agrietaba, listo para tragarme.
—No sabía de todo esto... —confesé, mi voz una cuerda tensa que amenazaba con romperse. Apenas podía respirar, tratando de asimilarlo.
Aaron me miró con una tristeza profunda y familiar, esa que solo compartimos los que hemos crecido entre lonas y aserrín.
—Es normal, Aveline. Al parecer, tu papá alimentaba el circo, pero pagaba a cuotas, y la deuda se hizo enorme.
Dominic, con una solemnidad inusual, se acercó y me tendió un vaso de agua, sus ojos intensos midiendo mi reacción.
Lo acepté, el frío del cristal un ancla en el caos.
—Jamás admitiría esto, pero gracias —murmuré, sorprendida de la honestidad de mi agradecimiento.
Él sonrió, una mueca de orgullo y arrogancia, y se tocó el pecho con una exagerada teatralidad.
—Me alegro. ¡Wow, la señorita Storm me dio su agradecimiento! Me siento halagado.
Puse los ojos en blanco, la rabia desplazando a la desesperación.
—Me retracto. Sigues siendo un idiota —solté con el veneno justo.
Dominic levantó una ceja, la diversión bailando en sus ojos.
—Nunca pensé que serías tan llorona por una pequeñez.
Bufé, aunque sabía que tenía razón.
—Para ti será basura, tal vez, pero para mí es mi vida entera. Y no pienso seguir discutiendo contigo porque acabaría con diarrea. No entiendes, somos polos opuestos.
Antes de que pudiera responder, vi a Aaron lanzarse como un resorte hacia uno de los hombres que empacaban los equipos. Un par de golpes certeros lo hicieron retroceder.
—¡Aaron! —grité, el vaso cayendo al suelo y el agua esparciéndose—. ¡Cálmate!
Corrí y lo tomé con fuerza del brazo, sintiendo la furia vibrar en sus músculos.
—¡Aaron, basta! ¡Jamás se llevarán todo! Este lugar es nuestro refugio desde que éramos niños... —lo sujeté por la mano y lo aparté para calmarlo.
Dominic, visiblemente incómodo, observaba todo.
—¿Y tú qué haces aquí, niño? —le preguntó a Aaron con tono desafiante.
Dominic no se achicó.
—A golpes no solucionarás nada.
—Al menos intenté hacer algo —Dominic negó con la cabeza, sus puños apretados, intentando mantener la calma—. ¿Y tú? ¿Qué has hecho, riquillo fresón, para evitar esto?
Dominic Intervino antes que la tensión estallara.
—Ya verás cuál es la diferencia entre un niño y un adulto —le solté a Dominic con una sonrisa burlona.
Él me lanzó una mirada que oscilaba entre la molestia y el humor, y se dirigió hacia el gerente con una determinación helada.
Regresó minutos después, la sonrisa del cazador en su rostro.
—Nos dieron cinco días para quedarnos aquí —anunció con orgullo—. Y te aseguro que en ese tiempo lo voy a resolver todo.
Casi me atraganto. Aaron rodó los ojos con total escepticismo.
—¿Cómo lo hiciste?
—Estrategia de abogado, querida. —Dominic me guiñó un ojo.
—No acepto tu ayuda —rechacé al instante—. Sé lo que quieres a cambio.
Su sonrisa se amplió, pícara y seductora.
—Eres mi esposa. Así que es mi deber.
Aaron se acercó, su escepticismo palpable.
—Ella dijo que no quiere tu ayuda.
—Estamos casados, niño —Dominic sonrió con una suficiencia odiosa—. No olvides que ella ya no está sola.
La furia estalló en Aaron. El puñetazo fue rápido y limpio, enviando a Dominic al suelo.
—¡Aaron! —me adelanté, interponiéndome antes de que las cosas escalaran—. ¿Todo es así contigo? Si continúas, mejor vete.
Aaron, con los brazos cruzados, se fue sin mirar atrás. Miré a Dominic tendido en la tierra. Me arrodillé a su lado.
—¿Qué quieres a cambio? Todo hombre que ayuda quiere algo a cambio, ¿no? —pregunté, seria.
Él sonrió pícaramente.
—Quiero que vuelvas a la mansión.
—Imposible —respondí tajante.
—Seguirás trabajando, pero ven por las noches. Recuerda que estamos casados, y eso lo pueden ver mal en la prensa.
—Estamos casados por simples papeles con olor a tequila y vómito... Pero esta vez, dejaré que salves mi local. No tengo muchas opciones, ¿verdad?
Dominic sonrió y me ofreció la mano.
Le sonreí, tomé su mano con toda confianza, y justo cuando puso todo su peso en mí, lo solté, dejándolo caer sentado.
No pude evitar estallar en una carcajada.
—Eres mala, pequeña —me dijo entre risas mientras se levantaba.
.
.
.
Estaba asimilando la tregua forzada cuando una mujer, con cámara y libreta en mano, se abalanzó. Su sonrisa profesional no ocultaba el filo de su curiosidad.
—Señorita Storm, ¿podría respondernos por qué desde que su padre falleció el circo ha caído en desgracia, pasando de ser un espectáculo internacional a casi nada? —Su grabadora apuntaba directo a mí.
Sentí el calor de la rabia subir por mi cuello.
—¿De verdad cree que es tan fácil responder eso en cinco minutos? —respondí con una frialdad cortante, cruzándome de brazos.
Aaron, que vigilaba de cerca, dio un paso al frente, con el ceño fruncido.
—Creo que la señorita ya ha dado su respuesta —dijo con tono firme—. Tal vez prefiera no seguir molestándola.
La reportera parpadeó, pero recuperó la compostura.
—Solo intentamos informar al público...
—No más preguntas. Se acabó —sentenció Aaron, cortando la conversación con un gesto de la mano.
Ella terminó por bajar su grabadora y marcharse, murmurando algo al camarógrafo. Suspiré, aliviada, pero con un toque de exasperación.
—Gracias por la defensa, pero creo que el modo policía protector no me queda muy bien, ¿no crees?
Aaron sonrió levemente. Pero Dominic, recargado en un poste, soltó una carcajada sarcástica.