Mi corazón se rompe un poco
cuando escucho tu nombre.
-When I Was Your Man
Axel.
¿Qué demonios pasa conmigo?
¿Cómo es posible que haya olvidado todo lo que ella me hizo al verla encogerse de dolor por los cólicos?
No tenía que hacerme esa pregunta, sabía la razón. Yo más que nadie sé cómo son sus cólicos, en más de una ocasión estuve con ella y corrí como un desesperado por medicamentos para estos.
Suspiro, verla así solo pudo traer a flote recuerdos que quería hundir, y sé que a ella le pasó lo mismo. Me dio esa mirada.
Como si quisiera desnudarme en medio de la cocina.
Niego, removiendo la cabeza de un lado a otro. Recordándome una y otra vez porque debía de comportarme indiferente con ella.
Pero no soy un hijo de puta, y por más que quisiera odiarla todo se fue al carajo al notar sus ojos cristalizados y su rostro contraído de dolor.
Dios, la fuerza inhumana de la que tuve que aferrarme para no abrazarla a mí.
—Axel —alzo la vista—. ¿Cómo estás?
Le sonrío en respuesta sin poder evitarlo, se veía mucho mejor que la última vez que lo ví en esa boda.
—Alejandro, todo bien, ¿y tú? —le hago seña para que se siente a mi lado.
La mansión Müller era gigantesca y contaba con un enorme patio con un jardín precioso y espacioso que estoy seguro Irina disfrutará de jugar en un futuro.
Pese al frío de enero y la nieve decorando todo a su paso, me encontraba disfrutando la vista desde la ventana un poco abrigado. La mansión era cálida, pero aún mis huesos temblaban de frío.
—Estoy congelándome el culo —gruñe sin dejar de mover las palmas entre sí—. Odio el frío.
Sonrío, en cambio a Michelle le encanta. Nada más había que verla anoche formando un muñeco de nieve en el patio mientras Arthur solo la miraba como un idiota y le daba la nieve junto con su bufanda para vestir al muñeco.
—Supongo que los hermanos no tienen siempre el mismo gusto —bromeo divertido.
Una sonrisa pequeña aparece en su rostro, mirar a Alejandro es como estar mirando a Michelle pero con unos rasgos masculino y una que otra cicatriz en el rostro. Sin contar la oscuridad en sus ojos.
A pesar de que habían pasado todo eso juntos, pareciera que la peor parte la llevó él. No había una chispa de gentileza y bondad como Michelle tenía en su mirada.
A él no le parecía quedar nada de eso.
—Michelle ama el frío desde que es pequeña —alza los hombros, restándole importancia. De repente frunce las cejas—. Lo que no recuerdo es por qué.
Trago saliva, su falta de memoria de su infancia me acordaba a cierta mujer en Estados Unidos.
No quisiera saber qué se siente vivir sin poder recordar la mitad de tu vida.
O toda ella.
—Dale tiempo —comento, ganándome una mirada desconcertada—. Los recuerdos, dale tiempo. Quizás si vas con ayuda puedes recuperarlos, ¿sabes?
Sus músculos se tensa debajo de ese abrigo negro que lo cubría, no sabía si teníamos la confianza para hablar de esto. Pero la cosa es que ya lo sabía, y por más que intente negarlo, el chico al lado de mí es hermano de mi mejor amiga.
Él es importante para ella, por lo que también era importante para mí.
—Ese es el problema, Axel, no sé si quiero recuperarlos —hago una mueca, asintiendo—. ¿Qué tal si no es nada bueno lo que me espera? Prefiero vivir en la ignorancia por ahora.
Afirmo, podía entender a lo que se refiere. El miedo a lo desconocido a veces nos paraliza, y él estaba aterrado. Y lo puedo entender.
¿Qué persona quisiera saber qué le ocurrió a él y a su hermana de niño para terminar en un orfanato y más adelante en la calle?
Sin contar esos meses en la cárcel.
La vida de ellos dos había sido tan difícil, y solo eran niños.
—¿Y si Michelle quisiera recuperarlos?
Alza los hombros, pero una sonrisa pequeña se asoma en sus labios. No podía contar todas las veces que sonríe cuando menciono a su hermana, aparentemente, la adoración de Alejandro Stone era su propia hermana.
—Michelle siempre ha sido muy curiosa, probablemente quiera investigar todo y probablemente lo esté haciendo. Pero yo no, Axel, no quiero saber qué ha pasado con mis padres o qué pasó con ellos. La verdad, prefiero enfocarme en mi libertad y todo lo que puedo hacer ahora que estoy libre.
Suspiro, ya era tema cerrado.
—De acuerdo.
(...)
El teléfono vibra en mis bolsillos mientras remuevo los macarrones con queso que preparaba para Michelle. Bajo el fuego para luego tomarlo en mi mano, el número de Audrey junto con su nombre aparece en pantalla.
Trago en seco, con el corazón desbocado ante la idea de que algo ha pasado mientras no estoy.
—Audrey, ¿qué pasa? ¿Margot está bien? ¿Sabes qué? Iré para allá —su voz me detiene.
Niño, cálmate. Dios, solo llamo para saber cómo van las cosas.
Suspiro, cerrando los ojos de alivio. Sigo atento a los macarrones para luego dirigirme al horno, donde había dejado horneando las donas de avena que inconscientemente me puse a preparar cuando la escuché hablar de mí con Irina.
Maldita sea, Christine, sal de mi cabeza.
—Bien —contesto bajo.
Las donas se veían deliciosas, y solo faltaba el chocolate que ya estaba derretido.
¿Solo bien?
Pestañeo, se escucha realmente curiosa por saber. Exhalo, apoyando la mano en la encimera con las cejas fruncidas.
Me había pasado algo que no dejaba de atormentarme.
—De acuerdo, no. Yo... tenía un bloqueo antes de venir a Francia, no podía pintar o dibujar nada. Absolutamente nada, y de repente...
Tu bloqueó cesó.
Editado: 22.09.2024