La Ira de Fyros (serie Voces de Deonnah)

Capítulo 4

Danaria se aferró con fuerza a la cintura de Yxos y se volvió, observando a los mythanos que los acompañaban sobre sus caballos. No eran demasiados, pero todos ellos eran poseedores del don de la magia y por tanto, no debía subestimar su presencia ni tampoco su número. No obstante, pensaba en Saysa y Tyrion, deseando que ambos hubieran tenido más suerte buscando ayuda en las ninfas guerreras del Tinma, hijas de Panteón, al fin y al cabo.

—¿Qué se supone que harán? —preguntó Danaria—. Los mythanos, quiero decir. No son guerreros. Siempre oí que sus dones tenían como fin ayudar.

—Así es. Pero tus amigos ya fueron a buscar guerreros. No hacían falta más.

Danaria guardó silencio, poco convencida con las explicaciones de Yxos. ¿Acaso las fuerzas que Saysa y Tyrion lograsen sumar resultarían suficientes contra el temible imperio fortalezano y su sanguinario ejército? Solo pensar en ello le helaba la sangre.

Cuando llegaron a la explanada donde se ubicaba el acceso a Mynsal, una espesa niebla los recibió y de nuevo, Danaria temió un nuevo desastre natural. Habían liberado al minotauro y Fyros debía haber visto aplacada su ira, pero un dios olvidado por todos durante tantos años bien podría reclamar algo más para ver resarcido el mal del que se sentía víctima. ¿Un derramamiento de sangre, quizás?

El sol había quedado convertido en apenas un puntito de insignificante luz en las telarañas de la bruma. Yxos bajó del caballo con rapidez y ayudó a Danaria a hacer lo propio. Los mythanos que los habían acompañado se detuvieron también y avanzaron tras sus pasos algo más rezagados.

Danaria corrió escaleras abajo, dando gracias a los dioses por el pronto regreso que les concedía aún unas pocas horas para preparar el ataque. Al llegar a la ciudad, fueron muchos los que le salieron al paso, lanzándole un sinfín de preguntas y mostrándole su malestar y angustia ante la situación que se avecinaba. Yxos era objeto de otro tipo de miradas y comentarios: recelo, miedo. Danaria avanzó como una embestida hasta que hubo llegado a la modesta casita de Yareus. Un joven le abrió la puerta cuando hubo llamado, y su rostro compungido fue una muda comunicación.

Danaria lo apartó con cuidado y entró hasta el humilde camastro de Yareus, donde el hombre ardía en fiebre en un estado de aparente inconsciencia. Yxos la siguió tímidamente.

—Maestro... soy Danaria. ¿Puedes oírme?

La joven alzó su cristalina mirada y se topó con el gesto grave de Yxos, que permanecía inmóvil en el umbral, por detrás del otro muchacho.

—Ayer cayó en un sueño profundo... —le explicó este a Danaria—. No ha vuelto a despertar. Y quizás sea lo mejor. Su viejo corazón, no soportaría lo que está por venir.

—Defenderemos la ciudad, Eris —respondió Danaria, más como un anhelo que como una convicción—. No va a ocurrirnos nada.

Como si aquellas palabras fuesen capaces de espolearlo, Yareus abrió los ojos despacio, y Eris se acercó rápidamente.

—Maestro... —murmuró Danaria—. Tienes que descansar. Déjalo todo en nuestras manos.

—Quiero... —balbuceó el hombro con un hilo de voz— quiero que tú... seas... la que lideres a Mynsal.

—¿Yo? Pero creí que... Saysa y Tyrion...

—No... sus disputas por la magia... tú...

Una fuerte tos le rasgó la voz y le obligó a guardar silencio de nuevo.

—Lo hemos entendido, Yareus —intervino Eris—. Seguiremos a Danaria. Pero no hables más, por favor. Debes descansar.

La interpelada tragó saliva y se puso en pie, temblorosa aún.

—Cuídalo...

—Descuida.

Corrió de regreso a las entrañas de Mynsal, seguida de nuevo por Yxos, que la observaba con el ceño fruncido. La joven lo abrazó, derrumbando sobre él toda la entereza que había tratado de mantener frente a Yareus. Yxos la apretó entre sus brazos y depositó un cálido beso sobre su cabeza, tratando de infundirle ánimo.

Los gritos y carreras de los mynsalianos, sin embargo, interrumpieron el momento. Danaria se apartó y observó su entorno con preocupación. Corrió en la misma dirección que el resto y sujetó a una mujer del brazo.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

—Las ninfas del Tinma han llegado —le anunció esta.

Danaria sonrió.

—Eso es fantástico. ¿Por qué...?

—Los mythanos no las dejan entrar.

—¿Cómo?

La mujer ya no volvió a responderle y continuó corriendo entre el caos. Danaria se volvió y buscó a Yxos con la mirada. El joven se llevó los dedos a las sienes y resopló. Después, se acercó más a ella y la sujetó suavemente del brazo.

—Tenéis que iros —le anunció él con poca voz.

—¿Irnos? ¿Adónde? ¿Por qué?

—Escúchame, Danaria. Mi hermano entrará aquí sí o sí. He estudiado con detenimiento las galerías que un día existieron. No hay ninguna que conduzca hasta Finnis pero los mythanos pueden crear un camino que surque las profundidades del mar de Talah hasta la isla y... allí construyeron una ciudad hace mucho tiempo de nombre Silas. Está oculta y a salvo.




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