La Isla del Destino

Día 18

MAÑANA

Ir a buscar a Owen iba a ser todo un reto, no estaba cien por ciento segura de si Mérida me iba a ayudar, pero pensaba ir igual. Desayuné con Agatha, quien no se veía nada contenta. Sin embargo, no intentó detenerme más, aceptó que nada iba a evitar que fuera.  Y también pensaba luchar por Bastian.

—Cuídate, ¿sí? —dijo Agatha mientras salíamos.

—Todo estará bien, trataré de no tardar mucho, así que…

—Si para la noche no vuelves, me preocupo.

—Y buscan a Martha.

—Y eso.

No podía olvidar la conversación que había escuchado, pero tenía que fingir. Sonreí y la abracé.

—Nos vemos pronto.

Dicho esto, cerré los ojos, chasqueé los dedos y regresé al río de la isla prohibida, el cual seguía congelado con Castiel en él.

—Lo siento —le dije.

Fui hasta la casa, tranquila y segura de mí misma. Toqué la puerta.

—Anna —murmuró Mérida, sorprendida.

—¿Y Merlín?

—No lo sé, aún no regresó.

Se movió a un costado y entré cerrando la puerta.

—¿Está Owen aquí?

—Después de hacerla hablarles, la encerró en el sótano.

Cruzó la sala y abrió una puerta. La seguí mientras bajábamos las escaleras. El lugar parecía un calabozo, había varias puertas de hierro, parecían viejas y gruesas. Tan solo tenían una pequeña rejilla a la altura de mi frente.

—En la primera a la izquierda.

Corrí hacia la puerta e intenté abrirla, en vano.

—Está sellada con un hechizo —rio por lo bajo.

—¿Owen?

Me asomé por la rejilla haciendo puntitas de pie y la vi encadenada en una esquina. Grité su nombre una y otra vez hasta que despertó.

—¿Anna?

Sus ojos se iluminaron en cuanto me vio.

—¿Estás bien? ¿Puedes levantarte?

—Sí, estoy bien —se levantó apoyándose en la pared—, pero no podrás abrir la puerta.

—¿Por qué no? —fruncí el ceño.

—No sabes cómo —dijo Mérida—, y yo tampoco.

—Puedo averiguarlo, preguntar…

—No —murmuró Owen y se acercó quedando frente a mí.

—Te voy a sacar de aquí, te lo prometo.

—Esa es una frase un poco fuerte, Anna.

—Te lo prometo —repetí con seguridad.

Ella tenía las manos en los barrotes y aproveché para apoyar mis dedos sobre los suyos. Sonrió tristemente, se alejó y regresó a donde estaba antes.

Regresé a la sala tomando a Mérida del brazo.

—Tienes que ayudarme —dije casi rogando.

—No sé qué quieres de mí, ya te enseñé todo lo que sé y… tú eres más poderosa que yo.

—Esto se trata de Owen, no de mí, no de Merlín ni de nadie más —frunció el ceño, mirándome—. Por favor.

Uní las manos y rogué.

—Te ves ridícula, deja de hacer eso.

—Por favor.

Tomé sus manos y la miré fijamente hasta que suspiró.

—Me caes mal.

—¡Gracias! —exclamé mientras ella subía las escaleras.

—Me debes una. ¡Y grande!

Corrí hacia ella y la detuve.

—¿A dónde irás?

—A buscar a Martha, de nuevo —dijo y se dirigió a la puerta principal.

—¿Te acompaño?

—No —se giró abruptamente—, quédate por si Merlín regresa.

Asentí y se fue.

Observé mi entorno buscando algún entretenimiento para mí y Owen. Sin embargo, mi estómago comenzó a rugir y decidí ir al bosque a buscar alguna fruta. Fui hacia el río y enseguida recordé a Castiel. «Qué responsable, Anna». Lo miré, pensando cómo descongelarlo, y a pesar de que no estaba segura, probé apoyando las manos sobre el hielo. Cerré los ojos, respiré hondo y comencé a pensar en lo que quería lograr, y cómo lograrlo. Abrí los ojos y mis manos no solo estaban rojas, sino que también emitían pequeñas llamas. Lo sólido pasó a líquido en cuestión de segundos. Castiel comenzó a retorcerse así que lo tomé del brazo y lo subí a la superficie. Lo ayudé a salir del agua, se arrojó sobre el pasto y estuvo unos cuantos segundos tosiendo y escupiendo.

—¡LOCA! —gritó mientras intentaba levantarse.

—Quédate quieto —lo empujé y cayó.

—Mi padre te matará —murmuró mirándome.

Su mirada me asustó un poco. Todo su ser emanaba odio y furia. Intentó pararse una vez más, tambaleándose, y fue hacia la casa.

—Castiel —comencé a seguirlo—, al menos déjame ayudarte.



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En el texto hay: fantasia, misterio, poderes

Editado: 22.11.2020

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