La importancia de creer

Otro libro sin publicar

Me echo agua a la cara y me froto los ojos con fuerza.

Por un momento me parece verla otra vez, detrás de mí, tan bonita como siempre. Desde lo de esta mañana, siento que me estoy volviendo loco. Cada ruido o sensación me sobresalta y me acelera el corazón, lo que ya es lo bastante molesto por sí solo. Empezar a ver a Judith por todos lados ya está siendo demasiado. El mundo se está pasando conmigo.

No es el momento para tener alucinaciones, Shay. Es un día importante.

Suspiro y me froto la cara con una de las toallas que hay en el colgador de la derecha. Judith deja de estar ahí, gracias a Dios, y mi cara está seca. Es un primer paso. Estoy listo... creo. Más o menos.

Salgo del baño de la editorial con las manos todavía húmedas, secándomelas torpemente en los pantalones vaqueros. Respiro hondo, tratando de calmar los latidos de mi corazón, que martillean en mis oídos. Ya he hecho esto otras veces, pero mis nervios no mejoran, al contrario, van a peor después de cada rechazo.

Además, este edificio es imponente. Es fácil sentirse pequeño en el cuarto piso de un edificio modernista en el Eixample de Barcelona, con sus vidrieras coloridas y techos altos. Las luces cálidas de la tarde se filtran a través de las ventanas y se reflejan en el marrón claro de mis ojos, cegándome un poco y obligándome a cubrirme con una mano.

Tengo los ojos sensibles desde pequeño, herencia de mi padre. Ojalá me hubiera dado su facilidad para escribir best sellers, pero no. Me ha dado unos ojos que se ponen llorosos con más frecuencia de lo normal y se ha quedado tan ancho.

Empiezo a andar y busco a dónde tengo que dirigirme. Lo tenía apuntado, pero con el susto de esta mañana, me he olvidado la nota en casa.

Esquivo a una persona y luego a otra, mientras me tapo los ojos de la luz y busco algún tipo de indicación que me diga dónde ir. Sólo sé que el nombre del editor es Álex.

Espero no llegar tarde. Ya lo dice mi padre, el tiempo de un editor de una editorial prestigiosa es casi tan valioso como el tiempo de un rey, y estoy seguro de que dice la verdad. En cuanto a lo del editor. Lo del rey es otro tema.

Veo a una chica con un vestido azul al lado de una ventana, y no puedo evitar fruncir el ceño. Cuando se gira, me da un vuelco el corazón. Es ella otra vez. Judith. Con el vestido que llevaba el día del accidente. Tiene una mezcla de dulzura y tristeza en la expresión, y verla me hace sentir horrible. Parpadeo y Judith deja de estar allí.

No es real, me digo a mí mismo. Es sólo tu mente jugando contigo. Una especie de estrés postraumático. Aun así, las visiones cada vez se vuelven más nítidas, y me cuesta distinguirlas de la realidad. Me preocupa de verdad. Siempre se ha dicho que hay que estar un poco loco para ser escritor, pero de ahí a acabar en un centro psiquiátrico hay un paso muy grande. Uno que preferiría no dar.

De repente, me mareo y el mundo se pone de lado, y muevo los brazos para tratar de aferrarme algo. Encuentro el brazo de una chica que, por su uniforme, debe de trabajar para la editorial.
Perfecto, causando buena impresión, como siempre.

—¿Estás bien? —pregunta la mujer—. Tienes muy mala cara.

Le hago un gesto con la mano para quitarle importancia y me apresuro a responderle.

—Son los nervios, no te preocupes —le digo—. Además, no he dormido mucho —añado, al ver en su cara que no acaba de creerme.

La mujer esboza una sonrisa y me pone la mano en el hombro.

—Supongo que es normal, pero me has preocupado un poco —dice, intercalando sus palabras con una especie de risa— No serás Shay por casualidad, ¿no?

Al escuchar mi nombre, me vuelvo muy consciente de la presión acumulada en mis hombros. Tardo unos segundos en encontrar mi voz, pero consigo hacerlo.

—Sí, soy yo —le digo, tragando saliva.

Su sonrisa se ensancha y ladea la cabeza, un gesto que también solía hacer ella cuando éramos...

Basta. Basta, joder. Tengo que centrarme.

—Álex te está esperando —dice la mujer, mientras mira uno de los papeles que lleva en las manos—. Despacho cuatro. Ven, sígueme.

Murmuro un gracias y sigo a la mujer hacia una sala de reuniones al final del pasillo. La puerta de madera tallada está entreabierta, y dentro veo una mesa larga, papeles esparcidos por todas partes y un hombre calvo con gafas redondas hojeando un manuscrito.

—Señor Gómez —dice la mujer, haciéndome pasar—. Aquí está Shay Balt.

La mujer me susurra ánimos y cierra la puerta a mis espaldas. Me siento como si estuvieran a punto de fusilarme, y tengo que tomar el control de mi respiración conscientemente para evitar morir asfixiado.

—¿Balt? ¿Como Carlos Balt, el famoso escritor? —me pregunta el hombre en el mismo instante en que nos quedamos solos.

Niego con la cabeza.

—No lo conozco —miento, esperando que no me haga más preguntas sobre mi padre. Me juré a mí mismo que no usaría su prestigio para abrirme camino por la industria. Llegaré yo solo, con mis historias y nada más.

El tal señor Gómez asiente con la cabeza y se ajusta las gafas.

—Pasa, por favor. Siéntate —me dice, al ver que me quedo plantado en la puerta de su despacho como una estatua por culpa de los nervios.



#6970 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, viejos amigos

Editado: 04.08.2024

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