La Inocencia de Amalia

Capitulo 1

Amalia nunca había tenido una cita. Ni una.
A sus veinte años, la vida le había dado otras prioridades: pañales, biberones, estudios a medias, turnos nocturnos en la cocina del restaurante… y sueños guardados en el último cajón de su alma.

Por eso, cuando Maximiliano Crane la invitó a salir, el corazón se le desbocó como si fuera una niña y no una mujer acostumbrada a la rutina del sacrificio.

Maximiliano.
Solo su nombre hacía que sus dedos se entumecieran.

Era mayor que ella, sí. Mucho más mundo, más experiencia, más vida en sus hombros. Tenía la seguridad de quien ha visto lo mejor y lo peor del mundo y aun así mantiene el control.
Había algo arrollador en él: su forma de caminar, su mirada que parecía desnudar almas, su voz que vibraba grave, como un secreto compartido solo entre ellos dos.

Amalia aceptó la invitación con un hilo de voz.
Y así, esa noche, su universo cambió.

La primera cita

Maximiliano la llevó a un pequeño restaurante italiano. No era ostentoso —aunque todo en él parecía serlo por naturaleza— sino íntimo, cálido, iluminado por velas. Él eligió una mesa al fondo, donde ella pudiera sentirse cómoda, sin miradas curiosas.

—Estás preciosa —dijo él apenas se sentaron.

Amalia sintió que el alma se le subía a las mejillas.
Llevaba un vestido sencillo, azul… elegido porque combinaba con sus ojos, aunque jamás admitiría que lo había escogido por él.

—Gracias —susurró.

Él la observó como si fuera la primera estrella de la noche.
Ella se perdió en esos ojos grises que parecían atrapar todo.

Hablaron de todo y de nada.
De cómo ella aprendió a curar raspaduras, de cómo él odiaba los domingos silenciosos, de los niños del orfanato, de la vida, del miedo, del futuro.
Y entre palabra y palabra, apareció algo más.
Una chispa imposible de describir.
Algo que Amalia jamás había sentido.

Cuando él la llevó de regreso al orfanato, ella casi no sentía los pies.

—¿Puedo verte mañana? —preguntó Maximiliano, con esa seguridad que le derretía las rodillas.

Amalia solo asintió.
Y él, sonriente, rozó su mejilla con los dedos antes de marcharse.

Esa noche, Amalia durmió abrazada a la almohada, flotando.
La primera cita fue un sueño.
Y a ese sueño siguieron otros.

🌿 Las siguientes citas

Maximiliano la llevaba a parques escondidos, a cafeterías tranquilas, a bibliotecas antiguas.
La trataba con paciencia, con respeto, como si fuera un tesoro frágil que debía ser protegido… y al mismo tiempo como una mujer que él deseaba entender.

Nunca la hizo sentir menos por su cojera.
Nunca la apuró.
Nunca la ridiculizó.

Amalia se enamoró.
Poco a poco.
Sin darse cuenta.
Sin medir las consecuencias.

Y Maximiliano… la miraba como si fuera la única luz que quedaba en un mundo donde él ya no creía demasiado.

A veces aparecía en el orfanato, llevando cajas de frutas, libros, ropa, lo que hiciera falta.
Las monjas lo adoraban.
Los niños saltaban encima de él como si fuera una montaña humana.
Y Amalia, viéndolo allí, mezclado con su mundo, sentía algo parecido a la felicidad más pura.

💍 La propuesta

No pasaron muchos meses.
Tal vez debieron pasar más.
Tal vez fue rápido.
Tal vez fue una locura.

Pero esa tarde, cuando Maximiliano la llevó al jardín detrás de Saint Clare, Amalia nunca imaginó lo que estaba a punto de ocurrir.

El sol se filtraba entre los árboles, y el viento olía a jazmín.
Ella estaba sentada en un banquito de piedra, riéndose de algo que él había dicho, cuando lo vio arrodillarse.

Arrodillarse.

El corazón le golpeó tan fuerte que creyó que se desmayaría.

—Amalia… —su voz sonó más vulnerable que nunca—. No sé cómo lo hiciste. No sé cuándo. Pero entraste en mi vida y… lo llenaste todo.
Quiero cuidarte. Quiero que te sientas segura. Quiero que nunca vuelvas a preguntarte si mereces amor.
Porque lo mereces. Todo.
¿Te casarías conmigo?

Amalia se llevó las manos al rostro.
Los ojos azul turquesa le brillaron como si guardaran un mar dentro.

—¿Con… conmigo? —preguntó con un hilo de voz.

—Contigo —repitió él, firme—. Solo contigo.

Las monjas observaban a escondidas desde las ventanas.
Los niños contenían la respiración tras los arbustos.
Y Amalia, temblando, dijo la palabra que cambiaría su destino:

—Sí.

Maximiliano la abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera.

La inocencia de Amalia no sabía que ese “sí” abriría las puertas de un mundo completamente distinto.
Uno lleno de amor, sí.
Pero también de secretos.
De sombras.
De deseos prohibidos.
Y de un hombre que no estaba acostumbrado a perder… ni a compartir lo que consideraba suyo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.