La isla de los dioses

7.6

          A veces salían a algún bosque apartado los días en que no tenían representación y allí, Broms la dejaba fuera atada a una estaca. Entonces aprovechaba para observar como ensayaban todos los artistas.

          Todo el mundo la conocía ya y la trataban con indiferencia, como si solamente fuera un animal más. La diferencia era que todos los animales se mantenían ocupados, todos formaban parte de algún número del espectáculo y ella los miraba con la boca abierta. Nadie le hacía caso, como si más bien estorbara, ella con gusto se hubiera vuelto para su casa, pero ignoraba donde estaban exactamente y nadie parecía querer responderle a eso.

          También le sabía mal dejar a Erflin y al niño serpiente allí solos.

          Desde su estaca podía ver todos los componentes de aquel circo y poco a poco, con el pasar de los meses, los fue conociendo a todos.

          Además de Stella había un hombre muy forzudo llamado Max, completamente calvo y repleto de tatuajes, el cual levantaba mucho peso y torcía hierros solo con sus manos. También las dos hermanas que se cuidaban de los elefantes, eran mulatas y las hacían vestir con pieles y sandalias dándoles un aire exótico.

          De los feroces tigres se encargaba el valiente domador y además estaban los payasos, muchos y algunos eran enanos, claro está más grandes que su amigo y a pesar de que cuando actuaban hacían las delicias de pequeños y grandes, cuando no actuaban resultaban bastante detestables, su actitud era desproporcionadamente altiva y no se hacían con el resto del equipo.

          También una pareja que hacía bailar unos cuantos perritos y los entrenaban para pasar por aros de fuego o por altos andamios.

          Alguna que otra tarde se había acercado alguno para ir a ver a Aura a su jaula y el matrimonio no ponía pegas, ya que estaban entrenados y no podían escaparse de aquel lugar.

          Además había multitud de acróbatas, malabaristas y los funambulistas, toda una familia que había crecido en el circo, bajo la protección de Broms.

          Aura se distraía mucho los días en que podía verlos al aire libre ensayar y la que le causaba más admiración de todos era “la diosa del fuego”. Y ocurrió algo que la hizo más merecedora de su entusiasmo.

          Una tarde la vio hablando con uno de los payasos ena, éste era sordomudo de nacimiento y solamente sabía comunicarse con Stella, por medio de gestos con sus manos. Aura se lo preguntó intrigada y ésta le respondió que cuando, hace años se fue del circo, estuvo algún tiempo trabajando como profesora de niños sordos.

          -Lo aprendí, eso es todo.

 La niña la miraba embobada utilizar de aquella forma las manos.

          -¿Es muy difícil?

          -Existen dos maneras de comunicarse, ésta y con los labios. Asi es como Tod logra comunicarse con sus compañeros.- y le mostró como lo hacía, vocalizando sin emitir sonidos.

          - Él puede imitarme, aunque no logre emitir ningún sonido. Hay sordomudos que consiguen hablar aunque no puedan oír. Hablan extraño porque no se oyen, pero por lo menos se hacen entender.

          -Debe de ser muy triste no poder oír lo que dice la gente, ni escuchar música. A mi me gusta mucho la música y la que usas para tu actuación. – Stella estaba impresionada por los sentimientos que demostraba aquella niña mirada por todos y tratada como a un monstruo. Era irónico, ya que aunque fuera diferente por su físico, en su interior era mucho más humana que muchos de los que ella conocía; Brom entre ellos.

          Aura quedó pensativa mientras miraba como el pequeño payaso se marchaba corriendo con sus deformes piernas para alcanzar a sus compañero.

 

          De aquello comprendió que nadie es feliz del todo, aunque no se tenga cuerpo de caballo, ni asusten a la gente como el pequeño niño-reptil.

 

          Aura le pidió al Sr. Broms si la podía dejar salir de la jaula por la noche, porque ella necesitaba correr. Éste aceptó porque era imposible escapar de aquel recinto cerrado y comprendió que los caballos necesitan estirar las patas de vez en cuando y Aura era más o menos como ellos.

          Aura aprovechaba cada noche para visitar a su vecino, el niño al que todos llamaban “serpiente” y, aunque al principio le dio miedo, ahora sentía profunda pena, porque en cierto modo era más indefenso que ella o Erflin. Sí, poseía su mordedura venenosa, pero no podía correr de aquí para allá, aunque fuera dentro de aquel habitáculo.

          “Divah”, como lo llamaban casi siempre estaba durmiendo, pero en los pocos momentos en que estaba consciente, se arrastraba con la ayuda de sus manos palmeadas y apretaba su cara contra el cristal para mirarla con sus acuosos ojos ambarinos, tristes y cansados. La miraba fijamente, como queriéndose comunicar sin palabras. Su garganta no poseía la divina cualidad del lenguaje y sus oídos eran tan pequeños, (apenas dos agujeros a los lados de la cara), que tampoco oía.

          Aura acercaba sus manos hacia el cristal que los separaba y las pasaba por su superficie como si quisiera acariciarlo, susurrándole cosas, palabras de consuelo que él nunca podría oír.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 06.05.2024

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