La isla de los dioses

8.2

La nave estaba intacta y nadie la había movido de sitio. Jénkins se sentó frente al cuadro de mandos y conectó la radio.

          Aquí el teniente Júlian Jenkins de la nave C-564/005 llamando al Capitán, ¿me reciben?- se oyeron numerosos chasquidos e interferencias, pero ninguna voz le respondió. Estuvo algunos minutos más tratando de comunicarse con su base sin ningún resultado. Finalmente se dio por vencido y apagó el ahora inútil aparato.

          -Esta claro, si estoy muerto y he ido a parar al Paraíso, ninguna frecuencia de radio podrá comunicarme con la realidad. - se pasó las manos por el corto cabello preocupado. Cerró luego los ojos recostándose en el asiento y recordó aquel rostro angelical observándole tras las rocas. Entonces notó un peso en el costado, como algo duro le golpeaba la pierna derecha; era su pistola, que todavía conservaba cogida al cinturón.

          Rió por aquella paradoja. Él, un soldado de aquella penosa guerra que aunque no había matado a nadie, (era demasiado joven todavía) había herido a muchos y odiado a otros tantos enemigos, había conseguido llegar al paraíso y hasta ver a los mismísimos ángeles.

          El no se consideraba una persona belicosa, odiaba todo aquello en lo que se había visto involucrado, pero por desgracia, aunque lo peor había pasado, todavía muchos de los países que no habían sido masacrados por las bombas nucleares, seguían en guerra. Hacía tantos años que estaban así que realmente desconocía el verdadero motivo, o el que había generado tanto odio.

          Se sentía bastante fuera de lugar ahora, todavía estaba un poco en estado de shock, no quería pensar en que ya no volvería a ver a los suyos, a sus compañeros y familiares, pero en su interior sintió un poquito de alivio al saber que para él ya había pasado todo. Ahora solamente tenía que descansar y dejarse llevar...

          Miró las copas de los árboles moviendo sus ramas al compás de la ligera brisa, parecía que le susurraran cosas que era incapaz de oír... ¿o eran imaginaciones suyas?

          Notó su respiración y hasta el latido de su corazón, ¿de verdad estaba muerto? Trató de recordar cuando podía haber dejado el mundo de los vivos.

          -“Tal vez me estrellé con alguna montaña, la isla está completamente rodeada por acantilados... pero no es posible, mi nave está aquí intacta, aunque tampoco existe la lógica en este lugar sagrado. ¿Y dónde estarán los demás ángeles? Parece tan vacío este lugar, si en el mundo cada día hay tantas muertes, tendría que estar super poblado y solamente he podido ver a uno.”- solamente podía darle vueltas a lo mismo, mil y una cuestiones invadían su atormentado cerebro. Entonces cruzó un pequeño mamífero, como un zorro persiguiendo a poca distancia un conejo y Jenkins se dio cuenta que hacia mucho que no había probado bocado y que su estómago rugía con furia a causa del hambre.

          -Que raro... el hambre es una sensación bastante terrenal y aquí no debería... pero, ¿y ese animal que acabo de ver? No tiene ninguna lógica que haya animales en el Cielo, a no ser que en este lugar vayamos a parar todos los seres vivos, racionales y no. De todos modos estaba cazando para alimentarse, no soy el único a quien el hambre apremia- trató de buscar una explicación- puede que aun estando muerto, siga conservando algunas sensaciones de mi vida anterior, como el hambre, la sed o el cansancio.- recordó a la hermosa Sara, su compañera y suspiró apesadumbrado por no tenerla a su lado- en este paraíso puede que encuentre a una nueva Eva que me haga compañía.

          Decidió quitarse su pistola y la dejó tirada por ahí; afortunadamente en aquel lugar no la iba a necesitar más.

          No podía quedarse tranquilo, por lo que decidió pasear por el bosque y al no encontrar ningún fruto con lo que calmar su apetito; se sintió frustrado, ya que se suponía que el paraíso donde vivió el primer hombre y su compañera estaba repleto de frutas y demás alimentos al alcance de la mano pero él, además de arañarse con los arbustos espinosos que crecían libres por el camino y multitud de piñas por el suelo mordidas por los roedores, no había podido hallar nada.

          Oyó entonces un canto melodioso y vio que por el cielo cruzaban dos ángeles. Sintió que el corazón le latía fuertemente y los siguió corriendo si dejar de mirar hacia lo alto para no perderlos.

          Así llegó hasta un estanque con plantas colgantes y helechos, el agua estaba plagada de hojas caídas y flores acuáticas de color blanco.

          No vio rastro de los seres alados pero sí asustó a un bichejo parecido  a una libélula que voló delante de él y se marchó emitiendo un chirrido muy desagradable.

          Oyó nuevamente aquel canto y descubrió medio tapada con unos matorrales a una mujer ángel con el cabello recogido en un alto moño, sentada en una piedra trenzando con unas cañitas un cesto, a sus pies había amontonado los más variados frutos.

           Éste, pensando que sería lo más cortés acercarse y presentarse a ella, así lo hizo:

          -Buenas Sra. Ángel, ¿cómo va todo por el Paraíso? ¿sería tan amable de  compartir con este pobre soldado muerto alguno de sus frutos?

            Pero aunque podría considerarse normal aquel gesto, la figura femenina se giró bruscamente hacia él y lanzando lo que estaba haciendo, abrió sus enormes alas y se alejó volando muy asustada.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 06.05.2024

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