VISIÓN SEGUNDA:
Hay un pez naranja muy pequeño encerrado en un armario de madera lleno de agua, que hace como de pecera.
- ¿Lo sentiste real? – Me pregunta la señora Gil antes de beber un sorbo de agua.
- No lo sé. – Respondo entre lágrimas. Un nudo me asfixia y, por si fuera poco, siento que las palabras no salen de mí, sino que más bien entran por mi garganta y rasgan mi ser. Quiero sentir la paz con la que otros muchos viven, viajar a un Inframundo de ensueño en el que mi conciencia no torture a mi cerebro con imágenes traumáticas e irreales. Aquella cabra y aquel pirata no existían, yo lo sabía porque no podría ni rozarles. Tenían un poder sobre mí más allá de lo físico. Tenían la capacidad de abrirme mentalmente y ahogarme en un vaso medio lleno. Yo quería gritar, llorar, nadar... La coraza que me protegía se abrió allí.
- ¿Has tenido alguna relación con los animales en tu vida?
- ¿Se refiere a la cabra? – Pregunto mientras limpio mis mocos con la manga de la camiseta.
- Melea, me llamo Olga, de tú a tú. – Dice con una sonrisa tranquilizadora.
- ¿Te refieres a la cabra? – Ella asiente. - Jamás he tocado una. Vivo en una ciudad fría, llena de humo y lejana al campo. Lo más parecido a una cabra que he acariciado es un caniche. – Digo soltando una carcajada de desilusión.
- ¿Te gustaría vivir en el campo, Melea? – Pregunta tendiéndome un pañuelo. Me encojo de hombros. - ¿Te gusta vivir en la ciudad?
- Me conformo. – Respondo mirando uno de los cuadros del muro del fondo: es una de las "Líricas" de Kandinsky. La sala es cuadrada. La pared está pintada de blanco y hay muchas ventanas a mi derecha. Yo estoy sentada en un sofá gris pegado a una de las paredes. La puerta está a la izquierda, cerrada, y Olga Gil, la psicóloga, está en frente de mí.
- Melea, la sesión de hoy ha terminado. – Indica levantándose de su asiento. – Ya puedes marcharte a casa. – Concluye abriendo la puerta. Yo me levanto y abandono la sala. – Hasta el próximo día. – Se despide con una sonrisa de oreja a oreja.
Atravieso la sala de espera y, después de saludar al recepcionista, salgo de la consulta. Bajo las infinitas escaleras del edificio, que tiene siete pisos. Salgo a la calle y respiro. La noche ha sumergido mi urbe en la más tenebrosa de las calmas. Aún quedan algunas personas, en su mayoría jóvenes universitarios, bailando por las calles. Yo, que no tengo ganas de volver a casa, me acerco a un parque pequeño y solitario que hay cerca de la consulta de Olga. El recinto, escondido entre dos edificios y al lado de una vía peatonal, está repleto de árboles que dan sombra y tiene unas pocas farolas, algunas fundidas.
La visión del pirata y la cabra fue temerosamente extraña. Yo lo viví como si sucediera realmente; sin embargo, pensándolo ahora en frío, no había nada, era yo que llenaba un vacío con mis espeluznantes "bichos", todos salidos de mi cabeza. Las sesiones con Olga me ayudaban a entender que no me esperaba ninguna cabra a la vuelta de la esquina y que, poco a poco, todo se disolvería y quedaría como una anécdota. Jamás había tenido problemas de ese tipo. Recuerdo que, siendo niña, pintarrajeaba en mis cuadernos seres siniestros e individuos "hada-madrinos" que conversaban entre ellos cuando yo cerraba la libreta. Bueno, esto último puede que me lo inventara yo. Mi creatividad era alucinante, chorreaba creatividad. Ahora, puede que no tanto, mas mi espíritu imaginativo persiste, aunque sea de la forma más estremecedora posible.
Suspiro. "Todo pasará" me susurro. Los árboles están verdes, color esperanza dicen, y eso me alivia, aunque poca relación tengan las estaciones con mis problemas. Me siento en un banco metálico y saco el móvil de mi bolsillo: ningún mensaje. Un sonido me alerta. Ha sido parecido al del choque de unas piedras. No quiero levantar la cabeza. ¿Y si es otra vez el sucio pirata? ¿Y si es la horripilante cabra? "Ay, Dios... Ay, Dios..." se altera mi Melea interior. Aprieto las manos e intento contener la respiración. "¿Y si es solo alguien normal y corriente?" me digo por dentro. Finalmente, me armo de valor y, agarrando mi pantalón con fuerza, lo hago. Hay un individuo sentado en el banco de mi izquierda que está fumando.
- ¿Asustada, niña? – Me encara. No respondo y se genera un extraño silencio que, sorprendentemente, acerca nuestras almas. Al menos, eso se siente: una calma que nos conecta. Si bien antes estaba sumida en un pavor gigantesco, ahora me encuentro relajada, templado mi miedo. – Deberías irte a casa.
- La noche no me asusta. – Replico sin mirarle a los ojos. Él se ríe y yo bufo. No quería empezar la conversación, pero lo he hecho. "Idiota" me digo a mí misma. Me fijo en los árboles y arbustos que tengo en frente, están mal podados.
- No me ha parecido eso antes, cuando me has visto. – Oigo que se levanta y sus pasos suenan más y más cerca de mí. "Mierda". Le miro: es un chico muy alto y robusto, cuyo rostro no se distingue muy bien y lo único que destaca es una barba corta "a lo ancla", y su nariz ligeramente apuntada. Se sienta al otro lado del banco, dejando un espacio de seguridad entre ambos. Con sus dedos agarra un cigarro. – Hasta "Juan sin miedo" tenía miedo. – No digo nada. ¿A qué se refiere? Frunzo el ceño. - ¿No lo has leído? – Permanezco inmóvil pensando en si irme sería lo mejor. El chaval no transmite mala onda, mas una no puede fiarse. – Personas como tú extinguiréis a la especie humana. – Noto un ligero pronunciamiento especial en sus palabras.
- Tú no eres de aquí. – Replico evadiendo el tema.
- Ni que eso fuera importante. – Me guiña un ojo. Calada y humo. El olor no es de tabaco.
- ¿Eres consciente de...?
- ¿La pasma? – Me interrumpe y, luego, yo asiento. – Sí. Me gusta tomar riesgos. – Niego con la cabeza. - ¿A ti no?
- Prefiero evitar una noche en el calabozo. – Cruzo los brazos.
- Eres un angelito, entonces. – Calada y humo. – Los ángeles viven por el día, no por la noche. – Dejo los ojos en blanco y suspiro. – Encantado de conocerte, Virgen María, me llamo Blai. – Se presenta tendiendo su palma con aires de supremacía. ¿Blai? Nombre catalán, él es catalán. Una aprende mucho viendo páginas de bebés.
- Melea. – Suelto sin mostrar el mínimo interés por estrechar su mano.
- Es un nombre guay. – Me confiesa extendiendo su brazo por el respaldo del banco. Observo cómo mueve la boca: es curioso, habla como de lado. - ¿Qué significa?
- ¿Guay? Significa miel... - Contesto antes de ser cortada por mi móvil, que comienza a sonar. Mi padre me llama, pero paso de contestar. – Tengo que irme. Un gusto hablar contigo. – Me despido precipitadamente antes de levantarme.
- ¿Volverás? – No contesto, doy media vuelta y me marcho. - ¡Adiós, abejita! – Me grita desde el banco. No puedo evitar la risa... "Idiota" susurro.