La Influencia De La Mafia

RECUERDOS NOSTALGICOS

Jane se despertó en su nueva habitación con el sonido del canto de los pájaros. Era una melodía suave y melancólica que llenaba el aire fresco de la mañana, recordándole que estaba lejos de su antiguo hogar. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras danzantes en las paredes decoradas con fotografías de su infancia. Imágenes de risas y momentos felices, capturadas en el tiempo, parecían observarla como guardianes de un pasado que ahora la abrazaba y la atormentaba al mismo tiempo. Todo parecía tan familiar y a la vez tan distante, como un eco que resuena en el fondo de su mente.

Se sentó en la cama, sintiendo la mezcla de nostalgia y ansiedad recorrer su cuerpo. Los recuerdos de su vida anterior la invadían: las risas compartidas con Lya, las largas conversaciones bajo el cielo estrellado, los sueños de juventud que ahora se sentían tan inalcanzables. Era como si cada rincón de esta habitación le susurrara historias de su niñez, pero también la recordara lo que había perdido.

Decidió que era momento de explorar. Después de un rápido desayuno con su madre —una conversación llena de silencios incómodos y miradas de complicidad—, se armó de valor y salió a la calle. El aire fresco de la mañana la envolvía, acariciando su piel como un abrazo reconfortante. A medida que caminaba, los recuerdos comenzaron a aflorar, como hojas arrastradas por el viento.

Al llegar al parque, el lugar donde había pasado tantas horas jugando con Lya, su corazón se aceleró. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Los columpios aún estaban ahí, chirriando suavemente con el viento, y la arena del área de juegos parecía guardar las risas de los niños que habían corrido allí. Sin embargo, había una tristeza en la escena; todo se sentía un poco más desgastado, como si el tiempo hubiera dejado su huella.

Mientras observaba, se dio cuenta de que no estaba sola. Una figura conocida se acercaba, y su corazón dio un vuelco. Era Lya Miller, su mejor amiga de la infancia.

Lya había cambiado, claro, pero su esencia seguía siendo la misma: cabello rizado que enmarcaba su rostro y una sonrisa que iluminaba su rostro como un faro en la oscuridad.

—¡Jane! —gritó Lya, corriendo hacia ella con los brazos abiertos.

El encuentro fue instantáneo. Jane sintió que la presión en su pecho se aligeraba, como si el peso de la distancia y el tiempo se desvaneciera. Las dos amigas se abrazaron con fuerza, y en ese momento, todo el miedo y la incertidumbre parecieron desvanecerse en el aire.

—No puedo creer que estés de vuelta —dijo Lya, con los ojos brillantes y llenos de emoción—. He estado esperando este momento.

—Yo también —respondió Jane, sintiendo que una chispa de felicidad comenzaba a encenderse en su interior. Era un pequeño rayo de luz en medio de la tormenta de sus pensamientos.

Lya llevó a Jane a dar un recorrido por Briarwood, visitando los lugares que habían compartido en su infancia. La heladería donde solían comprar sus conos de helado de fresa, el cine que había visto días mejores, y el viejo árbol donde habían hecho su club secreto, todas esas paradas eran como capítulos de un libro que Jane había cerrado pero que ahora se abría de nuevo.

—Todo ha cambiado un poco —dijo Lya, mientras pasaban frente a una nueva tienda que no existía antes—. Pero la esencia del lugar sigue siendo la misma.

A medida que exploraban, Jane se sintió más cómoda, como si las piezas de su vida comenzaran a encajar nuevamente. Sin embargo, al mismo tiempo, una sombra de preocupación la acechaba; el regreso a la vida de Briarwood significaba enfrentarse a recuerdos que había intentado enterrar. La risa que una vez había llenado su vida ahora se mezclaba con ecos de tristeza.

Esa tarde, mientras caminaban hacia el parque, Lya lanzó una pregunta que hizo que el corazón de Jane se detuviera, como si el tiempo se detuviera una vez más.

peso del tiempo se hacía más evidente. Habían pasado años desde que se habían visto, y aunque la amistad seguía intacta, había un abismo de experiencias que las separaban.

El ambiente se tornó aún más alegre cuando Lya mencionó a su primo, John Anderson. Un joven carismático que había regresado a la ciudad después de vivir varios años en la capital.

-¿John? - preguntó Jane, curiosa. - ¿El mismo que solía correr por el parque con nosotros?

-Sí, ese mismo. - sonrió Lya. - Ha cambiado mucho, pero sigue siendo el mismo de siempre.

En ese instante, John apareció en la entrada del café. Su porte elegante y su sonrisa deslumbrante llamaron la atención de todos. Se acercó a ellas con paso firme y, tras un saludo cálido, comenzó a contar anécdotas de su vida en la ciudad: su trabajo en una galería de arte, las exposiciones que había organizado, y las aventuras que había vivido.

-La ciudad es increíble, pero a veces echo de menos la tranquilidad de aquí. - comentó John, mirando por la ventana con nostalgia.

Jane lo observaba con atención, notando cómo su carisma llenaba el espacio. Sin embargo, no pudo evitar sentir que, aunque estaba encantada de verlo, había un matiz de tristeza en su mirada. ¿Era la añoranza de una conexión perdida? O quizás, solo el eco de un pasado que no se había ido del todo.

-¿Y tú, Jane? ¿Cómo te ha tratado la vida? - preguntó John, dirigiéndose a ella con interés genuino.

-He estado ocupada con el trabajo, pero he aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas. - respondió Jane, sintiendo que cada palabra revelaba un poco más de su vida alejada de su hogar.

Sin embargo, en medio de la alegría, Jane no pudo evitar sentir un pequeño nudo en el estómago. Aquella tarde, el pasado no solo venía en forma de recuerdos felices, sino también en forma de Liam, su primer amor. La mención de su nombre la sorprendió.

-¿Sabías que Liam también está de vuelta? - preguntó Lya, notando la súbita palidez de Jane.

-No... no tenía idea. - respondió Jane, tratando de mantener la calma, pero sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse.




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