Día 7

TARDE

—¿Sigue durmiendo? —preguntó Tabitha.

Agatha asintió.

—Cuando despierte, dile que el juicio es mañana a primera hora y que no puede llegar ni un minuto tarde.

—Ni un minuto —repitió Agatha, sonriendo.

No sabía si las paredes eran súper finas o estaban hablando al lado de la puerta.

Esperó que Tabitha dejara la casa para ir al cuarto donde yo estaba con Bastian, quien solo estaba acostado junto a mí. Agatha abrió la puerta lentamente intentando no hacer ruido, pensando que estaba dormida, pero la realidad no había podido pegar un ojo en toda la noche.

—¿Se fue? —preguntó él en voz baja.

—Sí, se fue —contestó—. Creo que deberíamos despertarla.

—¿Por qué?

—No ha comido en todo el día y ya se está haciendo de noche.

Bastian suspiró, se levantó y me movió un poco, pero no me molestó lo suficiente. Me movió un poco más y fingí despertarme, exaltada.

—¿Qué pasó? —pregunté y fruncí el ceño—. ¿No puedo dormir?

—Lo siento, Anna —dijo Agatha—. Tienes que comer algo, por favor.

—No tengo hambre.

Apoyé la cabeza en la almohada de nuevo y cerré los ojos.

—Lástima. Levántate.

—¿O qué?

La miré fijamente, retándola. Por otro lado, ella me miró confundida y giró hacia Bastian.

—Tienes que entenderla —murmuró él.

Sus ojos regresaron a mí.

—Vas a comer y punto. Es por tu bien.

Se veía realmente preocupada, pero yo no tenía fuerzas.

—No eres mi madre —contesté.

Agatha suspiró rendida. Abandonó la habitación y cerró la puerta.

—Te entiendo, pero... —comenzó a decir Bastian.

—¿Lo entiendes? —exclamé, interrumpiéndolo, y me senté—. Tus padres están aquí, ¡ambos!

—Sí, pero...

—¿Pero? —alcé una ceja—. ¿Dijiste "pero"?

—Lo siento —susurró y miró el suelo.

Me levanté, fui al baño y di un portazo, sin querer.

—Esa no es manera de tratar a tu príncipe azul.

Pegué un salto, asustada, y giré para encontrarme a Merlín.

Estaba tan sorprendida y espantada que no salía ni una palabra de mi boca abierta.

—Tranquila, no te haré daño, no soy un asesino —dijo, acercándose—, tampoco soy violento.

No le creí ni una palabra.

—Oh, pequeña... Estás temblando.

No lo había notado hasta entonces y observé mis manos. En un segundo me había convertido en una gelatina en medio de una tormenta.

—¿B-Bastian...? —murmuré, retrocediendo hacia la puerta.

Merlín chasqueó los dedos y de repente ya no podía hablar. Estaba muda. Mis ojos se aguaron e intenté correr a la puerta, pero tampoco podía moverme, estaba pegada al suelo.

—Solo te diré una cosa —susurró entre dientes cerca de mi oreja—. Si tú no pisas la isla prohibida, te llevaré con mis propias manos, ¿entendido?

Asentí repetidas veces, aterrada. Estaba llorando, pero nadie me podía escuchar. 

—Buena chica —dijo y sonrió—. Nos vemos luego.

Acarició mi mejilla antes de desaparecer junto con la inmovilización y la falta de voz. Abrí la puerta brutalmente y corrí hacia Bastian sin dejar de llorar.

—¡¿Qué pasó?! —exclamó él.

—M-Merlín... —comencé a decir mientras señalaba el baño—. Él... Ahí...

—¿Merlín está ahí?

Negué varias veces con la cabeza y me pegué por dentro. Estaba alterada, no podía controlarme y las palabras no salían como yo quería.

Bastian se alejó un poco.

—Tranquila, respira hondo. Siéntate.

—No puedo... —murmuré y puse las manos sobre mis rodillas—. Lo siento.

—Está bien, estoy aquí.

—Duele —susurré y apreté los ojos.

—¿Dónde? —preguntó, asustado.

—Aquí —contesté, tocándome el pecho y luego el estómago—. Todo.

—Tienes que comer algo —dijo mientras limpiaba mis lágrimas.

Y finalmente, asentí. No sabía si tenía hambre o no, pero me dolía todo, física y emocionalmente. Tal vez podía detener uno de ellos.

Salimos y fuimos al comedor. Agatha sonrió apenas nos vio, y sin decir nada, puso la comida sobre la mesa. Ensalada.

—Gracias —dije.

—No hay de qué.

Agatha le hizo una seña a Bastian mientras me sentaba. Él asintió, ambos fueron al cuarto y cerraron la puerta. Me levanté para acercarme a la puerta, descalza, sin hacer ruido.