—No puedo creer que Aura esté muerta. Hemos buscado hasta en lugares imposibles, en su caso es algo verdaderamente extraño, porque alguien como ella hubiera suscitado gran revuelo en los medios de comunicación. Hubiera salido por las noticias… tarde o temprano nos habríamos enterado de su paradero.
—Han pasado dos años Ester, eso es mucho tiempo. —la mujer apoyó la cara en su hombro acongojada. Cuando se dio cuenta de su huida, lo primero que pensó fue en su corta visita al interior de la casa. La vio verdaderamente fascinada con todo y demostró una curiosidad infinita por saber cosas sobre el exterior. Todavía la veía como la niña que había sido, con sus revoltosos cabellos negros, sus grandes y expresivos ojos, estudiándolo todo.
—Me siento responsable por lo sucedido, le mostré nuestra casa y fue entonces cuando se le despertó la curiosidad. Ella se sentía bien en el patio trasero, con su querido “Poney” y el gato.
Le hablé de las personas de afuera, quise disuadirla diciendo que todas eran malas, que no les gustaban los niños y que estaba aquí por su seguridad. Pero al parecer no le bastó mi respuesta, ya que quiso comprobarlo por sí misma… ¡Dios mío! ¿qué le habrá pasado? Es imposible que no haya noticias de una pequeña centauro vagando por ahí. —el doctor se pasó una mano por la barba blanquecina haciendo un suspiro:
—Piensa en como me siento yo, la traje con nosotros, al mundo de los humanos. Tuve que ir más allá y arruinarle la vida. Me siento un necio, prioricé mi trabajo antes que su propia vida.
—Sabes que no es cierto cariño, si no la hubiéramos recogido del barro no estaría con vida. En aquellos momentos hicimos lo que estaba en nuestras manos, era un bebé, un ser indefenso que acababa de nacer y necesitaba de unos padres.
—Pero unos padres de verdad, no una pareja de científicos que la tenían encerrada en su patio. Ahora me doy cuenta que podríamos haber buscado a sus progenitores, dejarla cerca de algún poblado… —movió la cabeza levantándose del sofá de la sala donde estaban sentados.— es inútil lamentarse ahora, yo también creo que no está muerta, sino habrían encontrado su pequeño cadáver y habrían dado la noticia.
—¿Y qué podemos hacer? Hemos hecho lo posible, informamos al grupo del laboratorio en la ciudad, hasta hemos llamado al Sr. Hilton el antropólogo, él no nos ha sabido dar ninguna pista sobre su paradero, a pesar que como nos dijo, si daban con ella, en seguida lo avisarían.
—No perdamos la esperanza, Aura está allí, en algún lugar y muy pronto sabremos noticias sobre ella. Ester sacó el mapa de la ruta que emprendieron hace tres años para ir a aquella isla, la cual encontraron de casualidad, por no figurar en ninguna parte.
—¿Y no existe la posibilidad de que haya vuelto a su hogar? Alguien que como tú, haya oído hablar del proyecto de tu abuela y se las haya ingeniado para devolverla allí. Suena descabellado, pero…
—Imposible, si Aura, según mis cálculos ya no es la niña que era, no ha podido llegar muy lejos sin ser vista y capturada. Nadie sabía nada, todo se preparó en la más estricta confidencialidad y además ni siquiera se encuentra visible, ignoro si yo lograría hallarla de nuevo.
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Aura miraba pensativa el fuego encendido, mientras enfrente suyo, el mago preparaba todo lo necesario para la función. Aquel hombre la cautivaba, todo a su alrededor olía a misterio y magia. Lucía un esmoquin de color negro como los llevados antaño por los caballeros, un sombrero de copa y un fajín dorado. Además, para completar aquel atuendo, de su espalda bajaba una larga capa de seda semitransparente con estrellitas doradas y llevaba guantes negros. En su cuello portaba un gran medallón con una estrella de siete puntas tan grande como su puño y en sus dedos, los más variados anillos. Todo él se movía como si danzara, moviendo elegantemente brazos y piernas y con los ojos pintados de negro.
Aura observaba como he dicho el fuego, colocado en antorchas por todo el escenario. Y en el frente, los bancos para el público, todo ellos con gafas de realidad aumentada para que disfrutaran de una experiencia inmersiva.
La muchacha estaba muy nerviosa, hasta ahora no había podido ver el resto del circo, ya que solamente se le permitía salir los días de ensayo en el exterior y escondida dentro de una trampilla cerca de las gradas, podía observarlo todo a través de una rendija.
A ella la habían adornado para la ocasión también, estaba atada con un collar plateado a una cadena muy fina que iba hasta la base del escenario y su pelo, cubierto por una especie de purpurina, brillaba al reflejarse el fuego en él. Le habían puesto unas cintas plateadas en las patas y se sintió algo ridícula. Nadie le había explicado nada, ignoraba lo que tendría que hacer, solamente el mago le había informado, con una sonrisa de oreja a oreja que se quedara quieta y no hablara con nadie cuando comenzasen a llegar los espectadores.
No tenía miedo, estaba acostumbrada a ser el centro de atención ahora que el niño reptil ya no estaba y aquellas caras que reflejaban el asombro le parecían ridículas. Se acostumbró a mirarlos indiferente, como si los únicos que merecían ser observados fueran ellos mismos. Ya no le afectaban los comentarios mordaces, ni que la llamaran “engendro”.
También, aunque pocos, venían niños a verla. Éstos si eran muy pequeños se ponían a llorar y querían irse, pero algunos parecían ser más comprensivos que sus padres y mostraban una sincera curiosidad.
Desde pequeña jamás había hablado o jugado con niños de su edad, los únicos que de tanto en tanto veía eran los que se paraban junto a su jaula y la señalaban haciéndole muecas divertidas, sacándole la lengua o algún gracioso ofreciéndole las golosinas que les habían comprado, con el afán de verla de más cerca.
Ella aprendió a ignorarlos, tratándolos como lo que eran, miembros de un mundo aparte.
Le sobresaltó el sonido de un órgano y alzó la cabeza hacia arriba. El Sr. Sorovski se había sentado frente al instrumento, un órgano de tubos, parecido a los de las catedrales antiguas y tocaba con gran parsimonia una melodía de presentación. Vio con el corazón en un puño, como comenzaban a venir los primeros espectadores en grupos y se acomodaban en sus asientos. Aura trató de distinguir entre ellos alguna cara conocida de los que no se cansaban de venir al recinto que compartía con Erflin para hacerle fotografías, aunque estaban prohibidas. También buscó con ansias por si los doctores habían venido siguiendo su pista, pero notó que el desanimo se apoderaba de ella. ¡Había tanta gente…!
Editado: 14.10.2024