1.
Tras tres días exactos, ambos fueron seleccionados para el puesto; entre miles de candidatos ellos fueron los afortunados. Al día siguiente ya les habían transferido la primera mitad de la retribución, además de un billete de avión. Desmon y Stacy, debían trasladarse desde sus respectivas ciudades hasta el Aeropuerto Internacional Lynden Pindling, en Bahamas.
El primero en aterrizar fue Desmon, al traspasar la puerta de embarque le esperaban dos hombres. Desmon no tuvo más remedio que esperar unas horas junto a aquellos misteriosos sujetos. Mientras aguardaba, apenas conversó con ellos, y en cuanto se cansó de esperar, se desplazó a uno de los restaurantes de la terminal. Poco después de terminar su comida fue abordado por los dos hombres, pero esta vez estaban acompañados por una mujer.
-Esta es Stacy, va a ser tu compañera. Él es Desmon.
Desmon se limitó a hacer un escueto gesto con la cabeza, Stacy no sabía como actuar y la timidez la cohibía.
Mientras que Desmon solo llevaba un desgarbado macuto enrollado sobre el hombro, Stacy portaba una inmensa maleta de ruedas, además de una mochila de mano.
-Vámonos. Tenéis reservado un hotel cerca de aquí.
- ¿Aún no vamos a ir a…?
Desmon quebrantó su mutismo, pero fue interrumpido antes de completar su pregunta.
-No. Hoy os quedáis aquí, mañana por la mañana os recogeremos en el hotel y os llevaremos hasta la isla.
-Bien.
Sin demora los dos individuos se encargaron de conducirlos hasta su alojamiento. La fonda dónde se hospedaban era un lugar sobrio, sin lujos, pero funcional. Sus habitaciones estaban en la segunda planta, mantenían la misma tónica dominante que el resto del entorno; únicamente disponía de una cama de matrimonio y un minúsculo baño. Al entrar en la estancia, Desmon apartó su macuto y lo posó sobre el solitario y exclusivo mueble que había en el cuarto.
Tomó asiento sobre el colchón y caviló que hacer, estaba convencido de que su periplo comenzaría de inmediato y ahora no sabía en que invertir las horas de espera.
Antes de que pudiera decidirse escuchó como tocaban a la puerta. Sin titubear, se levantó y abrió para ver de quién se trataba. Al otro lado de la cancela aguardaba Stacy.
-Hola... —Todavía no sabía como actuar y sentía una inusual vergüenza.
-Ey. ¿Quieres algo? —Desmon la oteó de arriba a bajo con desdén.
-He pensado que podíamos conocernos mejor, ya que vamos a estar muchos días solos y aislados.
Desmon la miró con escepticismo.
-Hay un bar en esta misma calle, podíamos bajar y tomar algo juntos. —Persistió en su empeño.
-Bueno... —Desmon encogió levemente sus hombros. — Esta bien. No tengo nada mejor que hacer.
Desmon cerró la habitación y salió con lo puesto. Ambos compartieron un incómodo silencio mientras bajaban en el ascensor. Una vez llegaron a la primera planta, pasaron el recibidor y después caminaron la escasa distancia que les separaban del local. Al acceder tomaron asiento en una de las mesas junto a la cristalera. Stacy pidió un refresco, Desmon una copa de whisky.
-Un poco pronto para beber, ¿no?
Desmon exhibió adustez con su intimidante mirada. Stacy se dio por aludida y no agregó nada más.
La conversación no iniciaba. Y mientras que a Desmon no le preocupaba lo más mínimo lo que Stacy pensase, esta deseaba causarle una buena impresión.
-Y dime Desmon, ¿estás casado? ¿Tienes hijos?
-No, soy soltero y sin hijos. —Su respuesta fue pasiva y abúlica.
-Yo tengo dos hijos. La mayor se llama Siren y el pequeño es Luke. Son lo mejor de mi vida, va a ser difícil para mí estar un mes sin verlos.
Desmon la escuchaba con gesto apático, no obstante, su indiferencia no minaba la entereza de Stacy.
