La Isla de los Monstruos..

​Capítulo 1: El despertar de la bestia.

​El sol se alzaba sobre las ruinas de lo que alguna vez fue el Océano Pacífico, su luz abrasadora reflejándose en las aguas estancadas y turbias. El Nautilus, un antiguo submarino reacondicionado para la expedición, emergía a la superficie, su casco oxidado y abollado un testamento de los cien años que habían pasado desde la Gran Guerra. En la cubierta, un grupo de tres personas, los últimos bastiones de la humanidad, contemplaban el horizonte.
​Eran Kael, el mercenario, un hombre de unos treinta años con el rostro curtido por el sol y los ojos de un cazador. Lyra, la científica, una mujer de veinticinco años con el pelo largo y oscuro recogido en una trenza, y unos ojos inteligentes que brillaban con la sed de conocimiento. Y Marcus, el ingeniero, un hombre de cuarenta años con las manos cubiertas de grasa y el rostro cansado de alguien que había pasado toda su vida en la oscuridad de las máquinas.
​"Ahí está," Lyra susurró, su voz llena de un asombro reverencial.
​En el horizonte, una masa de tierra se alzaba majestuosamente, una silueta de montañas y valles que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. La isla, sin embargo, no era un paraíso. La vegetación era densa y de un color púrpura oscuro, el aire era denso y estaba lleno de un olor a ozono quemado y a metal frío. El silencio era total, un silencio que era más aterrador que cualquier grito.
​"No es lo que los rumores decían," Kael dijo, su voz un eco hueco en el inmenso vacío. Su mano descansaba sobre su rifle, su cuerpo en alerta, su mirada recorriendo el horizonte en busca de cualquier señal de vida.
​Marcus, el ingeniero, se acercó al panel de control de la nave. "La radiación aquí es... extraña. Hay una firma de energía que no he visto en mi vida. Es como si la isla estuviera viva."
​De repente, un aullido rompió el silencio, un sonido que era a la vez un rugido y un lamento. La tierra bajo sus pies se estremeció, y en el horizonte, una figura se alzó, una silueta gigantesca que se elevaba por encima de las montañas. Era una criatura de pesadilla, un ser con la forma de un simio, con los músculos tensos y una mirada de pura malicia en sus ojos. El Simio del Caos, uno de los monstruos que, según la leyenda, gobernaban la isla.
​"Hemos despertado a la bestia," Lyra susurró, el pánico reflejado en sus ojos. "Y la bestia sabe que estamos aquí."
​Kael apretó los dientes. No había tiempo para el miedo. El viaje que habían emprendido para salvar a la humanidad, se había convertido en una lucha por la supervivencia. Y en la Isla de los Monstruos, no había lugar para los débiles.
​El aullido del Simio del Caos resonó a través de la densa atmósfera de la isla, un grito de guerra que prometía un final rápido y brutal. Kael, el mercenario, no dudó. "¡Al submarino! ¡Rápido!" gritó, su voz dura y autoritaria.
​Lyra y Marcus se abalanzaron hacia la escotilla del Nautilus, su pánico apenas contenido. Kael se quedó atrás, su rifle en la mano, observando a la bestia. El Simio del Caos no era solo una criatura, era una fuerza de la naturaleza. Era una montaña de músculos con garras del tamaño de cuchillos y una mirada de pura maldad. Se movió con una agilidad sorprendente, saltando de montaña en montaña, su rugido un trueno en el aire.
​"Kael, ¿qué estás haciendo?", la voz de Lyra resonó desde el interior de la escotilla. "¡Entra!"
​Kael apretó los dientes. Sabía que no podía enfrentarse a la bestia, pero si no la distraía, el Simio del Caos destrozaría el submarino y los mataría a todos. El hombre del desierto, el cazador, tomó el control. Disparó su rifle, una serie de disparos que sonaron como un eco en el inmenso vacío.
​El Simio del Caos se detuvo, su mirada llena de furia. El sonido del rifle, una herramienta de la humanidad, había enfurecido a la criatura. Con un rugido ensordecedor, la bestia se abalanzó hacia el submarino, su mirada fija en Kael.
​Kael no esperó. Saltó dentro de la escotilla, Lyra cerró la puerta de golpe, y Marcus, el ingeniero, la selló. El Simio del Caos golpeó el casco del Nautilus, y el submarino se estremeció. El golpe fue tan fuerte que Lyra y Marcus cayeron al suelo.
​"¡Rápido, Marcus, a los controles! ¡Tenemos que sumergirnos!", gritó Kael, el sudor corría por su rostro.
​Marcus, el ingeniero, se abalanzó sobre los controles, sus manos temblando. El Simio del Caos golpeó el submarino de nuevo, el sonido del metal crujiendo era ensordecedor. Lyra, la científica, se aferró a su asiento, sus ojos fijos en el monitor que mostraba la superficie del agua. La bestia estaba a solo unos metros.
​"¡Sumergirse!", Kael gritó.
​El submarino se sumergió en las aguas turbias de la isla. El Simio del Caos se detuvo, su mirada fija en el agua. La criatura, una fuerza del caos, no podía sobrevivir en el agua. Con un último rugido de frustración, se retiró.
​Los tres, con el corazón en un puño, se miraron. Habían sobrevivido al primer encuentro, pero la realidad de su misión se había vuelto sombría. La Isla de los Monstruos no era una leyenda. Era una realidad. Y el despertar de la bestia, solo era el comienzo.

