La playa se distinguía en sombras, el sol estaba llegando a su ocaso y el agua asemejaba oro fundido lamiendo la gris arena. El cielo estaba ardiente, de un rojo anaranjado, con pequeñas hebras de nubes negras arañando su superficie.
En la extensa playa, una solitaria figura caminaba lentamente, con sus cuatro largas y robustas patas, hundiéndose en la arena; parecía en extremo melancólica, ya que no dejaba de suspirar mientras miraba el agua.
Su especie, ¡qué poco sabía de la belleza de aquel paisaje marítimo! obstinándose todos en vivir en el interior de la isla, metidos en cuevas o cazando en la espesura.
La figura era la de un jovencito centauro, un adolescente que se sentía deprimido porque en su clan todavía no le dejaban acompañar a los fieros cazadores. Todos lo veían aún como a un niño y éste se sentía rechazado, su juventud le hacía desear aventuras, pero tenía que conformarse con quedarse relegado en el poblado para proteger a las mujeres, niños y ancianos... y eso lo entristecía.
Aquella tarde se había enfadado con su padre, hermano asimismo del jefe del clan, por aquel motivo, le había rogado que hablase con su tío y le pidiese que le dejara acompañarlos en la caza, pero su padre lo había agarrado cariñosamente por el codo y le había dicho que debía tener paciencia, que todavía le faltaba un largo tiempo para ser cazador, carecía de experiencia y que eso podía entorpecer a los demás. Él se enfadó, herido su orgullo y se había alejado trotando hacia la playa, donde sabía que nadie lo buscaría.
Le fascinaba el mar, con aquella extrema belleza; tanto podía estar en calma como ahora o mostrarse en toda su bravura, colérico, cuando había un día de tormenta y sus olas se alzaban imponentes, para caer con un ruido tan intenso que se podía oír a muchos kilómetros tierra adentro. Nunca entendió el porqué, pero desde potrillo siempre le había atraído.
Estaba a punto de marcharse, absorto en sus pensamientos, cuando algo hizo que detuviese la marcha y quedase alerta: un gemido muy débil salía de entre unas rocas, un poco más lejos de donde se hallaba. Él joven centauro avanzó hacia ellas con extrema curiosidad, vio un promontorio y alguien escondido y que lloraba medio oculto entre las sombras.
Ése alguien pareció percatarse de su presencia porque asustado paró de llorar, su respiración se volvió agitada y se arrastró pesadamente por la arena. El curioso joven no se iba a marchar sin ver de qué se trataba, por lo que se acercó hasta casi tocar las rocas y alguien o algo le arrojó arena a los ojos con tan mala puntería que él la esquivó fácilmente con un movimiento de cabeza.
-¡Ah! ¡no me hagas daño, te lo suplico!
Y entonces por fin pudo verla; era una sirena bastante más mayor que él y que lo miraba con el terror dibujado en su cara. Estaba apoyada en la piedra, encogida sobre sí misma y no parecía encontrarse demasiado bien.
- Que... ¿qué te ocurre? ¿Puedo a... ayudarte?- dijo él con voz vacilante, ya que jamás había visto un "ser del agua" aunque conocía de su existencia por las leyendas que contaban los exploradores.
La sirena pareció relajarse, pero entonces sintió un terrible dolor que hizo que se retorciese gimiendo. El muchacho la miró angustiado sin saber qué hacer por ella y cuando los dolores hubieron pasado, ésta le dijo con voz entrecortada por el esfuerzo:
-Te... tengo que lle...gar hasta la orilla...
- Yo te llevaré.- respondió él decididamente, tirando el arco y el carcaj con flechas en la arena y dando unos pasos hacia ella, pero aquello la llenó de profunda ansiedad, ya que bajó la mirada hacia sus patas de équido con verdadero terror y se internó más en la protección que le daban las rocas.
-No me tengas miedo, sirena.- y entonces pudo descubrir cuál era la causa de su desesperación, ¡aquella sirena estaba a punto de dar a luz!
Ella, al verse descubierta se tocó con ambas manos el vientre abultado, pero un repentino instinto de protección la hizo mirarlo con odio siseando agresivamente y enseñándole los afilados dientes. Éste no hizo caso a sus infructuosos esfuerzos y al final la sirena se dio cuenta que no podía elegir, o moria a manos de aquel monstruo, o lo haría su bebe si nacia en aquellas condiciones antinaturales. Se sentía ya muy débil y supo que aquella era la unica ayuda posible.
-Esta tarde cometí una estupidez, me alejé nadando buscando pequeños crustáceos en las rocas de la orilla y me sorprendió la marea baja, ahora me he quedado aquí varada y no consigo regresar al mar... mi hijo morirá...
Él, sin pensárselo por más tiempo, dada la gravedad de la situación, la cogió con sus fuertes brazos y la sirena se puso tensa.
-¿Ves? Yo te llevaré hacia allí, no debes temer nada.- ella se dejó llevar sumisamente, sintiéndose completamente indefensa. El fuerte centauro la llevó lentamente hacia el mar y una vez con el agua más arriba de la cintura, miró el mar no muy convencido.- ¿estarás bien ahí?
Ésta asintió nerviosa, deseosa ya de estar libre y poderse sumergir.
Cuando el centauro la dejó ir, ésta se fue velozmente desapareciendo en las oscuras aguas.
El muchacho se quedó inmóvil, sin saber muy bien qué es lo que debía hacer ahora, con el corazón latiéndole a cien por hora, dada la emoción que le embargaba. Cuando al cabo de unos minutos, la sirena no dio ninguna señal, éste salió del agua un poco decepcionado; se había marchado para siempre sin siquiera darle las gracias y además no sabía si seguía o no con vida.
Cuando ya llegaba a la orilla, oyó como algo chapoteaba a sus espaldas, se giró y vio a pocos metros una cara que lo miraba feliz fuera del agua.
-Gracias, sin tu ayuda mi hijo no hubiera sobrevivido... y seguramente yo tampoco.- y le mostró una cabecita que sobresalía, todavía un poco sucia de mucosidades y sangre, con los ojos fuertemente hinchados y un poco amoratada. – él también sonrió y no supo qué decir, enormemente conmovido por aquella escena.
Editado: 14.10.2024