La Inocencia de Amalia

Capítulo 9

— A distancia, pero nunca lejos

Amalia no había llegado muy lejos.
Estaba sentada en una banca frente a un pequeño parque, con las manos apretadas sobre el regazo y la mirada perdida en el movimiento de las hojas. Su delantal aún tenía restos de harina, como si se negara a dejarla ir del todo.

Escuchó pasos.

Al voltear, vio a Clara Dubois avanzar con el ímpetu de una tormenta elegante. El viento le agitaba el cabello oscuro y su respiración era rápida, como si hubiera corrido desde la mansión.

—¿Cómo se te ocurre irte así? —reclamó sin preámbulos.

Amalia bajó la mirada.

—Tu hermano tiene razón… no debería estar cerca de Abigail.

Clara bufó, frustrada.

—Mi hermano no siempre tiene razón. Y cuando la tiene, la usa para herir. Él… está roto a su manera. No lo justifica, pero lo explica.

Amalia no dijo nada.
Sabía lo que era estar rota.

—Escucha —continuó Clara, suavizando la voz—. Abigail te necesita. Antes de que llegaras, la niña apenas probaba bocado. No jugaba. No hablaba. Tú la despertaste.

—Pero su padre está en casa ahora —susurró Amalia—. Eso la ayudará.

—No como tú —replicó Clara con firmeza—. André no sabe tratar a un niño… todavía. Le tiene cariño, sí, pero sigue siendo un soldado de sus propios principios.

Amalia tragó saliva.

—Entonces… ¿qué quieres que haga?

Clara se acercó, tomó sus manos y las apretó.

—Quiero que sigas cuidando de Abigail.
A distancia.
Como tú puedas.
Como él no pueda prohibirlo.
Amalia sintió que algo cálido, muy similar a la esperanza, se encendía en su interior.

No pasaron ni veinte minutos cuando una vocecita agitada irrumpió en el parque.

—¡Amalia!

Abigail corría torpemente hacia ella, con su abrigo mal abrochado y una niñera desesperada intentando alcanzarla. La niña se lanzó a sus brazos como si hubiera pasado años buscándola.

—No te vayas —sollozó, aferrándose a su cuello—. No me gusta cuando no estás.

El corazón de Amalia se partió en mil pedazos.

La abrazó con fuerza, aspirando ese aroma a vainilla y crayolas que siempre llevaba.

—Pequeña… no voy a desaparecer.
Prometo que estaré contigo.
Aunque no esté en tu cuarto… voy a seguir cuidando de ti.

Abigail levantó la cara, los ojos llenos de lágrimas.

Clara intervino con voz suave:

—Abby, cariño, vamos a dejar que Amalia descanse hoy.

La niña dudó… pero finalmente abrazó a Amalia una vez más antes de dejarse guiar por la niñera.

Cuando se alejaron, Clara suspiró.

—Con tu permiso, no pienso volver a dejar que mi hermano decida por todos en esa casa. Abigail no puede perderte. Y… —añadió con una media sonrisa— tampoco yo.

Amalia sonrió débilmente.
No era lo que su corazón quería.
Ella hubiera deseado quedarse en esa mansión, cocinar, cuidar a la niña, sanar poco a poco en ese ambiente cálido.

—Gracias por venir por mí —dijo en un susurro.

Clara apretó su mano.

—Gracias a ti por devolverle el color a la vida de Abigail.




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