Sonó por segunda vez el insistente cuerno de sonido grave que hacía sonar el doctor a la entrada de su laboratorio, construido en una de las habitaciones de la casa de corte antiguo que compartían él y su esposa a las afueras de la ciudad. Daba al patio trasero, rodeado por altas tapias infranqueables.
El patio era bastante grande, con una fuente en el centro de la que ya no salía agua y plantas y vegetación por todas partes.
La databa de principios de siglo XXI, de cuando todavía se construía en cemento y piedra, la había heredado de sus bisabuelos y no había querido vivir en la modernísima ciudad que había a tan solo unos kilómetros de allí.
Al lado del patio había el establo, donde el doctor guardaba sus caballos, dos yeguas y el semental, aparte del potrillo que había nacido hacía solo dos semanas y que no se separaba de su madre. Aquello en aquella época era muy poco usual, porque ya casi no quedaban caballos y los pocos que se mantenían como mascotas, solamente se lo podía permitir la clase alta, con un poder adquisitivo muy alto, como ellos, que debían la fortuna, a la herencia de sus antepasados.
A la llamada del doctor salió algo de entre la paja, era una figura pequeña mitad niña mitad caballo. No debía tener más de tres años y salió dando un gran salto, trotando por todo el empedrado.
Llegó alegremente hasta donde la llamaba su dueño, el Dr. Williams Jones, el cual al verla dejó el cuerno colgado de la pared y se inclinó para acariciarle los negros y enmarañados cabellos.
- Vamos adentro, hoy te pesaré y mediré como cada semana.
La niña obedeció y pasó al interior del laboratorio, resbalando un poco con las baldosas y mirándolo todo con curiosidad, como si fuera la primera vez.
El doctor sacó una balanza de pie y le ordenó que se colocara encima.
- Bien… muy bien, has aumentado otra vez. Exactamente tres kilos- luego la midió y pudo comprobar que había crecido unos cinco cm. desde la última vez. Lo apuntó todo en su ordenador digital, donde tenía todas las muestras y pruebas de su trabajo.
-Bien pequeña, puedes salir ya a jugar.- le ofreció una manzana y la chiquilla salió trotando hasta el patio.
El doctor comprobó todos los datos que había obtenido hasta la fecha y movió la cabeza con seriedad, luego lo guardo todo de nuevo y se dirigió a la cocina donde lo esperaba su esposa.
Una vez sentado a la mesa le comento las novedades respecto a la niña:
- Ha aumentado cinco cm. y medio desde la semana pasada… es asombroso como crece la pequeña, si sigue así en unos pocos meses será tan alta como nosotros. Pero si hace tres meses era una cría, un bebe, quieras llamarlo como quieras…- entonces observo como Ester trataba inútilmente de contener las lágrimas. –¿Qué te ocurre? ¿Pasa algo malo?
- ¡Oh cariño! ¡pasa que le estoy cogiendo mucho cariño a Aura pese a ser una especie de monstruo!
-Pero eso es bueno… Aura necesita de nuestro cariño y ya ves que es feliz…
-¡Pero no lo entiendes! Te digo que la quiero, pero no es el afecto que podemos sentir hacia nuestros caballos o incluso por “Sleep” el gato. Es amor de madre, yo ya la quiero como si fuera nuestra hijita. - William la miro sobresaltado:
- ¡Pero que estás diciendo! Aura no puede ni podrá ser nunca como nuestra hija. Recuerda que solamente la trajimos para estudiar su crecimiento y comportamiento. Vive allá fuera con los demás caballos porque no puede adaptarse a nuestra forma de vida, simplemente por ser como es, ¡mitad animal!
-¡Oh, William no hables así de ella!
-Es que es la verdad Cielo, no sería bueno ni para ella ni para nosotros… ¿o es que acaso tendrías a un potrillo dentro de nuestra casa?
-Pero… pero ella es solo una niña…
-Al paso que va creciendo dentro de pocos años será ya adulta y la verdad… ignoro qué va a ser de ella entonces…- el doctor cuando se hizo cargo de ella, no podía imaginar que podría durar años y ser una persona adulta, allí con ellos. – ya hacemos bastante por ella, ahora no sirve de nada lamentarse, ya sabias a lo que te exponías al traerla aquí, no deja de ser propiedad de la Facultad científica, ya lo sabes.
Ester se sentó confundida, ahora se arrepentía de todo, le hubiera gustado poder retroceder en el tiempo y no haber podido encontrar aquella apartada isla, ni nunca haber encontrado aquel bebe de aspecto indefenso, por lo menos así nunca se habría encariñado con ella y ahora no se sentiría tan desgraciada.
-Lo siento, pero no puedo evitar sentir lo que siento hacia ella, es tan dulce y tan salvaje a la vez…- su marido corrió a abrazarla y la doctora exclamo sin poder aguantar más el llanto- además… tenia tantas ganas de tener un hijo…
Cuando se separaron y la doctora se secó las lágrimas, ambos se miraron con tristeza. Sabían que nunca podrían llegar a ser padres a causa de la esterilidad de ella y la llegada de la niña-centaura había despertado los instintos maternales de la mujer, sumiéndola en un profundo pesar al darse cuenta que nunca podría considerarla como propia.
Editado: 14.10.2024