TARDE
Bienvenidos al día número seis, el día en que casi no dormí por dos razones:
1. No podía dejar de pensar en Bastian.
2. En dos días comenzaría el juicio para determinar si me iba, o no.
Cada hora, cada minuto y cada segundo era una tortura. Agatha no dejaba de repetirme que todo iba a salir bien, pero no podía creerle, estaba demasiado asustada. Mi vida corría peligro y aún no había encontrado a mi familia. No podía irme sin encontrarlos, necesitaba encontrarlos. Intentaba no perder las esperanzas de encontrarlos con vida, intentaba no rendirme, no tirarme para abajo y mantener la cabeza en alto, pero, Dios, sí que es un trabajo arduo.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —le pregunté a Agatha.
—Claro.
—Cada vez que salgo siento esta energía en todos lados, como si emanara de la naturaleza.
Rio un poco.
—Porque es exactamente eso, solo te faltó decir “mágica”. —la miré confundida y agregó—: Es una energía mágica, es lo que hace que la isla sea lo que es y que nos convirtamos en esto.
Se señaló y asentí lentamente.
—¿A dónde tienes que ir? —le pregunté viendo cómo buscaba algo.
—Al Rosedal —contestó—. ¡Aquí está! —exclamó contenta, alzando el zapato.
—¿Qué es?
—Es parecido al centro, pero ahí hay una granja y más cosas.
—Ay, menos mal —suspiré—. Ya estaba comenzando a pensar que éramos vegetarianos.
—Algunos lo somos, pero no pensé que tú lo fueras.
—Oh… Gracias, entonces.
Sonrió, se acercó a mí y me regaló un beso en la mejilla antes de que le deseara un buen viaje.
Sabía que en poco tiempo llegaría Bastian, y me ponía nerviosa de solo pensarlo. Las palabras de Agatha no dejaban de resonar en mi cabeza. No tenía que enamorarme. No debía. Tampoco podía. Bueno, sí podía, pero sabía que, si algo me pasaba, él saldría lastimado. Al igual que yo honestamente, y quería evitarlo a toda costa, así que decidí mantener la distancia. Ya no podía pensar solo en mí como al principio.
Habían pasado varios largos minutos desde que Agatha se había ido y Bastian aún no llegaba. Tuve un pequeño mal presentimiento, pero lo ignoré.
—¿Anna? —alguien comenzó a golpear la puerta desesperadamente y me asusté—. Ábreme.
Miré la puerta fijamente mientras pensaba si era una buena idea abrirla. No reconocía la voz, no sabía si confiar.
—Soy yo, ¡Bastian! —exclamó, en pánico.
Corrí hacia la puerta y la abrí sin dudarlo. Era él, realmente lo era. Bastian entró y dio un portazo. Giró hacia mí sin despegarse de la puerta.
—¡Lo siento tanto! No te reconocí —grité, apenada.
—No te preocupes —dijo él con una pequeña sonrisa—. Yo también hubiese dudado.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —pregunté, observándolo de pies a cabeza.
—Por suerte, sí —contestó y suspiró—, pero ya no importa, ya pasó.
—No me hagas esto, Bastian —rogué—. Dime.
Él negó con la cabeza.
—¿Por favor?
Hice puchero y frunció el ceño, pero noté que intentaba no sonreír.
—¿Entonces? —pregunté, impaciente.
—¿Entonces qué?
—¿Me dirás?
Bastian se quedó callado unos segundos, pensando, hasta que soltó un largo «Aaah». Estaba a punto de hablar cuando algo golpeó la puerta empujándolo un poco, y retomó su lugar rápidamente.
—Vete al cuarto y no salgas por nada —susurró con miedo en sus ojos.
—Pero...
—Ahora —dijo entre dientes, interrumpiéndome.
Volvieron a golpear la puerta y corrí a la habitación de Agatha. Escuché unos golpes más hasta que estos cesaron. Tenía mi oreja pegada a la puerta, pero todo estaba en silencio. Al cabo de unos pocos minutos, escuché un estruendo, casi como una explosión, y la puerta se abrió. Alguien corrió hacia el dormitorio y me aparté de la puerta, asustada. Esta se abrió y un Bastian desesperado la cerró una vez adentro.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamé, aterrada.
No contestó, estaba demasiado ocupado tratando de evitar que, lo que sea que estuviese del otro lado de esa puerta, entrara. Me subí a la cama, me senté, cubrí mis oídos y cerré los ojos. Tal como lo hacía de pequeña. De repente, un grito femenino hizo que dejaran de golpear la puerta, y el silencio y la paz regresaron. Abrí los ojos y saqué las manos de mis oídos. Bastian cerró los ojos aliviado y se deslizó hasta caer al suelo.
—Es Tabitha —explicó y suspiró—. Ya se terminó.
No entendía qué estaba pasando, pero seguía asustada. Bastian se levantó para acercarse a mí, sin embargo, yo fui más rápida y me abalancé sobre él, abrazándolo con fuerza, y comencé a llorar. Él me rodeó con sus brazos, pegándome a su cuerpo, mientras acariciaba mi cabello. Las cosas solo seguían acumulándose y la angustia me superaba.
Editado: 22.11.2020