MAÑANA
—Buenos días, hermanita —abrí un poco los ojos y vi a Elliot apoyando una bandeja junto a mí sobre la cama—. Tienes que comer algo, ya es tarde.
Suspiré, me refregué los ojos y miré la comida. Dos huevos fritos, un jugo de naranja y algunas nueces.
—¿Ahora me traes el desayuno a la cama? Eso es nuevo —sonreí y me senté.
—Me contaron algunas cosas sobre tus días aquí, probablemente no todo, y la verdad nada sonaba bien —hizo una pausa—. Pero bueno, me alegré cuando me contaron sobre Agatha, Tabitha y…
—Bastian —murmuré.
—Sí, Bastian —dijo, serio.
—También conocí a Owen, Alexander y Daniel, pero no mucho.
—¿Daniel es quien casi te trae aquí? —asentí—. Menos mal que no lo hizo, pero si hubiese pasado, yo no iba a dejar que nada te pasara.
—Lo sé, algo me decía que estarías aquí.
Lo miré fijamente unos segundos y me abalancé sobre él, abrazándolo con fuerza. Desde el segundo en que lo vi sentí cómo todos los problemas y todas las preocupaciones se desvanecían. Temporalmente, claro.
—Una pregunta —me separé y él asintió—, ¿por qué Castiel te dijo “Max”?
—Oh, eso —rio—. Simplemente no quería que sepas que era yo en forma de león.
—Realmente no me lo esperaba… ¿Estuviste solo durante la transformación? —asintió, haciendo una mueca— ¿Y cómo fue?
—Tenía hambre y vi unas bananas en un árbol, pero no las podía alcanzar. Al poco tiempo, sin darme cuenta, era un chimpancé —reí—. Al día siguiente me crucé con Castiel merodeando por los bosques, y bueno.
—No voy a mentir, tu cabello cobrizo no solo llamó mi atención, sino que además era evidente quién eras.
Castiel entró, haciendo que me sobresalte.
—¿No sabes tocar?
—No. ¿Piensas comer?
Asentí, me senté y acomodé la bandeja sobre mi regazo.
—Huele delicioso —dije, agarré el tenedor y comencé a comer.
—Olvidé preguntar, ¿en qué te transformaste?
—¿Sabes lo que es un mundanium?
—Un poco —lo miré fijamente, esperando—. Espera, ¿eres eso? —asentí—. ¡¿En serio?!
—¡Sí! Dios… ¿No me crees?
—¿Y qué criaturas te tocaron?
—Sé que soy mitad cambiante, pero no estoy segura del otro, algunos sospechan que soy mitad bruja, otros dicen estar seguros de que no lo soy.
—Tendremos que averiguarlo —dijo Castiel con una sonrisa.
TARDE
—¿Estás lista?
—No.
—Tienes que hacer lo mismo que antes, solo eso.
—Pero no sé cómo lo hice —reí, nerviosa.
—¿Acaso no sentiste alguna emoción fuerte? —asentí—. Búscala y deja que se adueñe de ti.
—No es lo mismo que antes, en su momento estaba furiosa y asustada… No puedo.
Mérida frunció el ceño, comenzó a mover las manos formando una esfera azul.
—Si no haces algo al respecto, te voy a congelar.
—¡Pero no sé qué hacer!
—¡Solo tienes que sentir!
—Que ni se te ocu…
Y me congeló. No sabía si la esfera había llegado extremadamente rápido, o si no tenía reflejos.
—No estás sintiendo, no lo suficiente al menos —dijo Mérida, caminando a mi alrededor—. Piensa en algo que te enfurezca, que haga que tu sangre hierva y que te duela.
Mi padre. Olvidé completamente mencionárselo a mi hermano, olvidé que mi padre ya no estaba, que no sobrevivió. Iba a extrañar por siempre su sentido del humor, sus abrazos y su ayuda. Los recuerdos comenzaron a invadir mi mente, quería llorar, pero seguía congelada. Poco después comencé a sentirme más mojada que fría y las lágrimas comenzaron a caer. Mi cabeza no dejaba de gritar y la imité, mientras mis rodillas y manos tocaban el suelo. Me detuve unos segundos más tarde, abrí los ojos y había una grieta frente a mí.
—No sé qué es, pero nunca vi a un brujo hacerlo —Castiel miró a Mérida, sorprendido.
—Merlín tiene que ver esto, es otra cosa, algo más.
Dicho esto, Mérida desapareció y miré a mi hermano, quien posó sus ojos sobre mí, boquiabierto. Me levanté limpiando mis piernas y manos, las cuales estaban rojas.
—¿Duelen?
—No, para nada. Se ven mal nada más.
—¿Qué fue eso? ¿Cómo lo hiciste?
—No tengo la menor idea —murmuré y tragué—. Elliot…
—¿Qué pasó?
—Papá…
—¿Lo encontraste? ¿Está allá? ¿Está bien? —lo miré a los ojos, triste—. ¿Anna?
Editado: 22.11.2020