La invasión mongola

La defensa de Kolomna

Kolomna, febrero de 1238.

Tras la caída de Riazán, la noticia de la invasión tártara se extendió rápidamente por toda la Rus. En Kolomna, un importante bastión en el camino hacia Moscú, sus habitantes dieron la voz de alarma. El príncipe Dmitri, un comandante valiente y decidido, sabía que la ciudad debía resistir a cualquier precio. Días antes de la llegada del ejército sitiador de Batú, Kolomna ya estaba preparada para la batalla.

Dmitri observaba las imponentes murallas de su fortaleza. Ordenó cerrar todas las puertas, reunir refuerzos de las aldeas cercanas y armar a todo hombre capaz de empuñar un arma. Sin embargo, incluso con toda la preparación, no podía ocultar su preocupación. Había visto cómo caían otras ciudades, cómo el poder de los mongoles crecía sin cesar.

Los guerreros se preparaban para el primer ataque. El sol de la tarde brillaba bajo, reflejándose en los enormes arietes de madera que los tártaros usarían para derribar los muros. Kolomna era una ciudad pequeña y, aunque sus defensas eran fuertes, resistir por mucho tiempo sería difícil.

—Vienen… —susurró uno de los jóvenes soldados al ver el horizonte.

Dmitri alzó la vista y vio la oscura ola de jinetes tártaros extendiéndose por la llanura. Cabalgaban sobre grandes caballos negros, como una tormenta que cubría el cielo. Solo quedaba resistir con firmeza… y tal vez, incluso vencer.

Las tropas mongolas llegaron a las murallas y la primera flecha surcó el aire. Era solo una prueba de la defensa. Pero en cuanto los primeros escuadrones tártaros cargaron, los arqueros de Kolomna los recibieron con una lluvia de flechas. En respuesta, los invasores trajeron gigantescas máquinas de asedio, incluido los mismos arietes que ya habían destrozado tantas otras murallas.

El príncipe Dmitri, de pie en una de las torres, alzó su espada. Con cada minuto que pasaba, su determinación crecía. Kolomna no debía caer. La batalla fue feroz. En todas las puertas de la ciudad, los defensores luchaban con lanzas y arcos. En algunos puntos, los mongoles lograron abrir brechas en las murallas, pero la resistencia de Kolomna fue ejemplar.

Sin embargo, los mongoles no tenían prisa. Sabían que Kolomna era solo una puerta hacia el camino occidental. Así que comenzaron el asedio.

Pasó un mes.

Durante varias semanas, la ciudad resistió con valentía, soportando ataques y constantes golpes de los arietes. Pero todos sabían que el tiempo se agotaba. Dmitri no podía esperar más y tomó una decisión desesperada.

En la noche, cuando los tártaros se preparaban para un nuevo asalto, Dmitri ordenó abrir una de las puertas y lanzó su ejército en una contraofensiva. Los guerreros de Kolomna salieron de la fortaleza y, por primera vez, atacaron a los mongoles desde un flanco inesperado.

Pero la diferencia de fuerzas era abrumadora. Los enemigos se reagruparon rápidamente y, aprovechando su superioridad numérica, rompieron la defensa. Kolomna, finalmente, tuvo que rendirse.

El príncipe Dmitri cayó en combate, defendiendo la última torre. Su muerte se convirtió en leyenda entre los guerreros de la Rus.



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En el texto hay: mongola

Editado: 28.03.2025

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