La isla de los dioses

Flashback 5

Desde el instante en que puse un pie en la base, transportada en un helicóptero de la organización, sentí que había cruzado a otro mundo. Cada pasillo, cada monitor, cada dato que aparecía en las pantallas me parecía una ventana a algo mágico y desconocido. Pero mis compañeros no compartían mi fascinación. Los veía sentados frente a sus estaciones, bromeando entre ellos, tomando notas de manera mecánica mientras bebían café o refrescos y algún que otro sándwich. En las pantallas desfilaban imágenes de sirenas reales danzando en aguas cristalinas de los arrecifes de coral, o de criaturas aladas alzando el vuelo al amanecer mientras emitían sus hipnóticos cantos.

—¡Es increíble! —exclamé, incapaz de contenerme, al observar en tiempo real a un centauro que tallaba una herramienta de piedra con destreza, rodeado por un grupo de sus congéneres.

Recordé los innumerables documentos de confidencialidad que tuve que firmar antes de incorporarme a este trabajo. También, la entrevista en solitario con el holograma de una mujer mayor que se presentó como la Doctora Gabrielle. Me sorprendió que usara su nombre de pila, pero más me impactó la brevedad de sus explicaciones sobre el proyecto: Minotauro, así lo llamó.

Alex, uno de los científicos más veteranos y asignado como mi guía, me escuchó emocionarme y se encogió de hombros con una media sonrisa. —Lo era, Clara. Era increíble —dijo, casi con nostalgia—. Al principio. Déjame adivinar: ahora mismo sientes lo mismo que todos nosotros cuando llegamos aquí por primera vez. Es como un sueño, ¿verdad? Pero dale un par de meses y verás que esto se vuelve rutina.

Negué con la cabeza, no podía imaginar perder el asombro por algo tan extraordinario. Pero Alex prosiguió, ahora con un tono más neutral, cansado por las veces que había tenido que repetirlo. —Esto comenzó hace décadas, cuando un grupo de científicos, liderados por la doctora Gabrielle Jones, tuvo una idea que para muchos sonaba a locura: crear nuevas especies a través de experimentos genéticos. Querían comprender cómo la vida podía adaptarse a diferentes condiciones, cómo podríamos rediseñar el futuro. Lo llamaron Proyecto Minotauro.

Mi mente se llenó de preguntas, pero Alex se limitó a darme una palmadita en el hombro. —Nuestro trabajo no es crear —dijo—. Es observar. Liberaron a las criaturas en estas tres islas en pleno Pacifico y se retiraron, dejando a unos pocos de nosotros, los nuevos para vigilarlas. Esas generaciones de científicos ya no están, pero lo que dejaron atrás sigue viviendo.

Mientras intentaba procesar sus palabras, entendí que había entrado en algo mucho más grande de lo que jamás imaginé. Este lugar, esta base, no era solo una instalación científica; era un testigo silencioso de las vidas que se desarrollaban en ese vasto océano.

—¿Cómo es posible que todo esto exista? —pregunté, fascinada—. ¿Acaso nadie puede acceder a estas islas?

—La base cuenta con tecnología punta —explicó Alex—, incluyendo una red de satélites que nos permite monitorizar a los habitantes en tiempo real sin interferir en sus rutinas. El equipo no interviene, solo documenta la evolución de estas especies y estudia cómo han desarrollado sus propias culturas y ecologías. Quizás te hablaron de las barreras magnéticas que protegen este lugar. Ningún barco o avión puede atravesarlas, y así nació la leyenda del "Triángulo de las Bermudas". Es necesario, porque sin esas medidas, la vida de estas criaturas estaría en peligro.

El delgado joven que hacia de guía hizo una pausa, mirando hacia una de las pantallas apagadas. —Hemos sido testigos de miles de historias. La mayoría son bellas, pero algunas increíblemente trágicas. Lo más difícil es no poder intervenir.

—¿Y cuál es el propósito de todo esto? —insistí.

—Nadie lo sabe con certeza —respondió, encogiéndose de hombros—. Solo hacemos nuestro trabajo y nos pagan por ello. No te preocupes, al final te cansarás de ver lo mismo día tras día. Ahora te parece extraordinario, pero llegará un momento en que será rutina, y dejarás de hacerte preguntas. Será como una película que se repite constantemente.

Con el tiempo, aprendí a adaptarme al ritmo de la base. Mis días comenzaban al amanecer, revisando las grabaciones nocturnas y elaborando reportes sobre las actividades de los distintos biomas. Los turnos rotativos aliviaban la monotonía: un día me ordenaban supervisar el espacio aéreo, al siguiente los arrecifes de coral o la densa vegetación. Por las noches, el equipo se reunía para analizar hallazgos importantes, debatir teorías y compartir descubrimientos. Pero no todo era trabajo. Había momentos de camaradería, cenas compartidas y hasta improvisados torneos de ajedrez o antiguos juegos de cartas en el comedor.

Y sí, aunque me costara admitirlo, Alex tenía razón: aquella euforia inicial se desvaneció, reemplazada por la rutina del dia a dia.

Con los años, los satélites dejaron de funcionar, las pantallas se apagaron y se asumió que el proyecto había cumplido su propósito. Nos reasignaron a otras tareas para el govierno, todas más "normales".

Mientras tanto, las criaturas continuaron sus vidas, ajenas al grupo de "humanos" que, en algún lugar lejano, las había estado observando durante tanto tiempo, registrando cada detalle de su existencia sin que ellas lo supieran.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 02.06.2025

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