Invierno del año 1237. Riazán.
El primer viento de la muerte llegó junto con los refugiados de la estepa. Hablaban de jinetes que no se detenían, de fuego que devoraba ciudades. Pero en Riazán no les creyeron: ¿cómo podrían ser vencidas las sólidas murallas de roble? ¿Cómo podría quebrarse la espada rusa?
El príncipe Yuri Ingvarovich escuchó a los mensajeros con escepticismo:
—Los ataques tártaros no son ninguna novedad. Ya los hemos derrotado antes, resistiremos otra vez.
Pero cuando llegaron los emisarios de Batú, exigiendo sumisión y tributo en oro, caballos y mujeres, quedó claro que no era solo otra incursión más.
El voivoda Evpati Kolovrat, alto y fornido, apretó los dientes y se dirigió al príncipe:
—No han venido a comerciar. Han venido a quemarlo todo.