La isla de los dioses

8.4

Al atardecer, Jenkins hizo un fuego aunque no hacía frio, pero su leve luz le reconfortaba. Asomó varias veces la cabeza por el agujero de entrada y vio que la muchacha todavía dormía.

          Se entretuvo limpiando el exterior con una rama para quitar las cenizas y volvió a entrar en la cueva cuando la  oyó moverse. Ésta se removió intranquila y al final abrió los ojos, miró a su alrededor al parecer tratando de enfocar la vista y por fin levantó la mirada para cruzarse con la suya.

       -Hola, buenos días. - le dijo en una sonrisa. - soy tu amigo, no debes asustarte. - sabía que no iba a entenderle, pero por lo menos le dio a su voz un tono tranquilizador.

Pero ella, sin percatarse que tenía el ala vendada, trató de incorporarse y salió desesperada hacia afuera. La anterior inquilina que se encontraba un poco más apartada, se removió rugiendo. Éste le hizo señas para que estuviera tranquila, demostrándole que no iba a hacerle daño a la chica ángel.

          Ésta miró  hacia atrás y dio un salto con el propósito de emprender el vuelo, pero para su consternación, las alas no le respondieron y cayó de bruces. Gimió de dolor tocándose el ala herida.

          Jenkins llegó a su lado y ella se hizo un ovillo protegiéndose instintivamente el rostro.

          -¿Recuerdas el accidente?- le dijo señalando el cielo y haciendo señas de algo que caía después de colisionar.- ¡pum!- y la señaló a ella. Ésta comprendió al acto y abrió los ojos como platos; todavía parecía más asustada. Seguramente lo estaba relacionando con aquel objeto que la “atropelló” y no entendía el porque ahora estaba con ella y le hubiese vendado el ala y curado las demás partes de su cuerpo. Él se lo hizo ver señalando la venda y a él mismo.

          - Yo te he curado, ¿no puedes ser un poco más agradecida?- ésta giró la cabeza para mirar su espalda y apagó la mirada sin comprender el porqué aquel hombre parecido a ella no tenia alas. Éste se había arrodillado para estar a su altura y observó como la osa regresaba a su morada, una vez desocupada de aquellos inoportunos huéspedes.

 

          -En fin, no se como podremos entendernos, es una verdadera lástima, porque podrías explicarme qué hago yo aquí si no estoy muerto y qué es esta isla tan enorme si no es el paraíso.- volvió a ponerse en pie y ayudó a la muchacha a incorporarse. Ésta pareció comprender que no era una amenaza y se dejó llevar hasta la hoguera. Allí se sentó un poco apartada mirando maravillada el fuego y levantó una mano para tocarlo. Éste se la apartó de inmediato para que no se quemara y ésta lo miró de reojo molesta.

          - Vaya, si es esta la Eva que me ha correspondido como compañera, entonces es que me he equivocado de vocación y tengo que convertirme en niñera.

La muchacha recogió sus largas piernas y las abrazó profundamente apenada; no creía posible no poder volar cuando se le antojara y se sentía incómoda allí plantada en tierra, con aquel ser extraño a su lado. Desconocía sus intenciones, por lo menos parecía inofensivo, porque le había vendado el ala y le estaba ofreciendo algo de comer.

 -“¿De dónde vienes?”.- Jenkins la oyó dirigirse a él con un dialecto que, pese a ser incomprensible para él, le resultaba familiar. Era como una mezcla de distintos idiomas de la tierra.

    Se encogió de hombros y miró intranquilo el cielo, la repentina calma lo ponía nervioso. Sus enemigos no podían estar muy lejos, tal vez al otro lado. Pero, ¿qué diantre hacían allí? ¿habrían perdido el rumbo como él? ¿se habrían vuelto locos sus controles y estaban por ahí de casualidad? O lo habrían localizado por radio y lo habían seguido. Le señaló a la niña que se internaran en el bosque, por lo menos desde el aire los árboles los ocultarían por el momento. Ésta negó con la cabeza; parecía temerle al bosque aunque había caido por allí. Eso quería decir que andaba, (es decir, volaba) por el bosque cuando los Reds chocaron contra ella.

          -¿De que le tienes miedo?- ésta negó de nuevo y luego se miró los pies.- Este entendió; aquella muchacha alada se sentía protegida volando libre por los aires, pero ahora que no podía hacerlo, se sentía indefensa al tener que cruzárlo a pié. Pero… ¿no era verdad que, como había podido ver con la osa, los animales la respetaban? Eso era que le tenía miedo a otra cosa, “algo” que no era un animal. ¿Qué podía ser? ¿Además de aquellos seres con plumas habría otra especie que podría atacarla?- le dio la mano y trató de infundirle seguridad. Todavía llevaba su pistola, pero seguramente aquella joven desconocía para qué servía. Bueno, después de todo, si se encontraban con algún peligro podría utilizar su arma.

          La muchacha de vez en cuando alzaba la mirada hacia el cielo y suspiraba tristemente. Cada paso que hacía le parecía una eternidad, parecía que no avanzaban cuando, antes por el cielo recorría grandes distancias sin ningún esfuerzo.

          De pronto oyeron unas voces graves a sus espaldas y vieron los cuerpos oscuros de unos seis o siete centauros que, con miradas feroces los apuntaban con sus lanzas. La niña gritó aterrada y se encogió temblando en los fuertes brazos del teniente.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 14.10.2024

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