—¡Sr. Broms!¡la criatura centaura se ha escapado!¡no entiendo cómo ha podido suceder! —el mago corrió hacia él para darle la noticia. Éste emitió una sarta de maldiciones mientras se dirigía con paso decidido donde se suponía habría ido a reunirse con ese hombrecillo del que rápidamente había hecho amistad.
Allí no estaba y no solo eso, el enano también había desaparecido.
—¡Malditos bichos, se han marchado los dos! —gritó enrabiado. Ahora si que, sin las criaturas que lo mantenían vivo su circo estaba destinado al fracaso. —¿cómo han conseguido salir? ¡alguien los ha ayudado, seguro!
Broms los reunió a todos, desde el artista más aplaudido, hasta los empleados de mantenimiento. Todos aseguraron no saber nada, algún enano sugirió divertido que algún hada amiga de las criaturas los había convertido en humanos y se habían largado entre la multitud, pero calló al ver la mirada severa que le dirigió el dueño.
—Tal vez todavía sigan por aquí escondidos. —dijo uno de los acróbatas. — es imposible salir del pueblo y pasar desapercibidos entre la gente.
—Me deben haber arrebatado las llaves de las jaulas en el momento en que tuve que salir a montar una nueva actuación. Admitió el ayudante apesadumbrado. —las dejé cerca, colgadas de un gancho en la lona.
—¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta?
Stella, apoyada en una de las cajas al fondo del grupo, jugaba disimuladamente con su mascota, mientras trazaba círculos en la arena con la punta de la zapatilla.
—Y tú Stella. —sonó la voz estruendosa de Broms. —¿tampoco tienes nada que decir? Parece que sentías un aprecio especial hacia la chica. Ésta dejó tranquilamente lo que estaba haciendo, sin querer mostrarse nerviosa y negó serenamente.
—Había cuidado a Erflin cuando era pequeño, pero de la comida se encargaba actualmente uno de tus ayudantes. —el aludido se quedó pálido y los miró a todos tembloroso, ¡él no había hecho nada!
—Señor yo no…. Yo no… —tartamudeó nervioso.
—¡Lo sé, deja de temblar que te vas a orinar los pantalones! —rugió haciendo que la mayoría prorrumpiera en risas. — se que no serías capaz de nada, pedazo de zoquete, además la última bandeja se sirvió durante el almuerzo y el incidente ha pasado esta noche, hará unas dos horas, durante la actuación del Sr. Sorovsky.
Stella observó como una de sus compañeras, una de las dos hermanas amazonas que se cuidaba de los caballos/biónicos, la miraba fijamente. Ella rechazó la mirada, pero luego cayó en la cuenta: cuando iba a regresar de nuevo a devolverle las llaves a Broms, fue aquella chica la que le preguntó extrañada porqué se iba, si estaba a punto de comenzar su actuación.
—“Dios mío, que no diga nada”.
Cuando dieron por finalizada la reunión y todos se dispersaron a cambiarse y regresar a sus camarotes, Broms la detuvo sujetándola por un brazo:
—Cariño, quisiera que me contestaras con sinceridad, tu no serías capaz de hacer una cosa así, ¿verdad?
—No señor, si lo hiciera perdería mi empleo. —le contestó, tratando de mantener una postura firme.
—Exactamente, además tendrías que pagar tu traición a manos de la policía, ¿sabes? Escucha, ¿dónde estabas cuando Sorovsky daba su actuación en el escenario de aquí al lado? —cuando trataba de pensar una respuesta rápida, alguien contestó por ella.
—Stella estaba actuando, mi hermana y yo pudimos verla desde el inicio, el publico se volvió loco de entusiasmo, ¿verdad Nora? —dijo una de las amazonas adelantándose y yendo donde estaba su hermana gemela, sentada frotándose un tobillo dislocado. Ésta asintió sonriente.
Ella les dio las gracias con la mirada mientras Broms la dejaba marchar. Les debía una.
Después de todo las tres eran compañeras de oficio y los compañeros jamás se traicionan y más debiendo trabajar bajo las abusivas condiciones de aquel hombre.
---
El pueblo estaba silencioso, Aura caminaba lentamente con Erflin escondido entre su revuelto cabello.
—¿Qué hacemos ahora?
—Pues exactamente lo que Stella te ha dicho, irnos hacia el puerto y allí meternos en uno de los cargueros hasta esa ciudad.
—¿Y los doctores? ¿es que no los voy a ver nunca más?
—No Aura, debes olvidarte que te encuentren, ni siquiera saben que estas aquí y se encuentran muy lejos. A partir de ahora estamos solos.
Llegaron al puerto escondiéndose de los pocos que no estaban en sus casas tras el toque de queda. Hacia años que las noches se consideraban peligrosas tras las guerras y a partir de una cierta hora, se oían unas sirenas y los ciudadanos normales, salvo pocas excepciones, debían permanecer en sus casas. Lograron meterse en el interior de uno de ellos, entre numerosos containers metálicos y algunos vehículos. Mientras esperaban a que cerraran las puertas, oyeron como unos trabajadores se quejaban que el viaje sería aplazado hasta mañana por la noche.
—¡Oh no! ¿qué vamos a hacer ahora?
—Tenemos que esperar aquí, es el único lugar donde resguardarnos, mañana por la mañana comenzará a venir gente y podrían vernos.
Aura asintió muy triste, ahora que por fin conseguía recordar, no volvería a ver más a sus adorados doctores. ¿Qué sería de ellos?
Apoyó la cabeza en una de las cajas y cerró los ojos llorando en silencio. Mañana sería otro día largo que pasarían los dos solos, en aquel lugar oscuro, alejados de todas las miradas, todo lo contrario a lo que estaban acostumbrados hasta ahora.
Se levantó una mañana soleada en la casa de los doctores. Ester les daba de comer a los caballos mientras tarareaba una vieja canción, su marido hacía rato que había ido a la ciudad para visitar a sus colegas de laboratorio.
Mientras acariciaba la cabeza de “Poney”, el caballo bayo que antaño fuera el mejor amigo de Aura, notó que la inquietud la recorría de la cabeza a los pies. Parecía que todo hubiera sido un extraño sueño; el viaje hasta la isla apartada, en encuentro con aquel bebé desamparado y como, mientras le daba el biberón improvisado dentro de la nave le prometió que cuidaría de ella.
Editado: 14.10.2024