La isla de los dioses

8.9

Vieron el cuerpo inerte en el medio del camino, atravesado por una lanza de parte a parte. Lo identificaron como la figura del piloto del helicóptero.

—Vamos a enterrarlo, al fin y al cabo era solamente un pobre hombre. —dijo el teniente agarrándolo por ambas piernas y arrastrándolo hacia un lugar despejado.

Cavaron entre los dos un agujero lo suficientemente profundo y lo enterraron, colocando una gran piedra sobre él, marcando sobre su superficie una cruz con una piedra caliza. Jenkins quería rezar algo por él, pero hacía años que la religión había quedado en segundo plano y no recordó ninguna oración.

Deva señaló las sombras que se movían entre la maleza; eran centauros salvajes.

Al principio creyeron que pasarían de largo, pero entonces oyeron como una de las figuras tensaba su arco y Jenkins disparó con el arma tratando de ahuyentarlos.

Aquello sirvió para todo lo contrario, ya que el grupo salió de la espesura entre asustados y agresivos empuñando sus armas. Algunos hicieron uso de ellas, tirando a matar y Jenkins logró acabar con alguno. Deva se tapó los oídos con ambas manos quedándose quieta, pero su acompañante la animó a seguirlo:

—¡Rápido!¡hemos de huir!

Corrieron lo más rápido que sus piernas podían, les aventajaba sus cuerpos ágiles, ya que aquellos cuerpos de cuadrúpedo, aunque más rápidos, eran pesados y continuamente tenían que sortear los árboles que les salían al paso.

Oían cada vez más cerca los cascos de sus perseguidores, a la chica le costaba mantener el ritmo, acostumbrada a surcar los cielos fácilmente y Jenkins a sus cuarenta y tantos años no poseía una gran capacidad aeróbica para aguantar aquel ritmo frenético.

El bosque resultaba un verdadero laberinto infranqueable, los arbustos se enredaban entre las piernas dificultándoles el avance, los dos tenían arañazos en brazos y piernas y los pulmones parecían a punto de estallar si no descansaban pronto.

Y entonces, cuando parecía que iban a pasarse la vida corriendo, frente a ellos se interpuso un desfiladero, con el agua bajar en cascada desde lo alto. Al fondo casi no podía verse el suelo y los dos pararon en seco sin saber qué hacer,

—¡Hemos de atravesar el precipicio, no tenemos otra opción ya que esos seres no podrán seguirnos por aqui! —señaló él estirándole de la mano, teniendo que gritar, ya que el estruendo que producía el agua al caer, apenas le dejaba hacerse oír.

En realidad, Deva desconocía lo que era el vértigo dada su naturaleza, pero se sentía insegura al no poder utilizar sus alas si caía. Por lo que se resistió.

Jenkins la soltó y comenzó a pasar primero, pegando su espalda a la pared, con el agua cayendo con furia frente a él. Se giró hacia ella y le hizo gestos de que lo siguiera.

Entonces una flecha pasó casi rozándole la cabeza, estrellándose en la roca, Deva miró hacia su espalda y vio como los centauros paraban a unos metros, indecisos.

Emitió un chillido y se adelantó con pasos vacilantes. Era un recorrido estrecho, apenas cabía una persona y la piedra era resbaladiza. Consiguió llegar hasta el teniente y le dio la mano, mientras continuaban con su intento de cruzar al otro lado.

Los centauros se quedaron allí, emitiendo gruñidos de impotencia, sabiendo que no podían pasar sus cuerpos por la estrecha garganta. Alguno les disparó sus flechas, pero al final se dieron cuenta que era inútil y dieron por finalizada la cacería, dando media vuelta.

En la enormidad del precipicio, los dos cuerpos parecían minúsculos y tremendamente vulnerables, avanzando centímetro a centímetro frente a la fuerza del agua.

Llegaron a un lugar donde la piedra ofrecía un refugio temporal contra el agua y aquello les alivió levemente. Deva fue a cogerse a una roca, cuando ésta se le rompió entre los dedos haciéndola perder el equilibrio. Quedó en último momento suspendida en el borde, sujeta por una mano y con la otra a la de Jenkins. Éste trató de subirla con todas sus fuerzas, pero no tenía un buen punto de apoyo y notó desesperado que iba a perderla.

—¡No te sueltes!¡no te sueltes! —le gritó, aguantándose con la mano que le quedaba, a una roca puntiaguda.

Deva pataleó tratando de subir, pero en el intento estaba entorpeciendo al hombre, que tenía graves problemas para sujetarse a sí mismo.

Abrió sus alas con dificultad al llevarlas sujetas por la venda, pero ésta cedió y pudo levantarlas sobre su cabeza. El teniente la miró esperanzado y le gritó, ahogando sus palabras con el ruido de la cascada:

— ¡Vuela, puedes hacerlo! —ella lo miró a los ojos y se soltó.

Jenkins miró como caía, gritando su nombre aterrado. El cuerpecillo bajó planeando torpemente con las todavía maltrechas alas, frenando su caída. Pudo ver como chocaba con un árbol medio caído sobre el rio que bajaba desbocado, se levantó cojeando a causa del golpe y marchaba atravesando el tronco hasta la otra orilla.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 14.10.2024

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