La Isla de Hierro

Prólogo

El miedo a la gran batalla no se enseñaba: se respiraba.
En la Isla de Hierro, mi continente, los niños aprendían a blandir una espada antes de pronunciar palabra, y el martilleo de la fragua resonaba con más fuerza que el propio latido del corazón. Crecíamos con un único propósito: ser dignos de portar un Arma Legendaria. No por la gloria, no por la fama: porque fracasar jamás era una opción.

Los maestros nos hablaban de los cambiaformas, cuya furia devoraba hombres enteros; de los guerreros elementales, que encarnaban la brutalidad de la tierra, el fuego y el mar; de los psíquicos, astutos como serpientes invisibles; y de los invocadores, cuya sola presencia desataba terrores imposibles. Nos los relataban como mitos… pero la verdad era más simple y cruel.

Cada cuatro años, los líderes de los continentes enviaban a sus campeones a la Isla del Caos, un territorio maldito, devorado por la niebla y poblado por los hijos prohibidos de la mezcla: los mestizos. Allí vivían relegados, ocultos en la penumbra, considerados una amenaza para el equilibrio del mundo. Y cada expedición no era una guerra por la supervivencia, sino una cacería. Un ritual de purga. Los héroes de las historias que nos contaban no eran salvadores: eran cazadores.

La Isla de Hierro se aferraba a una tradición más antigua que la memoria: Las Armas Legendarias. Yo espcialmente a los Cuatro Espadachines, portadores de Caladbolg, Durandal, Kusanagi-no-Tsurugi y Excalibur. Cuatro almas destinadas, cada una con un propósito distinto: una para destruir, otra para proteger, otra para eludir, y otra para guiar. No eran elegidos por dioses, ni por profecías. Eran aquellos que se alzaban con la fuerza suficiente para reclamar la espada.

Y de cada expedición no dependía el destino de la humanidad, sino los beneficios, el dominio y la gloria que los líderes cosechaban para sí durante los siguientes cuatro años.

Así, la guerra dejó de ser un deber, y se convirtió en costumbre. El honor dejó de ser virtud, y se transformó en un ritual vacío. Las leyendas ya no hablaban de dioses ni de milagros, sino de la brutalidad del hombre, convertida en espectáculo para los que gobernaban desde lo alto.



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En el texto hay: misterio, aventura, accion drama

Editado: 22.09.2025

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