La isla de los dioses

1.6

Pronto llegaron los centauros cazadores y dieron la noticia; aquellos seres sin alas estaban muertos.

Tanto Itshar como Zora se miraron entre aliviados e inquietos: al final había sido más sencillo de lo que pensaban, pero les preocupaba la capacidad bélica de aquellos vecinos que todavía no conocían demasiado.

Uno de ellos, el más joven no pudo evitar la sinceridad:

—En realidad nos faltaron dos por matar, uno se nos escapó subiéndose en un ave muy grande que hacía mucho ruido. Tratamos sin éxito de herirla, pero su piel era muy dura y acabó por alejarse. El otro parecía distinto, era de la misma especie, pero parecía haber sido prisionero, ya que estaba atado a un poste. Su cuerpo estaba cubierto por unas pieles de un extraño material brillante, su cabello era rubio como el tuyo, alado y mostraba señales de haber sido golpeado.

Itshar recordó su encuentro con aquel ser sin alas, estaba metido en el agua desnudo, pero parecía asustado, mirando a su alrededor con espanto, como si temiera la presencia de alguien más. Ahora comprendió su inquietud, temía ser descubierto por los que lo habían capturado.

El rey no pareció satisfecho, les recriminó no haber cumplido con la orden de ejecutarlos a todos. Los cazadores se miraron entre ellos sintiéndose culpables, pero otro se adelantó para defenderse:

—Así íbamos a hacerlo señor, pero cuando íbamos a dispararle, salió de unos arbustos un “ser del aire” como estos dos y nos suplicó que no lo hiciéramos.

Los dos alados se miraron con extrañeza, ¿Quién de ellos podría querer una cosa así?

—¿Cómo era ese “ser del aire” que visteis?

—¡Oh! Era uno joven, una chica.

Los dos pensaron lo mismo: si ambos habían tenido la coincidencia de haber trabado amistad con especies distintas, ¿habría sido posible que un alado hubiese confiado en un ser sin alas?

Pues sí, era posible, al fin y al cabo, ellos habían simpatizado con un tritón y una sirena, los cuales eran completamente distintos.

—¿Qué debemos hacer majestad? ¿los matamos?

—Bueno, ya que esta pareja son los que nos han pedido ayuda, deben ser ellos los que decidan.

—Creemos que, si uno de nosotros ha podido confiar en un ser sin alas y desear protegerlo, es posible que no sea tan peligroso como pensábamos.

Uno de los cazadores explicó que cuando llegaron, el grupo que iba ataviado con pieles rojas estaba atacando a la chica voladora, llevaban armas, puesto que el que escapó les disparó con su extraño palo que escupía fuego, en cambio el que estaba atado no parecía peligroso.

—Bueno, no nos hizo nada porque estaba atado. —admitió unos de sus compañeros.

—Pero la chica lo defendió, eso habla en su defensa. —dijo Zora.

De repente todo fueron rumores, cuchicheaban entre ellos sin ponerse de acuerdo, al final el rey alzó una mano para guardar silencio:

—¡Escuchad! ¡creo que por el momento de quien debemos preocuparnos es el que poseía un arma!

La pareja decidió regresar a sus nidos; aquellos centauros sabrían como poner fin a ese debate.

---

Ambos llegaron a una de las salas comunes, allí como siempre había una gran actividad. Eran cuevas altas y profundas, alguna exterior, rodeada por altos muros de piedra donde los alados podían cultivar sus frutas y verduras, cereales etc…

En algún lugar había pequeños manantiales de agua templada que salía de la tierra y a ellos les agradaba meterse y limpiar sus cuerpos y cabello, así como lavar sus túnicas.

En general la mayoría de veces la vida se hacía allí, se reunían para comentar los hechos importantes, se preparaban algunas comidas, los niños más pequeños aprovechaban para hacer amigos y jugar, cansados de la vida solitaria en el nido.

Cerca de las paredes, en los telares, las mujeres tejían sus ropas a base de algodón o lino o los teñían con pigmentos naturales.

Aquellas gentes eran sencillas, no pedían mucho y prácticamente utilizaban sus nidos en los acantilados por la noche para dormir o durante el día para descansar o estar relajados con sus familias. Pero en las cuevas comunitarias se sentían seguros, solamente se podía acceder volando y nadie, ni siquiera los demás animales podían romper aquella vida contemplativa y feliz.



#5908 en Fantasía
#676 en Paranormal
#267 en Mística

En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 14.10.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.