La tarde se tornó húmeda y calurosa, contrastando con la tormenta repentina de la mañana. El fuerte viento casi continuo hacía que algunos árboles que crecían en el acantilado estuviesen doblados.
Y aprovechando aquel buen día, una familia de seres alados se disponía a bajar hasta la playa.
- Vamos niñas, no os rezaguéis. - les iba diciendo la madre a sus dos hijas de poca edad, que cogidas de la mano bajaban torpemente por entre las rocas que componían la ladera de la montaña.
- ¿Y por qué no bajamos directamente por el precipicio?-preguntó la mayor- así llegaríamos antes.
- Ya te lo hemos dicho, no queremos llegar antes, por eso vamos por aquí. Así podemos contemplar el paisaje mientras paseamos, si bajamos volando llegaremos en seguida a la playa y no habremos visto nada.- explicó el padre, el cual marchaba a paso tranquilo junto a su esposa, agarrando un palo a modo de bastón. Llevaba un faldón largo hasta los muslos con el torso descubierto, dejando ver sus enormes alas que le llegaban casi hasta el suelo.
Pero las dos niñas no lo entendían, ellas no querían disfrutar de un paseo, querían llegar cuanto antes a la playa para jugar en la orilla.
- ¡Me hago daño en los pies!- se quejó la menor, la cual no estaba acostumbrada a andar.
- No te preocupes cariño, el año que viene te haremos un par de sandalias.
- ¡Yo quiero ir por ahí! Es más fácil volar que andar y no me canso tanto.
La niña menor movió sus alas adelantando a sus padres y su hermana la siguió, persiguiéndose alegremente por entre los árboles.
A unos metros de allí, alguien trotaba subiendo la empinada cuesta; era Rilik, un joven centauro que había salido en busca de algo para comer, se consideraba mayor aunque todos le decían lo contrario y quería ser cazador, aunque todos le decían que era demasiado joven todavía. Seguramente vería alguna pieza grande que daría caza con sus flechas y entonces todos se darían cuenta que podía valerse por sí mismo.
Entonces oyó voces y detuvo el paso al ver a lo lejos las cuatro figuras que bajaban en dirección a la playa; dos grandes y dos pequeñas.
No pudo verlas muy bien dada la distancia que todavía los separaba, además le daba el sol de cara, pero se dio cuenta que no eran centauros como él y el corazón se le aceleró.
- “¿Qué hacen seres del aire andando por aquí?”-pensó intrigado. Decidió seguirlos tratando de no hacer ruido, pero una rama traicionera crujió al ser aplastada por sus duros cascos.
En ese instante la madre reparó en el ruido y se lo comentó a su marido, pero éste no le dio importancia, diciendo que en el bosque había muchas criaturas salvajes, como conejos o ardillas. Miró a su hijita Tays, que volaba despreocupada sobre sus cabezas hasta que exclamó:
- ¡Ya llegamos!- y pese a las protestas de sus padres, las dos hermanas se adelantaron volando hasta la playa.
Los padres se estiraron a reposar un rato, poco acostumbrados a andar largas travesías, su frágil constitución, de huesos en parte huecos, diseñados para ser livianos en el aire, no estaban capacitados para soportar el peso de una larga caminata y se resentían.
Las niñas en cambio corrieron por la orilla salpicándose y cogiendo conchas y piedrecillas.
- ¡Voy a coger más que tú!
Sin quererlo, medio corriendo y medio volando se alejaron de sus padres, que dormitaban medio ocultos por las rocas de la playa.
Las niñas se sentaron para contar todos los tesoros que habían recogido, cuando vieron una cara morena que las miraba escondido en unas rocas, solamente asomando la cara. Una vez viéndose descubierto, el niño avanzó a paso orgulloso, sin pizca de temor. Las niñas abrieron unos ojos como platos y se pusieron en pie de golpe, la niña menor le dio la mano a su hermana instintivamente.
- ¿Dónde están vuestros padres?-dijo él mirando a su alrededor. La mayor señaló al otro lado de la playa y éste pareció coger confianza porque se paseó mirándolas de arriba abajo con indolencia. -¡vaya niñas más raras!
- ¡Tú sí que eres raro!- le gritó Tays señalando sus patas de équido.
- Eso, ¿y tú quién eres? – le preguntó Omara, la hermana mayor.
- Soy un cazador.- y al decir esto hinchó el pecho, como si realmente se lo creyera. – vivo en el bosque, muy lejos de aquí.
- ¿En el bosque? ¿y no tienes miedo?- dijo Omara, ya que para ella, el bosque era un lugar desconocido. - ¿hay más como tu allí?
- ¡ Y tanto, en mi poblado somos más de cincuenta!
- ¿Eras tu quien nos seguía?- dijo Omara más confiada, empujando a su hermana, que seguía pegada a ella y lo miraba tímidamente.
Editado: 14.10.2024