La inexistencia de todas las cosas

Capítulo 15: Desde la inexistencia de todas las cosas

Despierto con un fuerte dolor de cabeza, sin ser capaz de comprender lo que sucede a mi alrededor. Abro y cierro mis manos unas cuantas veces hasta ser capaz de hacerlo con fuerza, hiriéndome un poco. Siento que estoy soñando, o quizás flotando en alguna parte del mundo. Me sigue costando mucho estar despierta. Mis ojos se cierran y abren varias veces, buscando acostumbrarse a algo.

Todo es oscuridad.

Al cabo de varios minutos no tengo otra opción que ponerme de pie. Mi cuerpo entero tiembla bajo mis movimientos, pero ni siquiera así me detengo. El dolor en mi cabeza me molesta tanto como un constante grito, agudo, que no va a dejarme en paz. Quiero tomar aire, parpadear, que todo deje de moverse tanto, pero claro está. No es posible.

Me sujeto como puedo de mí misma, y logro ponerme de pie. Estoy en mi habitación. Llevo la misma ropa que usaba el día que fui a Gunnhild con todos mis amigos, y aquellos que alguna vez fueron mis hermanos. ¿Aún puedo decirles así? ¿Siguen siéndolo? Toda mi vida pensé tanto en Sarah Lynn y Norman como mi familia. ¿Ya no lo son?

¿Se acabó? ¿Qué quiere decir eso?

Alcanzo el picaporte. Todo está bastante oscuro, pero logro dar con él, bajarlo y abrir la puerta. Me detengo ahí, a un pie del pasillo, y tomo aire. Esperaba encontrar ese olor a cigarrillo que todo el tiempo estaba, pero ya no existe. Es como si nunca hubiese sido capaz de olerlo, cuando la realidad es otra. Salgo, cierro la puerta a mis espaldas, y lo recorro. Quiero detenerme, volver y encerrarme en mi habitación, pero al mismo tiempo, tengo un mal presentimiento.

Es como si... nada fuese real.

Pero eso no es posible.

Todas las cosas existen, ¿verdad?

Me detuve, nuevamente, al comienzo de las escaleras. Nunca me resultaron tan extensas como en este momento, en el que siento que desfallezco. Tomo aire, no es suficiente. Comienzo a subir, con un evidente miedo. Mis oídos ahora pitan. Me molestan aún más que el insufrible dolor de cabeza, pero puedo con ello. Con todo, quizás, siempre y cuando no sea demasiado tarde.

A cada escalón que subo, algo parece tomar más fuerza para tirar de mí hacia atrás. Es similar a un par de manos enredándose a mi tobillo, queriendo detenerme. No me resulta tan extraño, quién sabe por qué. Puedo llegar al final, después de todo. Alcanzo a salir de esas malditas escaleras, y me encuentro en la entrada principal a mi casa. Lo observo todo, a oscuras. Nadie parece haber pasado por aquí durante el día.

Todo está en perfecto estado, incluso mejor de lo que recuerdo. El sofá que ya tiene casi veinte años se ve como nuevo, tan amarillo que podría parecer falso. Nunca antes lo había visto así, tan limpio, tan... irreal. Paso por encima de él, sin querer sentarme. Noto que el reloj en la pared se ve diferente. Le faltan las manecillas, y tampoco emite ese horrible sonido que podía escucharse desde toda la casa hace tan solo... quién sabe cuánto.

Sigo caminando. Llego a la cocina y me sorprendo al encontrarla en el mismo estado de antes. Limpia de un lado a otro. La mesa tiene todas sus sillas, nada encima, y se ve correcto. El lavabo está igual, sin nada sucio encima. Los muebles en los que guardamos los platos, están ordenados. No hay nada que esté fuera de su lugar.

Abro la heladera, temiendo lo peor, pero me llevo una gran sorpresa. Parece un sueño, uno perfecto en el que toda la comida se ve en perfecto estado, como nueva, y los envases de vidrio en los que guardamos agua están llenos, se ven relucientes y perfectos.

Salgo de ese lugar, y vuelvo a subir las escaleras. Tengo que buscar a mi hermana. Hablar con ella de lo raro que se ve todo, ahora que nos toca irnos, dejar la casa. No sé cuándo sucederá, así que supongo que también tendré que buscar a mis antiguos padres para preguntarles tales cosas.

Pero en la habitación de mi hermana no hay nadie.

Tampoco hay muebles.

La vieja cama, los cuadros, las estanterías con libros de sus clases, su escritorio, nada de eso está. No hay rastro de vida, ni de su diario, ni de ella. Entro, aterrada. El lugar en el que solía estar la ventana, también desapareció. Comienzo a pensar que me encuentro en una pesadilla, o algo similar a tal cosa. Abandono la habitación y voy a la siguiente, la de Norman, para llevarme una sorpresa que, en realidad, esperaba.

Está en el mismo estado.

Vacía.

—¿Sarah Lynn?—pregunto, y mi voz se oye lejana—. ¿Norman?

Salgo corriendo en dirección a la última habitación, la de mis padres, pero tal y como sospechaba no hay nada. Nadie parece haber vivido en este lugar, esta casa, hace años, porque ahora se ve abandonada. Las paredes están llenas de humedad, hay un horrible olor, las ventanas están rotas, y...

No puede ser.

Me vuelvo, bajo las escaleras corriendo, y noto que todo está completamente oscuro. No hay luces. Ya de nuevo en la sala principal, me percato de que todo cambió. No hay nada limpio, ni el sofá de antes, ni nada. Todo está tan vacío, tan muerto, y tan viejo. Las paredes son iguales que las del piso de arriba, y aunque yo recuerdo que toda mi vida las vi blancas, ahora tienen un extraño papel que antes debió haberlas cubierto, pero ahora está gastado y se ve mal.




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