La isla de los dioses

8.8

Karl estuvo todavía un buen rato tratando de impedir que los centauros que se habían quedado, lograsen abrir por la fuerza la puerta del vehículo. Finalmente, sentándose en la cabina del piloto, puso el helicóptero en marcha y logró elevarse unos metros por encima de aquellos “animales”.

Éstos se apartaron sobresaltados sin esperarse aquello y solamente pudieron observar impotentes como aquel objeto extraño se marchaba por el aire. Algunos hasta dispararon alguna flecha por si lograban herirlo, pero fue en vano, aquella especie de pájaro poseía una piel demasiado dura.

Deva y Jenkins se quedaron solos cuando por fin los “seres de la tierra” se marcharon a la orden de su líder.

La muchacha ya sabía entonces que aquel soldado no tenía nada que ver con su colisión, habían sido aquellos que ahora yacían sin vida, desperdigados por la hierba. Enki solamente la había tratado de proteger de ellos y sus ropas eran de distinto color.

Salió de su escondite desnuda, sin ningún pudor. Ellos solamente usaban sus túnicas para protegerse la piel y porque desde siempre se había hecho así.

El teniente, aunque quiso evitarlo, no pudo apartar sus ojos de ella, aunque la miraba con una mezcla de admiración y apreciación de su belleza, no de la manera deprabada en que la habían mirado sus congéneres. Sin embargo, se sintió mal por ello y bajó la mirada turbado. Todavía se mantenía atado al poste y forcejeó para liberarse sin conseguirlo.

—Podrías haberles dicho a tus amigos que me liberasen.

Deva observó aquellos que minutos antes habían tratado de forzarla, uno de ellos todavía con los pantalones a la altura de los tobillos y su corazón latió con fuerza. A pesar de eso no pudo sentir nada más que lástima por lo sucedido, ya que no estaba genéticamente creada para sentir ninguna emoción negativa, como el odio. Después miró hacia la espesura, aliviada por la oportuna aparición de aquellos “seres de la tierra” con sus armas de matar. De no ser por ellos sus captores seguirían con vida y habrían consumado su terrible propósito.

—“¿Por qué no nos han matado? Les grité que no lo hicieran como acto de supervivencia y asombrosamente me obedecieron. Tal vez no sean tan malos después de todo.”

Jenkins por su parte también lo pensaba, parecía que habían actuado bajo unas órdenes precisas de algún superior. Vinieron, mataron a los “Reds” y se marcharon, así sin más.

Entonces se le ocurrió que tal vez las llaves de sus esposas las tenía uno de aquellos desgraciados, ya que también la había desatado a ella. Le pidió por señas a Deva que buscara en los bolsillos.

Ella comprendió, pero negó temerosa con la cabeza, no se atrevía ni a tocarlos, tal era el temor y la repugnancia que le causaban.

—Vamos nena, puedes hacerlo. Si no me desato nunca podré sacarnos de aquí.

Al final la convenció y después de rastrear bolsillos de pantalones y chaquetas de uniforme, la tenía el más corpulento y que se había quedado con el trasero al descubierto.

Una vez con ella, corrió a dársela al teniente, pero éste negó moviendo sus manos.

—No, no… prueba de meterla en el candado. —una vez libre, se frotó las muñecas doloridas y al hacer acto de levantarse, ésta se apartó de golpe. —pero, ¿qué te pasa? ¿me tienes miedo ahora? Somos amigos, ¿recuerdas? Te curé el ala, no soy ni por asomo como esos tipos.

Deva lo miró desconfiada y recogió los restos de su túnica. Estaba desgarrada completamente por la parte superior, pero se la puso a modo de falda y atándose el resto a la cintura. Jenkins le tendió su chaqueta:

—Bueno, no seas mi amiga si no quieres, pero acepta esto, así no pasarás frio por la noche.

Al ponérsela le venía enorme, pero por lo menos la protegería de las inclemencias del tiempo.

Andaron juntos hasta cruzar el poblado de los centauros primigenios, de aspecto salvaje y el chico recogió un fusil para apuntar con él a los que trataron de acercarse. Éstos, que recordaban perfectamente la matanza que tuvo lugar allí, se quedaron quietos, no sin mirarlos con odio.

Al llegar a la cueva donde habían acampado anteriormente, Jenkins hizo una fogata y notó como las tripas le rugían por el hambre.

—Si estoy hambriento no puedo imaginarme como estarás tú, que no has probado bocado desde que los Reds nos cogieron. —hizo señas, como si comiera. Ésta señaló las copas de los árboles, seguramente llenas de frutos comestibles.

—Lo sé, pero están demasiado altas y ninguno de los dos podemos trepar, es una lástima que no puedas volar, nos sería de gran utilidad. Entonces Deva se levantó y fue donde el peludo animal, que no estaba muy lejos de su cueva. Se le acercó sin tenerle ningún miedo y le estiró del lomo, dirigiéndola hacia aquellos mismos árboles. Le dio instrucciones precisas y ante la incredulidad del soldado, la osa se alzó a dos patas y comenzó a sacudir fuertemente el tronco, haciendo que cayeran las frutas más maduras. Deva las cogió, acarició la cabeza del manso animal y éste, emitiendo un rugido sordo, volvió a entrar en su morada.

—¡Increíble! ¡en verdad posees un talento fantástico! —mordió uno de los jugosos frutos, cerrando los ojos con placer.

Después de comer se prepararon para pasar la noche, la joven, que todavía desconfiaba después de lo acontecido, amontonó hojas un poco más apartada de él y éste la imitó, obteniendo también un mullido lecho.

Sin embargo, a media noche, Jenkins despertó al notar peso encima de él y descubrió que la muchacha se había acercado y ahora dormía plácidamente con su cabeza apoyada sobre su pecho.

La primera en despertar fue ella, se levantó apresuradamente al verse al lado de aquel hombre y movió sus alas, dándose cuenta que no estaban todavía repuestas.

Jenkins miró al cielo frunciendo el ceño:

—Seguro que Karl no está lejos, lo conozco demasiado y no se marchará de esta isla hasta encontrarme. Además, está decidido a ordenar una excavación en busca de sus “piedras brillantes” y cuando se le pone algo en la cabeza no desiste hasta cumplirla.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 14.10.2024

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