MAÑANA
Merlín nos despertó muy temprano, demasiado. El sol apenas estaba saliendo y moría de sueño, pero no tenía opción. Iba a ir por primera vez al centro sin cubrirme, totalmente expuesta y lista. Creo. Como Elliot nos acompañaba, tuvimos que ir en bote. El viaje fue más que silencioso, parecía que todos teníamos miedo de hablar o emitir un sonido. Al cabo de unas horas, llegamos.
—Bien, ahora —me señaló—. Quiero que te quedes en el medio, no atrás ni adelante, en el medio —señaló a Mérida—. Tú irás con Martha, trátala con todo el amor del mundo, actúa y miente si es necesario, pero disimuladamente —ella asintió y desapareció tras chasquear los dedos—. Y nosotros iremos los tres juntos.
—Como los tres mosqueteros —dijo Castiel, sonriente.
Merlín lo miró por unos segundos, serio. Suspiró, se giró y desapareció al igual que Mérida.
—Espera, ¿cómo hago eso?
—Piensa en el lugar junto con una imagen de una parte en particular, y…
Chasqueó los dedos y se desvaneció frente a mí. Estuve aproximadamente cinco minutos pensando en el centro e imaginando la puerta, sin dejar de chasquear, hasta que funcionó.
—Ya era hora —murmuró Merlín, adentrándose—. Bien, Mérida ya está con lo suyo —dijo, observándola—. Nosotros quedémonos dando vueltas, mirando los puestos y charlando si es necesario, pero no busquen a nadie. Si los provocan, no duden en defenderse. Estoy esperando a alguien.
—¿A quién? —pregunté, pero me ignoró y siguió caminando.
—¿Piensas atacar a alguien? —susurró Elliot en cuanto llegó en forma de guepardo
—No.
—¿Y si te quieren lastimar?
—Entonces tal vez sí.
Nos miramos a los ojos unos segundos, y suspiró.
—No te dejaré sola, ¿está bien? —sonreí y asentí.
Enseguida alcanzamos a Merlín y lo seguimos, disimuladamente, pero no tardé mucho en llamar la atención de unos cuantos.
—¡La mundanium! —gritó un niño detrás de mí.
—¿No estaba desaparecida? —murmuró una señora.
—¿Qué haces aquí?
Un hombre se paró frente a mí, enojado.
—Soy un habitante más.
—Claro que no, será mejor que te retires ahora.
—No lo voy a hacer —reí un poco.
Sacó una navaja de su bolsillo y retrocedí.
—Debiste quedarte en tu escondite.
Dicho esto, se abalanzó sobre mí intentando atacarme, pero lo esquivé. «¿Desde cuándo tienes reflejos?» No sabía cómo había hecho eso, pero no solo me salvó la vida, sino que me dio tiempo a correr. Mi hermano se transformó en un león y comenzó a rugir, haciendo que el hombre no solo retroceda, sino que también se aleje por completo.
—¿Annabella? —Merlín se acercó a mí, nada feliz
—Solo Anna.
—¿Acaso acabo de verte huir? —lo miré fijamente—. Después lo hablamos.
Elliot le rugió, pero solo logró que Merlín lo transformara en un sapo.
—Bueno, no puedes conocer a mis amigos en ese estado, pero tampoco sé cómo revertirlo, así que…
—Yo lo hago —dijo Castiel, esperó a que Merlín se alejara y lo transformó en humano.
—Gracias —murmuró, Castiel sonrió.
—¿Anna? —giré para encontrarme con Tabitha, quien me recibió con una sonrisa y un fuerte abrazo—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes —me separé—. Encontré a mi hermano.
Ambas lo miramos y él sonrió.
—Un gusto, Tabitha —extendió su mano y ella la tomó.
—El gusto es mío, me alegra conocerte finalmente.
—Lo mismo digo, escuché muchas cosas sobre ti.
—Buenas, espero —rio y me miró—. No quiero ser aguafiestas, pero ¿podríamos ir a la casa de Agatha?
—No creo… —murmuré, mirando a Merlín.
Ella lo notó.
—¿Los trata bien? —susurró y alcé los hombros—. ¿Necesitan ayuda?
—No, estamos bien. En serio. Diles a todos que no se preocupen, vendré siempre que pueda, pero ahora… No es un buen momento.
Tabitha se limitó a asentir y sonreír un poco. Nos despidió con un beso en la mejilla a cada uno para luego retirarse.
Poco después, Mérida se nos sumó.
—¿Y Merlín? —preguntó.
—La última vez que lo vi estaba junto a los artesanos —contesté.
—Bien, esto es lo que sé — se apresuró a decir—. No eres bruja, pero tampoco se sabe al cien por ciento. Algunos libros dicen que eres un demonio y otros una diosa, pero Martha me aconsejó no darle esta información a Merlín.
—¿Por qué? —preguntó mi hermano.
—Porque puede usarte como arma. Esclavizarte, prácticamente.
Editado: 22.11.2020