La Invitación

Siete [Rory]

Cato me alcanzó en la habitación de Jax e Iria. No había signos de pelea ni nada que indicara que había ocurrido algo extraño: la cama estaba deshecha y había una botella de vino junto a dos copas descansando en la mesa de noche. Una vela con aroma a té verde, el favorito de Jax, seguía encendida sobre el tocador derritiéndose sobre la madera. Me apresuré a apagarla, agradeció de que no hubiera quemado nada. Al parecer, la fuerza del vacío del recibidor no había llegado hasta allí, pero a mis madres adoptivas no se las veía por ninguna parte. El elfo me dejó buscar bajo la cama y dentro del armario sin decirme nada, y aunque sabía que era estúpido y que no las encontraría, no me quedaría tranquilo hasta que no hubiera revisado cada recoveco de la casa.

—Rory, es suficiente —me dijo luego de que corriera la cortina de la ducha para buscarlas allí.

No fueron sus palabras, sino su toque lo que me hizo reaccionar. Hasta ese momento me había sentido en una pesadilla: la última hora no tenía ni pies ni cabeza, habían ocurrido tantas cosas extrañas que incluso yo, que tenía un pensamiento muy flexible, estaba espantado. La sensación de irrealidad se había apoderado de mí, pero la mano de Cato sobre mi hombro consiguió anclarme a la realidad por el tiempo suficiente para que todo me cayera encima, aplastando mi espíritu de tal forma que lo único que pude hacer fue echarme a llorar. No tuve tiempo de sentirme avergonzado ni tenía la voluntad de detenerme, no me importaba si quedaba en ridículo: estaba aterrorizado, confundido y solo

—¿Quiénes las tienen? —lo acusé—. Sé que lo sabes.

—Áine, o cualquier otro elfo, hada o duende que haya cruzado desde el Bosque —dijo simplemente—. No tengo forma de saberlo. Ya te lo dije, quieren la piedra para abrir el portal.

—¡Entonces se la daré! —estallé. Qué me importaba a mí si abrían sus estúpidos portales o no. Quería a mis nuevas madres de vuelta—. ¡Y te entregaré a ti también si tengo que hacerlo! ¡Sabías que esto pasaría y no lo impediste!

—¡No podía impedirlo! —se defendió, igual o más indignado que yo—. Ni siquiera puedo quitarte mi propia maldición.

Me tardé un momento en darme cuenta de lo que estaba diciendo.

—¿Tu maldición? —escupí con rabia—. ¿Tú hiciste esto a propósito?

Me levanté la camisa y comencé a tirar de las hojas como desquiciado. La piel se me rompía ante la fuerza desmedida que estaba usando mientras las raíces apretaban más y más sobre mi caja torácica. Me arañé el pecho con locura hasta que Cato tiró de mis manos, volviendo a espabilarme y no me las soltó por mucho que intenté liberarme.

—¡Ya basta!

—¡Eres un traidor! —lo acusé—. ¡Eres un maldito!

—¿Cómo voy a ser un traidor? —preguntó con aparente calma. Todavía no me soltaba—. No fue nada personal, puse esa maldición hace décadas, ni siquiera existías.

—¡Es igual! —dije empujándolo, por fin logré que dejara de sujetarme, pero no se inmutó y yo tampoco me aparté. Estábamos parados muy cerca el uno del otro, aunque al parecer era el único que notaba la proximidad.

—Cálmate —me pidió. Se estaba controlando, no estaba de humor, pero estaba obligándose a tener paciencia—. No vas a recuperar a Iria y Jax golpeándome.

—Tampoco voy a recuperarlas de ninguna otra forma, gracias a ti.

—Mira, tú no me agradas y es evidente que yo tampoco te agrado a ti, pero yo necesito cerrar el portal y tú necesitas recuperarlas, así que te propongo una tregua.

Escucharlo decir eso me cayó como una piedra en el estómago. A mí si me agradaba, moderadamente, al menos, pero no podía preocuparme por eso en aquella situación. A pesar de la molesta, no dije nada.

—No confío en ti.

—No necesitas confiar en mí —explicó sin intentar convencerme—. Nos necesitamos mutuamente, eso es todo. Si recupero la piedra y la destruyo, el portal se cerrará y no habrá razones para que se queden con Iria y Jax, ya no serás un sujeto de interés. Primero nos encargamos de eso, luego, de ellas.

—¿Y cómo sé que no me dejarás después de cerrar el portal? —inquirí—. Ya me dijiste que ni siquiera te agrado.

Me avergoncé de inmediato de haber soltado aquello. No necesitaba saber lo triste que me había puesto.

—Eres insoportable —soltó, pero estiró sus dedos y estos se iluminaron en la punta. Las luces blancas sobre sus pómulos volvieron a aparecer y cuando tomó mi mano, esta también se iluminó—. Prometo ayudarte a recuperar a Jax e Iria después de cerrar el portal.

Sentí un hormigueo intenso en los dedos, como si me quemara por dentro. La luz sobre mi mano se apagó de sopetón, igual que las pecas y los dedos de Cato. La solemnidad del momento se deshizo en el aire, todavía estábamos muy cerca el uno del otro.

—Cierra la boca —se burló al ver mi expresión.

—Mi mano se encendió —expliqué, como si no lo hubiera visto él mismo.

—Eso hacen durante un juramento. Ahora, vamos. La noche es el mejor momento para rastrear la magia.

 

El mercado estaba llegando a su fin; la mayoría de los vendedores se habían retirado y los pocos que quedaban llamaban a los transeúntes sin mucha energía. Las pocas personas que todavía paseaban por ahí iban perdidas en su mundo, muy enamorados o hundidos en sus propios problemas para darse cuenta de que el resto de la ciudad ya se había ido a dormir. Cato caminaba con aparente tranquilidad, pero podía ver cómo sus orejas, ahora redondeadas, se movían de atrás para adelante buscando algo que nadie más podía percibir. Sus fosas nasales se abrían también tratando de captar aromas imperceptibles pero por más que me esforzaba cualquier cosa que nos sirviera se me escapaba.



#409 en Fantasía
#57 en Magia

En el texto hay: fantasia, lgbt, romance lgbt

Editado: 25.05.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.