Stella continuó con su relato, mientras los demás la escuchaban atentos, cautivados por cada palabra.
—Aura, cuando llegó, era apenas una niña y no paraba de hablar de ustedes. Su inteligencia fascinaba a todos. Era una criaturita hermosa y extraña, totalmente incomprendida en un mundo que no tiene cabida para seres como ella. El señor Broms, como ya mencioné, la exhibía a todo el mundo, aprovechándose de su aspecto inusual para su beneficio.
Uno de los asistentes le llevaba el desayuno, el almuerzo y la cena, mientras que yo trataba de cuidar de su higiene, bañándola en el patio con una manguera y un cepillo de caballos o, a veces, con una esponja. Creo que, si todo hubiera dependido de Broms, Aura habría permanecido encerrada allí hasta enfermar, en condiciones anti higiénicas.
—Si ese dueño del circo era tan cruel, ¿por qué permaneciste allí tanto tiempo? —preguntó uno de los presentes. Stella miró el suelo, inquieta, sin saber si podía confiar del todo en ellos, ya que su historia era dolorosa.
—Verán, cuando tenía unos quince años, me fui del circo con otra compañera mayor que yo, con la que compartía camarote y que era como una madre para mí. Apenas conocía el mundo exterior porque, al ser huérfana, Broms me acogió, alegando ser un antiguo socio de mi padre y prometiéndome que, junto a él, no me faltaría nada. Pasé toda mi infancia allí, pero a medida que fui creciendo, me di cuenta de que Broms me miraba de otra manera... con lujuria. Afortunadamente, aquella mujer siempre me apartaba de él y me hacía sentir protegida, hasta que decidió marcharse a trabajar a otro sitio, pues ya era demasiado mayor para el circo. Decidí acompañarla sin pensarlo, asustada de quedarme allí con Broms acechándome constantemente.
—¿Quieres decir que te acosaba? —preguntó la doctora, preocupada.
—¿Y qué pasó después? ¿Por qué volviste? —intervino uno de los hombres.
—Intenté ganarme la vida cuidando niños con necesidades especiales, pero el sueldo era muy bajo y necesitaba un lugar donde dormir. Al no encontrar otra opción y ya siendo mayor, decidí regresar, esperando que las cosas en el circo hubieran cambiado.
—¿Y...?
—Broms se alegró de mi regreso y traté de ignorar sus constantes insinuaciones. Llegó a sugerirme que mi estancia en el circo sería “mejor” si... ya saben. Es un ser despreciable, y me negué, claro.
—¿No lo denunciaste? —preguntó la doctora, sintiendo un profundo rechazo hacia Broms, a quien imaginaba como un dueño tirano y desagradable.
Stella bajó la mirada, avergonzada:
—No... en esos tiempos tenía un perfil muy bajo. Todos allí saben cómo es Broms, pero callan para proteger sus empleos y sus vidas. Deben saber que muchos de los artistas en el circo están de algún modo perseguidos por la ley. Muchos no tienen papeles en regla, y Broms lo sabe muy bien; todos temen que, si él quiere, puede arruinarles la vida.
Los años fueron pasando, y él pareció olvidarse de mí, lo que aproveché para cuidar de Aura, quien había llegado hace poco y necesitaba atención y algo de amistad.
—¿No sabes dónde podría estar ahora? —preguntó otro de los hombres.
—Ayer por la noche salió un barco hacia Breatles. Si todo ha salido bien, deberían estar los dos allí, escondidos en los bosques.
—¿“Deberían”? —se interesó el Dr. William—. ¿Es que no está sola?
—No, se fue con Erflin, otra criatura del circo; un enano de apenas veinte centímetros, un mutante como muchos otros, que han sido víctimas de las radiaciones.
—Ya veo... La pareja con los hijos nos habló de él. ¡Pobre gente! Tener que vivir siendo objeto de entretenimiento y burla para los visitantes del circo... ¡qué existencia tan indigna!
Stella tenía sentimientos encontrados: a pesar del acoso de Broms, su vida allí no había sido tan mala, y sabía que muchos artistas encontraban un refugio en el circo, donde recibían un pago por su trabajo.
La doctora miró a su marido con evidentes muestras de preocupación:
—Tenemos que coger ese barco antes que les ocurra algo malo, no me quedo tranquila sabiendo que están allí desamparados. ¿Y si no pueden conseguir comida? Hace decenas que la naturaleza quedó en el olvido, no sabemos qué clase de animales vivirán allí.
—Vamos para allá, señor Sanders, quizás encontremos en estos días algún barco que vaya hacia allí.
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Cuando Broms se dio cuenta de la desaparición de Stella, al no verla en la función nocturna, empezó a atar cabos y confirmó sus sospechas: ella había facilitado la fuga de las dos criaturas.
—¡Maldita sea! ¡Me he quedado sin mis mejores atracciones!
No podía permitirlo. Con la ayuda del mago, quien había ganado su confianza, decidió buscarlas, aunque tuviera que rastrear cielo, mar y tierra. El castigo sería ejemplar. Así le pagaban su protección esos ingratos, cuando él les había dado un techo y comida.
Stella guió a los tres doctores hasta el puerto. Eran las nueve de la noche y la oscuridad solo era rota por algunas farolas eléctricas. Las calles estaban desiertas tras el toque de queda, a excepción de los trabajadores que cargaban en los muelles.
—Si tenemos suerte, alguno de esos barcos nos llevará. Si no, tendremos que alojarnos en un hotel y esperar a mañana —dijo Stella, señalando cuatro grandes buques de carga que permanecían anclados, a la espera de órdenes para partir.
En el interior de uno de esos barcos, Aura despertó de un sueño agitado, lleno de pesadillas que mezclaban imágenes del circo y su huida hacia la libertad.
—Erflin, despierta. —lo llamó, rebuscando al enano entre sus cabellos enmarañados. Éste sacó su cabeza medio adormilado y comenzó a desperezarse.
—Umm… ¿ya es hora de irnos?
—No lo sé, pero he oído voces. Creo que son los trabajadores del barco. —aguzó la vista, tratando de acostumbrar sus ojos a la penumbra de la bodega donde la pasada noche y todo aquel día habían permanecido a la espera, alimentándose de los pocos alimentos que les había metido Stella en la bolsa de ropa.
Editado: 02.06.2025