DÍA 21
MAÑANA
Abrí los ojos de repente, recordando, y salí de la cama a la velocidad de la luz. Bastian se asustó, comenzó a preguntarme qué pasaba, pero yo solo me vestí, me abrigué y salí corriendo. Corrí y corrí sin mirar atrás, hasta llegar al lago.
—¡¿Ivy?! —grité a todo pulmón—. ¡Ivy!
La llamé durante cinco minutos sin cesar, hasta que un Robert nada feliz apareció.
—¿Qué quieres?
—¿Está Ivy?
—No lo sé, y aunque supiera, no te diría —contestó y giró para irse.
—¿Puede fijarse? —pregunté, asustada.
Se detuvo, me miró por unos segundos y se sumergió.
No estaba segura de si lo iba a hacer, pero por las dudas, esperé. Al cabo de unos minutos, regresó, más serio que antes.
—No está —dijo—, y tengo el presentimiento de que es tu culpa.
—Lo siento si cree eso, pero no es así —murmuré y miré en dirección al mar—. Tengo que irme.
Comencé a caminar, pero pude escucharlo una vez más, de fondo.
—¡Si no la encuentras, te arrepentirás!
Además de darme un escalofrío, estaba aún más preocupada, y no sentía que mis pies corrieran lo suficientemente rápido. De repente, empecé a sentir cómo los huesos de los pies se movían y deformaban, tirándome al sueño. Intentaba no gritar del dolor, pero era difícil. Cada músculo, cada hueso, de cada parte de mi cuerpo, no era igual y no dejaba de moverse. Cuando finalmente terminó, me levanté, en dos patas y comencé a correr. Como podía, claro. Era más rápida que antes, sí, pero recién me había transformado y todo dolía. Con cada paso, era como si tocara una herida abierta. Tampoco estaba segura de qué animal era, pero no tenía tiempo para pensarlo. Necesitaba encontrar a Ivy.
Al cabo de unos cuantos minutos, llegué a la playa. Comencé a gritar su nombre una vez más, sin parar. Sin embargo, nadie aparecía. Caminé de un lado al otro, sin dejar de decir su nombre.
—¿Anna?
Su cabellera cobriza se asomó y cuando asentí, sonrió.
—¡Lo siento tanto! —exclamé corriendo hacia ella.
En cuanto toqué el agua, comencé a transformarme de nuevo.
Los pelos desaparecían mientras las escamas ocupaban su lugar poco a poco y podía sentir cómo se formaban los branquias. Cerré los ojos, esperando que el dolor y los cambios terminaran. Poco después, comencé a saltar al agua, con lo que ya no eran brazos, sino aletas, y podía sentir que me ahogaba. Ivy se acercó a mí, me tomó como si no pesara nada y me soltó adentro del mar. Me tomé unos segundos para mirar mi alrededor y observar, hasta que llegué a la sirena. Se veía gigante y algunos peces también.
—¡Eres una damisela! —gritó emocionada, aplaudiendo—. Eres casi toda turquesa, excepto la cola, la cual es dorada. Te ves increíble.
—¿Soy una qué?
—Un pez chiquito y bonito —explicó y me empujó un poco—. Vamos, nada.
Y eso intenté hacer, pero mis aletas no sabían coordinar. Escuché a Ivy reír de fondo y me detuve.
—No vine para esto —dije volteándome y la miré—. Perdón por no venir, si supieras todo lo que está pasando…
—Lo sé, está bien, tranquila.
Se acercó, me agarró delicadamente y me dio un beso en lo que sería mi mejilla.
—¿Cómo se siente el cambio de agua? —le pregunté.
—Bien, siempre preferí el agua salada —contestó soltándome.
—¿Sufriste mucho?
Hizo una mueca y suspiró.
—Un poco bastante, sí. —dijo y agregó—: Pero estoy bien y valió la pena. Este lugar es tan maravilloso que te quita el aliento, ¿no?
Giró e hice lo mismo. Y era verdad, realmente lo era. Estaba lleno de corales, peces de todos los tamaños y colores, y era tan grande que parecía infinito.
—¿Y los tiburones?
—Están lejos, no suelen estar cerca de las orillas —contestó—. Mira.
Señaló algo y vi que era una mantarraya con peces.
—¡Como en Buscando a Nemo! —exclamé sorprendida.
—Exacto —dijo y sonrió.
—¿Sabes lo que es?
—Claro que sí, tengo 40 años y llegué hace 23 —respondió sin mirarme.
—Tiene sentido —murmuré asintiendo.
De repente, un delfín comenzó a acercarse a nosotras.
—Un gusto —dijo en forma de silbido—. Me llamo Martín, ¿son nuevas?
—Hola, Martín —contestó Ivy—. Y sí, lo somos. Ella es Anna, mi amiga.
Me señaló, haciendo que Martín me mirara.
—¿Eres una cambiante o un pez de verdad?
—Cambiante —expliqué, tratando de mantener la calma.
Así como era una amante de los barcos y el mar, también de lo que lo habitan.
Editado: 22.11.2020