DÍA 23
MAÑANA
Después de que Mérida saliera del hogar de los sátiros, los buscamos un rato ya que Félix pensaba que no estaban. Fue la búsqueda más deprimente de mi vida, era algo totalmente falso y triste, pero por suerte, no para él. Regresamos con Tabitha y Castiel enseguida y me acosté sin comer, no podía. Bastian no tardó en seguirme esa noche. Sin embargo, escuché a Mérida ir a su cuarto mucho después, al igual que al resto. No quería preguntarle si los había quemado, no quería saberlo, a pesar de que era obvio.
—¿Quieres desayunar? —me preguntó Bastian en un murmullo, cerca de mi oído.
Su voz era grave, ronca y sin ánimos. Como no podía conciliar el sueño, tuve que decirle y no le cayó nada bien.
—Tengo mucha hambre —contesté—, pero no puedo comer.
—Tienes que hacerlo, Anna.
—No puedo sacármelos de la cabeza —susurré con la voz quebrada.
Él suspiró y me abrazó más fuerte.
—Tengo el presentimiento de que no será su única y última masacre —dijo—. Creo que esto recién empieza.
—Mérida mencionó un castillo abandonado —comencé a decir sentándome—. Tal vez podemos llevar a todos allí.
—¿Todos?
—Sí, a todos los que habitan esta isla.
—¿Y si la guerra se da en la otra?
—¿Crees que hay alguien vivo en la otra? —le pregunté, a lo que él negó tristemente—. Aparte, Castiel está aquí. Vendrá.
Salí de la cama y me abrigué.
—¿Vas a comer?
—Tal vez —contesté y lo miré antes de salir—. Tú también deberías, te espero abajo.
Me dirigí a la cocina para encontrarme a Elliot y Castiel charlando y riendo.
—Hola —dije sacándole la manzana de la mano a mi hermano.
Ambos se callaron y él me miró mal.
—Es mía.
—Era —respondí y miré a su amigo—. ¿Aún me odias?
—Un poco —murmuró serio.
—¿Qué pasó entre ustedes? —preguntó Elliot.
—Me congeló dentro del río.
Mi hermanito abrió la boca sorprendido y luego frunció el ceño.
—¡Anna! —exclamó—. ¿Por qué?
—¡Su padre casi me mata por su culpa!
—Creo que no era necesario —contestó recuperando su manzana y la mordió sin dejar de mirarme.
—Y yo creo que hay algo raro aquí —dije señalándolos.
Volteé y casi me choco con Mérida, quien no se veía nada bien.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No dormí —murmuró y se sentó en una silla—. ¿Por qué tienes la cara roja?
Todos miramos a Castiel, quien se sonrojó aún más.
—Tengo calor —respondió antes de salir de la cocina.
Elliot no le sacó los ojos de encima y tomé su manzana de nuevo para llamar su atención.
—¿Te gusta? —cuestioné entre dientes.
—No…
—Que ni se te ocurra mentirme.
Suspiró pesadamente y miró sus manos.
—No sé, es la primera vez que me pasa —susurró.
Parecía avergonzado, algo que no solía ver en él. Lo tomé del brazo haciendo que nos sentáramos en una silla. Miré a Mérida y le pregunté:
—¿Puedes dejarnos solos un momento?
—¿Para perderme cómo dice que está enamorado de mi ex? Claro.
Dicho esto, se retiró y regresé la mirada a Elliot.
—¿Qué es lo que te pasa?
—Cuando hablamos o cuando lo veo… No sé, siento cosas —comenzó a explicar en voz baja—. Nunca me pasó con nadie.
Sonreí un poco y tomé sus manos. A pesar de que no me gustaba del todo que se tratara de Castiel, estaba presenciando algo muy tierno.
—Creo que te gusta —le contesté—. No es mi persona favorita en el mundo, pero no te daré un sermón al respecto.
—Y… ¿C-crees que le gusto?
Me miró a los ojos por primera vez en todo este tiempo, curioso.
—Tal vez. Deberías preguntarle a él, no a mí.
Me levanté y dejé un beso sobre su frente.
—Quizá lo haga.
—Es una orden.
Fui al living, donde me encontré a Castiel mirando el libro de magia negra y noté que faltaba el otro.
—¿Qué quieres? —preguntó antes de mirarme con mala cara.
—Elliot quiere hablar contigo —respondí señalando la cocina con el pulgar.
Se quedó quieto unos segundos, asintió y se dirigió a dicho lugar. Estaba por tomar el libro, cuando escuché unos pasos en las escaleras y giré para ver quién era.
Editado: 22.11.2020