La infancia de una vida

La muerte se viste de verde aqua

Había regresado, ya no estaba en ese lejano país con aquel idioma extraño y olor a bosque. Sin lugar a duda, el lugar en donde me encontraba era mucho más familiar: las personas eran más amables, la comida más deliciosa, y ahora todo olía a pan y café.

Un pueblo con mucha historia, de tejados rojos y casas blancas. Donde las mujeres tienen un cuello largo y estilizado de tanto chismorrear, porque hay que decir que es un pueblo donde suceden cosas muy intrigantes. Supongo que lo que más lo caracteriza son esas innumerables historias de espíritus y ánimas, de demonios y fantasmas.

Aunque era una niña, yo era muy poco crédula. Mis abuelos me contaban historias que ponían el pelo en punta a mis primos mientras preparaban chocolate, pero a mí me servían para inventar historias todavía más terroríficas mientras jugaba con mis muñecas. Nunca había sentido un verdadero miedo. Que viva la ingenuidad, porque solo ella es la clave de la felicidad verdadera.

Un día que ya parece lejano, y del que tengo confusos recuerdos, invitaron a mi familia y a mí a una fiesta de cumpleaños. Al parecer, una compañera mía quería que asistiera a su fantástica fiesta, supongo que con la idea de que lográramos ser amigas. Lástima que yo no tenía tiempo para eso, demasiados amigos imaginarios y libros para pensar en algo más. Pero, al final, terminamos asistiendo.

La fiesta estaba localizada en un pequeño local cerca de un río, y tenía una apariencia bastante genérica: Un espacio grande color amarillo y techado donde se encontraban colocadas muchas mesas, globos de colores rosados, un gran pastel en una de las esquinas, y música ranchera. Algo que me llamó la atención era que justo atrás del local se encontraba un patio, que era muy bien una cuesta que terminaba en el río. Era como una selva con árboles verdes de largas raíces, tierra húmeda y el sonido de los pájaros cantando. Un mundo dentro de otro mundo. Como imaginarán, se nos tenía prohibido ir a esa parte sin supervisión de un adulto; muy peligroso al parecer.

Siempre he sido muy curiosa, y un poco testaruda, así que decidí echarle un vistazo. Caminé un poco hasta que tuve que escalar una raíz alta de un árbol. Alejada del barullo de la fiesta pude ver un niño que jugaba en el río, tenía un cabello color grisáceo y unas encantadoras pecas en las mejillas. Dejó lo que sea que estaba haciendo cuando vio que me acercaba a él. Poseía una mirada muy extraña, casi onírica.

— ¿Cómo te llamas?

— Eric...

— ¿Por qué no estás en la fiesta?—  Le pregunté.

— No he sido invitado, es mejor jugar con los gusanos del lodo. —Me dijo mientras me enseñaba unos cuantos.

— Los gusanos me dan asco, mejor déjalos. ¿Y si los matas?— Pregunté tratando de no mirar a los animalitos.

Se quedó quieto y mirándome fijamente, no sonreía. Sus ojos no mostraban expresión alguna. Comenzó a hacer mucho frío, y mi corazón latía cada vez más rápido. Algo en su mirada era aterrador.

 —¿Y si te digo que yo lo estoy? — Una pequeña sonrisa nació en su rostro.

—¿Qué cosa?—  Me atreví a preguntar.

 —Muerto.

Por un momento traté de razonar todo lo que sucedía. Probablemente él intentaba asustarme. Claro, asusten a la recién llegada, es divertido. Probablemente solo sea uno de esos niños estúpidos que viven al otro lado del río, donde se dice que vivían los húngaros. Estaba enojada, y más conmigo que con él. Me di la vuelta y regresé a la fiesta, a donde se encontraban mis padres; les conté lo malos que eran los niños en ese pueblo.

Llegó la hora de darnos pastel y mientras lo hacían reparé en algo inusual, algo muy extraño. Las paredes del local, que yo recordaba amarillas ahora estaban pintadas de un bonito azul aqua. Les pegunté a mis padres acerca de mi descubrimiento y ellos consternados me dijeron que siempre habían estado de color verde. Me sentí confundida. Además en el aire se mecían un montón de volutas blanca, dando la impresión de que nevara.

Cuando estaba a punto de acabarse la celebración, una señora un poco anciana se acercó a mi madre y se puso a hablar del reciente caso que hubo en la calle Francisco I. Madero, donde una madre asesinó a su niño. El niño tenía por nombre Eric Gutiérrez, y al parecer el nieto de la señora estaba en el mismo salón de las clases que el tal Eric. Incluso le mostró una foto donde ellos dos estaban juntos.

Era un chico muy curioso, tenía el cabello gris y unas peculiares pecas en la cara.




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