La Influencia De La Mafia

UN CAMBIO EN EL VIENTO

Jane Anderson siempre había sido una chica común en un mundo lleno de posibilidades. A sus 17 años, su vida transcurría entre la rutina del colegio, los ensayos de teatro y las largas charlas con su mejor amiga, Lya Miller. Vivía en un pequeño pueblo donde todos se conocían, y aunque a veces se sentía atrapada en la monotonía, también sabía que había un lugar seguro al que siempre podía volver. Su vida era una mezcla de risas, sueños y la sensación de que el futuro estaba lleno de oportunidades.

Sin embargo, todo cambió una mañana de otoño. Las hojas comenzaban a caer, pintando el suelo de tonos marrones y dorados, cuando Jane se preparaba para salir a la escuela. Aquella mañana, el aire fresco la envolvía, pero el ambiente en su hogar se sentía pesado. Su madre, María Anderson, entró en su habitación con una expresión grave que hizo que el corazón de Jane se detuviera por un instante.

—Jane, necesito hablar contigo —dijo María, sentándose en el borde de la cama con un suspiro profundo que parecía llevar el peso de un mundo entero.

La mirada de su madre, normalmente llena de calidez y amor, estaba nublada por la preocupación. Jane sintió que su estómago se encogía; las palabras de su madre resonaban en su mente como un ominoso presagio.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó, sintiendo cómo una sombra de inquietud se cernía sobre ella, como una tormenta que se acercaba sin previo aviso.

María tomó aire, y en un momento que pareció eterno, las palabras fluyeron como un río desbordado.

—Tu abuelo ha estado enfermo y necesita ayuda. He decidido que tenemos que mudarnos a Briarwood, nuestra ciudad natal. Necesitamos estar allí para él.

Jane sintió que el mundo se tambaleaba. Briarwood era un lugar que había dejado atrás hace años, un lugar lleno de recuerdos que nunca había deseado revivir. Allí había crecido, pero también había

experimentado la pérdida de su padre, un dolor que había aprendido a llevar en silencio. Su corazón se llenó de una nostalgia profunda, como si las memorias vinieran a reclamarla.

—¿Y qué pasará con mis amigos? —preguntó, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar. La idea de dejar a Lya y a los pocos amigos que tenía la llenaba de tristeza.

—Lo sé, cariño. Pero necesitamos hacerlo. Es una decisión difícil, pero tenemos que ser fuertes por él —respondió su madre, con los ojos brillantes de emoción contenida. Jane notó cómo su voz temblaba ligeramente, reflejando su propia angustia.

Las siguientes semanas fueron un torbellino de actividad. Jane se sumió en la rutina de empacar, pero cada caja que cerraba representaba no solo objetos, sino también fragmentos de su vida pasada, momentos que nunca volverían.

Mientras empacaba, revivía recuerdos: las risas compartidas en las tardes de verano, las confidencias en la oscuridad de la noche. Cada foto que encontraba, cada prenda que guardaba, era un recordatorio de una vida que se desvanecía lentamente. La idea de abandonar todo lo que conocía la mantenía despierta por las noches, girando y girando en su cama, con el corazón pesado por la tristeza.

Finalmente, el día de la mudanza llegó. Al subir al coche, Jane miró por la ventana mientras la familiaridad se desvanecía. Las calles de su pueblo se convirtieron en un recuerdo distante, y con cada kilómetro que avanzaban, su corazón se llenaba de una mezcla de tristeza y ansiedad.

El viaje a Briarwood se sintió interminable. Las carreteras se extendían ante ella como un camino hacia lo desconocido. Observó el paisaje cambiar lentamente; los campos verdes se tornaban en colinas cubiertas de árboles frondosos, y la sensación de pérdida se intensificaba. Cada kilómetro era un paso más hacia un futuro incierto.




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