La inspiración de Axel Malik

Capítulo diez.

"Encuentra lo que amas,

y deja que te mate."

-Charles Bukowski

Axel.

Ella estaba molesta.

Más que eso, estaba furiosa.

Ahora temía ir a Francia para verla, no quiero ir si eso significa volver sin una oreja.

Mierda, qué desastre.

No debí ignorarla todo este tiempo, ¿cierto? Sí, probablemente.

—¿Prometes avisarme cualquier cosa que suceda con ella? —le pregunto mientras caminamos por el largo pasillo de la clínica.

La escucho resoplar junto con sus tacones resonar en el piso, en un segundo se encuentra delante de mí con las cejas fruncidas y un puchero de fastidio.

—Has preguntado eso cinco veces ya.

Me detengo solo para tomarla de los hombros, la morena delante de mí pestañeó confundida con mi abrupta acción.

—Audrey, esto es importante para mí, ¿de acuerdo? Te estoy poniendo en las manos una de las personas que me importa en la jodida vida —trago en seco, observándola—, nadie más sabe de esto, ¿entiendes? Nadie sabe de ella. Así que, por favor, prométeme que me vas a avisar si algo llega a suceder referente a ella.

Queda aturdida con mis palabras, tal vez la seriedad con que las digo influya un poco. Pero necesito hacerle entender que lo que sucede ahora no es algo para tomarlo a la ligera.

Me iré a Francia y no pienso volver a dejarla sola. Todo ese tiempo en Londres solo lo pasaba al teléfono para saber sobre ella, agradezco a Dios que nunca sucedió algo malo.

Solo que a veces no comía suficiente y no quería tomar los medicamentos, no obstante, terminaba en una larga llamada con Margot que, a pesar de no recordar con quién hablaba por teléfono, me ponía atención.

Tal vez sea cierto eso de que la sangre llama.

—Tranquilo. Te prometo que te avisaré cualquier cosa mientras estás en Francia —asiento en un suspiro—, pero antes de que te vayas tienes que saber que debes de dar una entrevista en pantalla explicando lo que sucedió, ¿sabes?

Asiento en una mueca.

—Lo sé, tengo una fecha en mente para también hablar sobre las nuevas pinturas que planeo exponer al mundo —suspiro, pasando mis dedos por mi sien—, prometo que al volver me encargaré de todo.

Asiente, Audrey me mira suavemente para luego sorprenderme con un abrazo, el cual sigo sin pensarlo.

Tal vez eso es lo que necesitaba. Un abrazo en lugar de palabras.

—Todo estará bien, ¿ok? —asiento sin separarme un segundo de ella—, solo ve a Francia y distráete un poco, que lo que viene luego será difícil. Pero descuida, yo nunca te dejaré solo, Malik.

Suelto una pequeña risilla que suplanta el gemido roto que amenazaba en salir.

—Gracias —sorbo mi nariz alejándola de mí, acaricio sus rizos que más de una vez me dijo que no tocara—. Tal vez nunca te lo dije pero eres más que mi manager, ¿lo sabes, no?

Rueda los ojos, tomando mi brazo junto al suyo para obligarnos a seguir caminando. Pese a que pareciera que le resta importancia, noto que limpia disimuladamente sus ojos.

—Deja de ser tan sentimental, Malik.

—Deja de ser tan ruda, Jones.

Sonreímos, a sabiendas de que eso nunca pasará. Llegamos a su habitación en un abrir y cerrar de ojos, me aferro a Audrey con miedo de que ella reaccione mal ante una cara nueva.

No le agradaban en absoluto las personas nuevas.

—Vamos, niño —susurra, trago en seco empujando el nudo en mi garganta—. Tranquilo, Axel.

—Bien —exhalo, abro la puerta.

Me recibe la iluminación que entra de las ventanas, el sonido de la tv junto con el olor a medicamento y alcohol.

Hago un amago de sonrisa al encontrarla tejiendo con las mismas agujas que le regalé, una enfermera se encuentra arreglando su ropa sin dejar de mirarla. En cuanto me nota, se acerca.

—Hola, Axel —asiento en saludo, sonríe amablemente sin dejar de mirarme—, ya que estás aquí, iré a revisar otros pacientes.

—Gracias —murmuro lo suficientemente alto.

Sus ojos llegan a mí, derribándome. Me acerco a ella dejando a una Audrey confundida en la puerta, me agacho a la altura de la silla. Me aferro del porta-brazos sin dejar de mirarla.

—Hola —me sonríe provocando que esas arrugas en las esquinas de sus ojos se eleven—. ¿Cómo estás?

Inhalo.

—Hola, Margot —me obligo a decir—. Yo estoy muy bien, ¿y tú? ¿Cómo te tratan aquí?

—¡Muy bien! Aunque no quieren hacerme el pastel de carne que una vez me dieron, estaba delicioso, creo que fue un nuevo cocinero pero terminó yéndose del hospital... ¿crees que vuelva a verlo?

Siento mis ojos arder mientras asiento, carraspeo.

—Sí... —susurro—, estoy seguro que lo volverás a ver.

Estoy frente a ti, abuela. Mírame bien y dime quién soy.

—¿Ella es tu novia? Es muy bonita —sonrío mirando a Audrey, la misma que se acerca tragando saliva—. Hola, linda.

Sonrió.

—Hola, señora. Un gusto conocerla —extiende su mano hacia Margot, misma que la tomó enérgicamente sin dejar de mirarla—. Usted es muy hermosa.

—¡Ni que lo digas! De joven quería rizar mi cabello de la misma manera que tú y nunca pude, los muy necios son demasiados lacios —carcajea.

Audrey la imita, creo que comenzaba a sentirse un poco más en confianza. La observo en silencio mientras reía.

—Margot, ella es una amiga —aclaro suavemente, llamando su atención—, vine para que la conocieras y se volvieran amigas.

De repente frunce el ceño, sin dejar de observarnos a los dos. Le ofrezco una sonrisa pequeña que ella termina devolviéndome.

—Tienes una bonita sonrisa, niño. Me recuerdas a alguien —susurra, ahora confundida—. Solía ser... solía ser...

Entonces supe que tenía que intervenir, cuando comienza a intentar recordar se termina frustrando, eso equivale a gritar y lanzar cada cosa que esté cerca de ella.




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