Afortunadamente, no todo es una mierda cuando se trata de fantasmas.
Algo muy loco ocurrió. Algo que no sé con quién hablarlo, o cómo debería hacerlo. Quizás lo correcto sería, directamente, no hablarlo. Por alguna razón estoy intentando escribirlo, pero tampoco sé si puedo. O si debo. O qué diferencia hay entre esas dos palabras. Sigo teniendo miedo, quizás más que antes, pero ya no sé cómo manejarlo. O si es justificable.
Lo vi.
Juro que era él.
Estaba sentado en la misma silla en la que me encuentro ahora, con una pierna sobre la otra y la mirada más dulce que he visto, pero no parecía un niño. Tampoco un adulto. Supongamos que rondaba los veinte años, y era rubio. Su cabello estaba bastante corto, pero aún así estaba lleno de rulos. La única ropa que llevaba era una remera completamente rasgada, y unos pantalones cortos manchados de sangre. Toda su cara también estaba cubierta de sangre. No parecía asustado, sino tranquilo, y cantaba una canción que no conozco, pero por alguna razón vengo escuchándola todas las noches.
Era Jim. No me queda ninguna duda.
Pensé que, al mirarlo, se iría. No fue así. Nuestras miradas conectaron por el tiempo suficiente para que pudiera comprobar dos cosas: en primer lugar, que no estaba soñando. Estaba sucediendo de verdad. Y, en segundo lugar, no estaba por hacerme daño. O eso quise creer hasta que vi que movía sus manos. No tenía nada en ellas, pero, de un segundo a otro, un cuchillo lleno de sangre era sostenido por él mismo.
—¿Qué quieres?—le pregunté.
Esperé que respondiera, pero no lo hizo.
—¿Vas a matarme?
Esbozó una sonrisa y comenzó a reír mientras se ponía de pie. Súbitamente toda la sangre desapareció junto al cuchillo, y sus ropas destruidas parecieron arreglarse de la nada. Ya no parecía un muerto viviente. Parecía una persona real, para justo delante de mí.
—No hables demasiado fuerte—me advirtió—. Van a creer que estás loca.
—¿No lo estoy?—cuestioné.
Jim volvió a reír. Emitía esa clase de sonidos que parecen un eco de otro. Al moverse, su cuerpo emitía unas extrañas vibraciones que repercutían en mí. Casi quise reírme con él, pero yo no suelo hacer eso.
Por un instante permanecí totalmente inmóvil. Mis brazos no reaccionaban, y mucho menos el resto de mi cuerpo. Apenas podía respirar. Sentía que todo se cernía con pesadez sobre mí, y al tiempo le costaba avanzar. La habitación era similar a una cámara frigorífica, como si todo de la nada se hubiese congelado, a excepción del espectro de Jim. Su mirada era tierna, y aún reía cuando avanzó un poco sin siquiera dar un paso, y sus frías manos acariciaron mi cara. Recuerdo la electricidad que pareció rozarme el pómulo, quitándome hasta el aliento.
Lo miré fijamente porque más no podía hacer. Sus ojos eran de un color celeste demasiado vibrante, y sus labios estaban secos. Me pregunté cómo la muerte podría verse tan viva en un instante como ese. Quise hacer algo, el más mínimo movimiento, e intenté atrapar su mano en mi cara.
Pero en cuanto me moví, todo desapareció.
Él. La sensación de estar congelada. El miedo que no me había dado cuenta de que estaba padeciendo. Creo que hasta caí, como si hubiese estado flotando, y mi mente volvió a reaccionar. De repente, mi cerebro había sido hipnotizado, y todo parecía ser producto de un sueño.
Pero sé que no lo fue.
Puedo asegurarte de que Jim estuvo ahí. Aquí. Que me habló y casi, pero casi, no lo arruino. Si tan solo no me hubiese movido. Si tan solo hubiese intentado hablar...
Y, sin embargo, no lo hice. No fui capaz de hacer más que intentar llegar a él a través de la cosa más humana posible: el tacto. ¿Y qué esperaba? ¿Tomar su mano? Soy muy estúpida a veces, pero no creí que podría llegar a superar tales límites.
Intenté quedarme tan quieta como antes para que apareciera de nuevo, pero no funcionó. Entonces me senté en la silla, sin saber qué hacer. Tenía que volver a verlo. No podía simplemente irse y dejar de aparecer, así que comencé a pensar en qué mierda había hecho para que, de repente, se decidiera a mostrarse. Pero la verdad es que yo no causé eso. Tampoco estoy segura de llegar a comprenderlo algún día, pero creo que es importante saber que yo no tengo ningún tipo de control sobre la situación.
Al día siguiente desperté por los gritos de Laurence. Cuando subí las escaleras, lo encontré sentado, dándome la espalda, en el sofá. Estaba discutiendo con Matthew, quién sabe por qué. Lo que me llamó la atención de la situación fue que ellos nunca discuten. Es raro, pero siempre me gustó de ellos. No parecen enfadarse por mucho tiempo. La única ocasión en la que en verdad discutieron fue cuando Matthew, luego de tres meses de comenzar con su transición para ser vegetariano, quiso volver a comerse una hamburguesa y esto enfadó a Laurence, quien llevaba por aquel entonces ya cinco años siendo vegetariano. Recuerdo que no se hablaron por al menos una hora, y luego todo volvió a la normalidad.
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Editado: 10.12.2019