La inexistencia de todas las cosas

Capítulo 12: Desde que se hizo demasiado tarde

—Nunca te digo este tipo de cosas, pero eres un imbécil.

No tardé absolutamente nada en cerrar la puerta de mi habitación. Tras dejar que Matthew y Laurence se abrazaran como por media hora, decidí bajar al único lugar en el que sabría que podría verlo para fingir estar demasiado enojada con él, como suelo hacer. Con esto quiero decir que, aunque todo sea muy bonito, eran casi las siete de la mañana. Mis padres tendrían que irse a trabajar en cualquier momento. Yo, a eso de las ocho, también tenía que salir para ir a mis clases. O quizás no iría, pero antes tenía cosas que hacer.

—¿Me escuchas, idiota? Casi la cagas con Sarah Lynn—proseguí, adentrándome en mi propio terreno—. Ella no puede saber de tu existencia y lo sabes. Se asustaría. No te aceptaría como yo.

Por un instante, el egoísmo puro tomó demasiada fuerza dentro de mí y apenas pude entender lo que estaba diciendo hasta que ya estaba totalmente dicho. Taparme la boca o morderme la lengua no serviría de nada, y Jim más de una vez me hizo saber que ese tipo de actitudes son las que más le fastidian. Pero, justo ahí, estaba tan enfadada con él que me daba muy igual si se enojaba conmigo.

—Deja de ser un fantasma de mierda y aparécete, estúpido.

—Billie, cálmate. No es necesario que me hables así.

En cuanto me giré, o quizás en el tiempo que tardé en hacerlo, Jim se apareció justo en la puerta, impidiéndome salir si llegaba a intentarlo. Puedo asegurar que la parte más complicada de ser amiga, o lo que sea, de un fantasma, es discutir con él, porque él puede atacarte o encerrarte y tú no tienes siquiera la posibilidad de defenderte.

—¿No es necesario? ¿Quieres saber qué no era necesario?—intenté bajar un poco el volumen de mi voz, pero creo que fallé por completo—. El maldito olor a cigarrillo. Me dijiste miles de veces que lo controlas, así que tienes tres putos segundos para explicarme por qué mierda mi hermana lo sintió.

Jim comenzó a reírse mientras se cruzaba de brazos y, por unos segundos, permaneció en esa única pose, observándome de manera expectante. Parecía esperar algo más de mí, como que estuviera bromeando o me echara hacia atrás, pero claro está que no hice eso.

—Quizás sea hora de que lo sepa, ¿no crees?—me amenazó.

—Ni se te ocurra—zanjé, pero noté en su ceño fruncido que nada iba a pararlo.

En cuanto desapareció de la puerta, corrí hacia ella para abrirla y apresurarme a subir las escaleras. En la sala principal ya no había nadie, lo que significaba que mis padres se habían ido. No pude evitar dar ciertas gracias por eso, pero aún había algo que me preocupaba. Corrí hasta la habitación de mi hermana a través de este maldito pasillo de siempre, pero antes de entrar ya supe que era demasiado tarde.

Su grito me lo dejó más que claro.

Cuando entré, lo primero que vi fue a Jim cernido sobre ella, quien estaba acostada justo en su cama. Él, al percibir mi presencia, se echó hacia atrás, pero ya no serviría de nada. Lo observé, y él parecía satisfecho con lo que acababa de hacer. Abracé a Sarah Lynn con todas mis fuerzas, mientras ella no dejaba de señalar al espectro, gritando e intentando zafarse de mi agarre.

—¿Ves lo que acabas de hacer?—le espeté a Jim—. ¿Ahora estás feliz?

—No, Billie. Nada va a hacerme feliz, y no es algo que no tengas claro ya.

Devolví toda mi atención a Sarah Lynn. No tenía idea de cómo comenzar a explicarle todo lo que se refería a mantener una amistad tan extraña con alguien que murió justo en nuestra casa, pero para ser más específicos aún, en mi habitación.

Intenté tranquilizarla diciéndole que Jim no le haría nada, pero no me creyó. Le expliqué que, hacia cosa de un año, Billy me había hablado de una noticia en la que se recordaba el asesinato de un niño, Jim Fredicksen. Le conté también que, durante esa época, él se me había aparecido para ayudarme en varias ocasiones, como por ejemplo cuando ella se escapó de la casa, o cuando Matthew y Laurence comenzaron con sus discusiones, o hacía poco, aquella vez que nuestro hermano desapareció por tres días. Me ayudó, en primer lugar, a descubrir que Conor y Blake le vendían algunas drogas y, en segundo lugar, en dónde estaba. Por un momento, a ella le costó creerme. No le entraba en la cabeza la posibilidad de que, durante tanto tiempo, yo haya estado conviviendo con algo inexistente.

—No quiero entrometerme demasiado en esta charla de hermanas—aportó en algún momento Jim, recostado sobre el escritorio de Sarah Lynn—, pero sólo quiero aclarar que más de una vez las salvé a ambas. No es por alardear, pero si no fuese por mí, ustedes ni siquiera estarían en esta habitación.

Por primera vez, mi hermana se dirigió a él.

—¿Qué estás diciendo?

Mi amigo comenzó a reírse con tranquilidad.




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