TARDE
Una mala decisión puede complicarle, e incluso arruinarle la vida a cualquiera. El karma no es una ciencia exacta así que nunca se sabe si realmente llegará algún día. Dicen que las personas pueden cambiar sin importar qué hayan hecho, incluso si han cometido el peor de los crímenes. También dicen que todo pasa por algo, hasta que algo terrible le sucede a esa persona. Todo el mundo va a pasar por algo horrible durante su vida, ya sea solo una vez, y eso puede ser suficiente para que esa persona cambie para siempre. Un engaño, un golpe, una traición o una mentira, solo eso se necesita. Tampoco es necesario ser la persona más buena del mundo, todos podemos cometer un error y luego arrepentirnos y aprender de ello, pero hay ciertas cosas que nos marcan para siempre. Por eso existe la famosa frase: piensa dos veces antes de actuar. Porque esa pequeña acción puede cambiarlo todo, puede ser el fin de una cosa y el comienzo de otra, y puede ser lo que decida cuál será tu destino. No hay que tener miedo de vivir, tampoco de equivocarse, simplemente hay que tomarse dos segundos para pensar cuál será tu próxima palabra o movimiento. Hay errores que son irremediables. O al menos estas son las cosas que escuché durante toda mi vida, y por eso, inevitablemente, comencé a preguntarme qué había hecho mal para merecer todo lo que me estaba sucediendo, para merecer todo este sufrimiento.
Mi cabeza no se detenía, quería entender y aceptar las cosas tal como eran, pero se me hizo imposible. Dormir ya era un lujo, no podía comer, y después de que todos se fueron de la fiesta, tuve que rogarles a mis nuevos seres queridos que me dejaran sola, que no quería hablar de lo que había pasado, no estaba lista.
—¿Al menos puedes desayunar? —preguntó por décima vez Agatha, sentada sobre la cama—. ¿Una manzana? Solo eso te pido.
—Estoy bien —repetí.
—No me mientas, por favor. Me lastima verte así —dijo, acariciando mi brazo.
—Quiero descansar —la miré con los ojos rojos e hinchados.
—Está bien —murmuró mientras se alejaba de la cama—. Intenta dormir y cuando despiertes vas a comer, quieras o no.
—Lo pensaré.
—Llamaré a Tabitha para que te tire otro polvito.
—Está bien, comeré —contesté y puse los ojos en blanco.
—Bien —dicho esto, salió y cerró la puerta—. ¡Te quiero!
«Y yo a ti», pensé.
Cerré los ojos decidida, esta vez iba a dormirme. O eso esperaba. Mi cerebro tardó unos cinco segundos en volver a funcionar, pero esta vez no eran palabras lo que había aparecido en mi mente, sino imágenes donde podía ver a mi padre y hermano en el parque. Elliot estaba subiéndose al tobogán y yo iba detrás de él mientras que papá nos observaba desde la punta para poder atraparnos cuando llegáramos. Incluso pude escuchar la voz de Jack, preguntándonos si estábamos listos. Nos acomodamos para caer juntos, y lo hicimos. Nuestros brazos estaban levantados mientras nos deslizábamos, y ambos teníamos una gran sonrisa en sus rostros. Papá también se veía súper feliz, a pesar de haber perdido a nuestra madre hacía poco tiempo por culpa del cáncer. Comencé a frustrarme y eso no ayudaba. Tomé la almohada y la abracé fuertemente, esperando que eso ayude en algo. Decidí, e intenté, poner la mente en blanco, y mágicamente lo logré. Al poco tiempo, también logré dormirme.
Un estruendo me despertó y no pude evitar saltar de la cama, asustada y lista para lo que sea. Bueno, no cualquier cosa. En cuanto no vi nada ni a nadie en la habitación, me abrigué y salí para encontrarme a Agatha recogiendo pedazos de cerámica del suelo.
—¿Te desperté? ¡Lo siento! —exclamó—. Una amiga del centro me los regaló ayer y ya rompí uno.
Desvié la mirada hacia la mesa del comedor y vi una pila de platos de cerámica, completamente nuevos y hermosos. Eran de color azul y blanco. Mis ojos regresaron a Agatha y enseguida me acerqué para ayudarla.
—No te preocupes, linda —dijo, pero la ignoré.
Cuando terminamos de tirar todos los trozos en el tacho de basura, ella me miró con una sonrisa.
—Primero, gracias —comenzó a decir—, y segundo, los cambiantes van a venir un rato para hacernos compañía, ¿no es genial?
Agatha estaba emocionada y yo también quería estarlo, en serio.
—Sí, lo es —contesté, con una pequeña sonrisa.
—No te emociones tanto —dijo Agatha, sarcásticamente—. No creo que tarden mucho en lleg... —dos pequeños golpes en la puerta la interrumpieron y su sonrisa se amplió—. ¡Llegaron!
Corrió hacia la puerta y la abrió, dejándolos pasar. Alexander y Owen fueron los primeros en venir hacia mí, turnándose para saludarme y darme un abrazo. Daniel, en cambio, solo me saludo y me preguntó cómo estaba, en voz baja, pero no supe qué decir, así que mentí. Todos se sentaron en la mesa, en silencio, hasta que Daniel lo rompió.
—Me alegra mucho que el juicio haya terminado de esa manera, era lo que esperaba. —Hizo una pausa y continuó—: No la parte donde intentaron apuñalarte, tampoco cuando te transformaste, pero estoy satisfecho.
—Todos lo estamos —agregó Owen, sonriendo.
Editado: 22.11.2020