Ando perdido por ese bosque de árboles altos y se dijo que quizás su avión ya no estaba donde lo dejó escondido; tenía serias dudas sobre si podría volver a arrancar el motor.
La otra opción era coger “prestado” el helicóptero que Karl había aterrizado por allí, pero supuso que, si aparecía en la base militar con uno de los vehículos enemigos, su compañía sería capaz de recibirlo a tiros.
---
El motor del avión de guerra rugía con fuerza mientras Jenkins se alejaba de la isla, sus pensamientos envueltos en una maraña de confusión. La línea del horizonte empezaba a teñirse de los cálidos colores del amanecer, pero la claridad no lograba alcanzar su mente.
A medida que ascendía por encima del océano infinito, miró de reojo los indicadores del avión: todo en orden.
—“¿Cómo he ido a parar aquí?” —Aparentemente, no había daño en la nave, pero algo no cuadraba. Su última memoria antes de despertar en el avión era el golpe seco de un objeto lanzado desde las alturas mientras caminaba por entre la espesura. ¿Quién lo había atacado? ¿Y por qué ahora estaba aquí, como si nada hubiera pasado?
Sacudió la cabeza, intentando despejarse, y una sensación amargura se instaló en su pecho. Había escapado. Estaba regresando al lugar que siempre había considerado su hogar: la base, sus compañeros, la seguridad de lo conocido. Pero no podía ignorar la punzada de nostalgia por algo que no lograba identificar.
Desde la cima de un acantilado, la joven figura alada observaba cómo el avión desaparecía entre las nubes. Deva, con el rostro cubierto de una sombra de tristeza, mantenía las alas extendidas, como si con un simple aleteo pudiera alcanzarlo. Pero no lo hizo, sabía que el teniente Enki pertenecía a otro mundo, uno que no podría comprender ni compartir.
"Estás mejor lejos de aquí", susurró para sí misma, aunque la grieta en su voz traicionaba su fortaleza. Su familia, antes de lanzarle aquel coco desde las alturas, había insistido en que lo dejara ir, en que los humanos solo traían caos y peligro a su pequeño mundo. Y, aunque sabía que tenían razón, una parte de ella anhelaba seguir a su lado, descubrir los misterios del mundo más allá de todo lo conocido.
Cerró los ojos y recordó aquellos días en que caminaron juntos por la selva, esquivando amenazas y formando un vínculo que ninguno de los dos se atrevió a nombrar. Sus alas temblaron ligeramente al recordar cómo aquel hombre sin alas había puesto su vida en peligro más de una vez para protegerla. Observó cómo el avión finalmente desaparecía, y una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. Sabía que no regresaría, que su vida estaba destinada a otros horizontes, pero una pequeña parte de ella se aferraba a la esperanza de que, tal vez, en algún lugar y en algún momento, sus caminos volverían a cruzarse.
Jenkins sintió un vacío inexplicable en su interior. Era absurdo: lo había logrado. Estaba vivo, escapando de un lugar donde la muerte lo acechó a cada paso, en aquella aventura que rozaba lo irreal. Pasó la mano por el tablero del avión, como si esperara encontrar una nota, una señal, algo que confirmara que lo que había vivido no era un sueño febril. ¿Dónde estaría ahora su jovencísima acompañante alada? La última vez que la vio se alejó con tres de los suyos en una despedida helada.
Le surgieron las difusas imágenes de cómo aterrizó allí, después de sobrevolar el ancho océano sin ver tierra por ninguna parte y cómo descubrió aquel inmenso trozo de tierra que se le apareció de repente tras las nubes.
Seguramente se dio un fuerte golpe en la cabeza y todo aquello… era inexplicable, no podía haber sido real.
—“Pensé que había muerto… que me había estrellado contra los acantilados.” —sí, solamente existía una explicación coherente para aquello. A causa de la terrible colisión había perdido el sentido y lo que sucedió después fue producto de la conmoción. En su sueño se mezclaron imágenes de seres mitológicos y claro está, de sus enemigos de uniforme rojo. En su imaginación todos habían muerto, pero seguramente más adelante volvería a enfrentarse con Karl y los suyos.
Emitió una sonrisa un poco melancólica; la verdad es que hubiera estado bien que todo fuese real, era bonito imaginarse un mundo apartado, lejos de la maldad humana, con seres de cuento viviendo allí, pero claro está, los ángeles y centauros no existían.
Por lo tanto, apartó aquellos pensamientos y se centró en seguir la ruta que marcaba su cuadro de mandos, volvería a su base y continuaría con su vida de soldado, al lado de su familia, su amada Sara y se vería obligado a cumplir órdenes como había hecho siempre.
FIN
Editado: 02.06.2025