La Isla del Destino

Día 12

MADRUGADA

 

Todavía era de noche y lo único que se escuchaba era el viento. Abrí los ojos, y aunque todo estaba oscuro, la luz tenue de la luna iluminaba la habitación; permitiéndome ver a Agatha. Estaba completamente en paz, su respiración era lenta y sus labios formaban una pequeña sonrisa. Giré hacia el otro lado para acomodarme, pero vi una silueta. No era cualquier silueta, era Mérida. Grité, pero ningún sonido salió de mi boca. Ella se acercó a mí con un dedo sobre sus labios diciéndome, irónicamente, que me calle. Me señaló la ventana junto a ella, la cual estaba abierta. Negué con la cabeza, pero aun así me levanté. Miré a Agatha... Podía despertarla, pero no quería arriesgarme a ponerla en peligro. Tomé mi abrigo, el cual estaba sobre un perchero, me lo puse e hice lo mismo con los zapatos. Mis ojos regresaron a Mérida y salí por la ventana sin hacer ruido. Ella me siguió y la cerró.

—Ya puedes hablar —dijo después de charquear los dedos.

—¿Viniste sola?

—Sí —contestó e hizo una pausa—. Merlín me envió.

—¿Para qué? —pregunté, asustada porque sabía que me estaba quedando sin tiempo.

—Quiere una respuesta, ahora.

—¿Ahora? —exclamé.

—¡Sh!

Tomó mi brazo, alejándome de la casa, y giró hacia mí.

—Ya. Antes de que alguien me vea.

—Dudo que haya alguien por aquí —contesté, riendo un poco.

—Tienes a los perritos dando vueltas toda la noche, desde ayer. ¿No lo sabías?

—No...

Cerró los ojos, respiró hondo y los volvió a abrir.

—¿Y? —preguntó.

—Es que, todavía...

Me interrumpió.

—¿Todavía no decidiste? ¿Qué tanto tienes que pensar? —esperó unos segundos y al no recibir ninguna respuesta de mi parte, agregó—: Tienes que venir, o Bastian muere.

Me quedé en silencio un rato, intentando procesar la información.

—¿Por qué mataría a Bastian? Además, no dijo que mataría.

—Porque sabe que él es tu segunda mayor debilidad, y lo hará si lo ve necesario.

—¿Cómo...?

Y me interrumpió, otra vez.

—Un buen mago nunca revela sus secretos —dijo, sonriendo.

—¿No eran brujos?

—Tú me entiendes.

—No, no lo hago realmente —hice una muesca.

—Deja de distraerme —exclamó, tirando de su cabello—. Entonces, ¿vamos?

—¿Ahora?

—Sí, ahora —murmuró, entre dientes.

—Déjame despedirme —supliqué.

Me miró fijamente un rato, pensando. Finalmente cedió, asintiendo, malhumorada.

—Tienes hasta el anochecer —dijo, señalándome.

—Perfecto, es suficiente —intenté sonreír.

—Merlín me va a matar —murmuró mientras se alejaba caminando.

La observé hasta que la perdí de vista. Regresé a la casa e intenté abrir la ventana, pero estaba trabada. Seguro Mérida lo había hecho por si Agatha se despertaba. Escuché unos pasos a lo lejos, justo detrás de mí, y supuse que eran Daniel y Alexander, así que comencé a caminar hacia el otro lado. Había muchas hojas y eso no ayudaba, así que tenía que pisar con las puntas de los pies. Enseguida me adentré en el oscuro y silencioso bosque. Por alguna razón, podía ver bastante bien. Levanté la cabeza para ver la luna, pero los árboles eran tan altos y grandes que no me dejaban verla. Ni siquiera pasaba su luz. ¿Acaso tenía visión nocturna? Pero... Eso significaría una cosa. No, era imposible. No podía ser mitad cambiante, tenía que ser un chiste.

—¿Anna?

Una voz bastante familiar me bajó de la nube en la que estaba. Giré rápidamente hacia él, aliviada. Me miró, y sin decir una sola palabra corrió hacia mí para alzarme y abrazarme con fuerza.

—No te irás, ¿cierto? —murmuró con su rostro enterrado en mi cuello.

—¿De qué hablas? —pregunté, fingiendo confusión.

—Sabes bien de qué hablo —contestó, bajándome.

—¿Alex te contó? —asintió—. No tienes nada de qué preocuparte, Bastian.

Me miraba con tristeza y miedo. Coloqué un mechón detrás de su oreja y le regalé una sonrisa. Pero no duró mucho. Aparecieron lágrimas en su lugar.

—Tengo miedo —susurré, intentando no romper en llanto.

—Yo te protegeré.

—No puedes.

Comencé a negar con la cabeza repetidas veces mientras me alejaba de él sin dejar de mirarlo, y las lágrimas comenzaban a caer.

—Bella...

Se acercó hacia mí rápidamente tomando mis manos. Intentó abrazarme de nuevo, pero lo empujé.

—Yo tengo que protegerte, no tú a mí —comencé a secar las lágrimas y respiré profundo—. Tú eres el único en peligro.



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En el texto hay: fantasia, misterio, poderes

Editado: 22.11.2020

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