​El aullido del Simio del Caos se desvaneció en un silencio abismal. El Nautilus, el viejo submarino, se sumergió en las aguas turbias de la isla, sus luces de navegación, los únicos faros de esperanza en la oscuridad. Lyra, la científica, se aferró a su asiento, sus ojos fijos en el monitor que mostraba el exterior. La imagen era una pesadilla. Un océano oscuro y denso, lleno de vegetación extraña y peces con ojos luminosos. Era un mundo que la humanidad había olvidado, un mundo que había renacido después de la Gran Guerra.
​"La presión está aumentando," Marcus, el ingeniero, susurró, su voz rota por el miedo. "El casco no puede soportar esta presión por mucho tiempo. Tenemos que encontrar una forma de llegar a la isla."
​Kael, el mercenario, se acercó a la consola de la nave. El miedo de Marcus era palpable. Kael, sin embargo, no sentía nada. El terror era una emoción que había aprendido a enterrar hace mucho tiempo. "La única forma de llegar a la isla, es a través del agua," dijo, su voz fría y decidida. "Tenemos que encontrar una entrada, una cueva, un túnel. Algo."
​De repente, una figura borrosa apareció en el monitor, una silueta que se movía con una velocidad antinatural. Lyra, la científica, se quedó sin aliento. "Es un monstruo acuático," susurró, su voz llena de pánico. "No es el Simio del Caos. Es otra cosa."
​La criatura, una mezcla de anguila y serpiente, con ojos que brillaban en la oscuridad, se acercó al submarino. El Nautilus se estremeció. La criatura se enroscó alrededor del casco, su cuerpo resbaladizo y fuerte. Las luces del submarino parpadearon y el sonido del metal crujiendo se intensificó.
​"¡A los controles, Marcus!", Kael gritó. "¡Tenemos que librarnos de él!"b
​Marcus, el ingeniero, con las manos temblando, trató de librarse de la criatura. Pero el monstruo era demasiado fuerte. La criatura se rió, un sonido que era una cacofonía de gritos silenciosos que resonaban en sus mentes. Era una criatura que se alimentaba del caos y del miedo. Y ellos eran su banquete.
​"¡Kael!", Lyra gritó. "¡El monstruo! Su energía está afectando nuestros sistemas. Se está alimentando de la energía de la nave."
​Kael apretó los dientes. La criatura era un Nulificador de energía. Una bestia que se alimentaba de la energía de la nave. La única forma de librarse de ella, era dándole algo de comer. Kael se acercó a la consola de la nave, sus ojos fijos en la criatura.
​"Lo siento, Marcus," Kael susurró. "Vamos a sacrificar un poco de energía para que nos deje en paz. Es nuestra única esperanza."
​Con un último suspiro, Kael encendió los motores. El submarino vibró con la energía, y la criatura, el Nulificador acuático, se abalanzó sobre ella. La bestia se tragó la energía, y el submarino se estremeció. El Nulificador, satisfecho, se desenroscó del casco y se alejó en la oscuridad.
​Lyra y Marcus se quedaron en silencio, el sudor corría por sus rostros. Kael, el mercenario, se había salvado de nuevo. Pero la verdad era más amarga de lo que nunca habían imaginado. La Isla de los Monstruos no era una leyenda. Era una pesadilla viviente, y ellos eran los únicos que podían detenerla. El naufragio del Nautilus.
​El Nautilus, herido pero no vencido, avanzó lentamente por las aguas turbias de la Isla de los Monstruos. El Nulificador, satisfecho con su porción de energía, se había ido. Pero el silencio, un silencio lleno de amenazas, permanecía. Lyra, la científica, se sentó, su rostro pálido. La criatura había dejado una cicatriz en su mente, un eco de la oscuridad que la había tocado.
​"Lyra, ¿estás bien?", Kael preguntó, su voz llena de una preocupación que ella nunca había oído.
​Lyra asintió, su mente todavía en un torbellino. "Sí. Pero... la criatura. Era como si supiera lo que pensábamos. Como si se alimentara no solo de energía, sino también del miedo".
​Marcus, el ingeniero, interrumpió, sus ojos fijos en la consola. "El casco está dañado. La presión es demasiado alta. Tenemos que encontrar una forma de llegar a la superficie. Ahora."
​Kael se acercó al panel de control. El mapa de la isla, una imagen borrosa de montañas y valles, se iluminó con un brillo de esperanza. "Hay una grieta en la tierra," dijo. "Un túnel. Un camino hacia el interior de la isla. Si podemos llegar a él, estaremos a salvo de los monstruos del mar."
​Lyra y Marcus se miraron, sus ojos llenos de una nueva esperanza. Pero Kael sabía que el túnel era una trampa. La isla, una entidad viviente, no se rendiría tan fácilmente.
​Se sumergieron más profundamente en las aguas turbias, siguiendo la grieta en la tierra. Las luces del Nautilus iluminaron un mundo que la humanidad había olvidado: corales de colores extraños, peces bioluminiscentes y plantas que se retorcían como si tuvieran vida. Era una belleza monstruosa, una belleza que te recordaba que no eras bienvenido.
​De repente, un estruendo rompió el silencio. El Nautilus se sacudió, y las luces parpadearon. La pantalla de Marcus se llenó de advertencias.
​"¡Un derrumbe!", gritó. "El túnel se está cerrando. No podemos salir. Y el submarino... el submarino está atascado."
​Kael se quedó en silencio, sus ojos fijos en la pantalla. La grieta, la única esperanza de la humanidad, se había convertido en su tumba. Y la isla, la entidad viviente, se había cobrado su primera víctima.
​"Tenemos que salir," Kael dijo, su voz tranquila y decidida. "Tenemos que encontrar una salida. Y si no la encontramos, tendremos que luchar."
​El Nautilus se había convertido en un naufragio. Y el equipo, el último bastión de la humanidad, se había quedado atrapado en un mundo que no los quería




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