-Pero ya sabes, hay que ganarse la vida. Este año Siren irá a la universidad y el dinero me vendrá muy bien para costearlo todo.
-Ya... Lo imagino. —Desmon miraba descaradamente un reloj que había en la blanca pared del establecimiento, le parecía que el tiempo no avanzaba.
- ¿Y qué me cuentas de ti?
-No hay mucho que contar.
-Venga 'Des' no me hagas rogarte.
A Desmon no le gustó el sobrenombre, sin embargo, prefirió no manifestarlo.
- ¿Qué quieres saber exactamente?
-Cualquier cosa. Vamos a pasar todo el mes juntos, y creo que lo mejor es saber un poco el uno del otro.
-Soy irlandés. Viví en Irlanda hasta los veinte años.
- ¿Y cómo acabaste en América?
-Me expulsaron del ejército y mi padre que era coronel me repudió. Decidí mudarme a Nueva York y buscar un trabajo.
-Y, ¿todavía vives en 'la gran manzana'? —Stacy se interesó.
-No. Me cansé de la ciudad y de la gente, ahora vivo en Portland.
-Te entiendo, las ciudades tan grandes pueden ser cargantes. Yo vivo en Utah.
-Muy bien.
-Es un estado muy bello. Soy de la capital y te juro que la vistas de la ciudad son hermosísimas, con las cordilleras Wasatch de fondo es un paisaje único. Y los días de verano, los niños y yo nos vamos 'Gran lago salado'. —Apenas se acababa de separar de sus hijos y ya los tenía muy presentes.
-Suena bien.
Desmon continuaba con su actitud desabrida.
- ¿Y hay algo qué quieras preguntarme? ¿Algo qué quieras saber de mí?
Desmon negó con la cabeza.
-Okey...
El áspero comportamiento de Desmon acabó por colmar la paciencia de Stacy, que escogió emular el mutismo de su acompañante. En cuando acabaron sus bebidas regresaron al hotel. En el trayecto apenas hubo conversación, solo una cortés despedida en el pasillo.
Desmon abrió los ojos y vislumbró el techo de su habitación. Aún se encontraba aletargado cuando escuchó como aporreaban su puerta. Se alzó de la cama y se dirigió hasta la entrada. Al abrir, uno de los dos individuos del día anterior le aguardaba.
- ¿Sí...?
-Tienes que bajar a la planta de abajo. Puerta 6.
-Voy.
Desmon se vistió rápidamente y cumplió la indicación. Bajó por las escaleras y fue hasta la habitación indicada. Al pasar vio a Stacy sentada en una silla, frente suya, al otro lado de la mesa, había una mujer. Su ropa era elegante, sus ojos negros como el carbón y su melena extensa, lisa y castaña.
-Imagino que usted es el Señor Mcgrady. —La mujer se levantó para recibirlo.
-Sí... ¿Y usted es...?
-Soy Elisabeth Audrey.
Ambos estrecharon sus manos en un apretón leve e intenso.
-Ajá. —Desmon sentía la necesidad de más explicaciones.
-Como ya le he mencionado a la Señorita Harmon, soy la abogada del contratante. Y quería reunirme con ambos para realizar algunas especificaciones antes de que el helicóptero les traslade.
-Entiendo...
-Por favor, siéntese Señor Mcgrady.
Desmon hizo lo propio y tomó asiento junto a Stacy.
-Mi cliente es una persona acaudalada y su figura es conocida públicamente. Por lo que antes de que comiencen con sus labores es necesario que firmen un contrato de confidencialidad.
- ¿Es verdaderamente necesario...? —Desmon sintió un rechazo automático.
-Lo es. —Respondió autoritaria. — Para mi cliente su intimidad es sumamente importante
Elisabeth extrajo dos carpetas de su maletín y las colocó en la mesa.
-Aquí podrán encontrar todos los detalles.
Stacy apenas leyó unas cuantas líneas, Desmon por el contrario, lo escudriñó con gran dedicación.
-Como pueden ver, si comparten información de la isla con terceros incumplirían la cláusula tres, por lo que deberían abonar la cantidad correspondiente en el apéndice.
-Una cantidad desmedida. — A Desmon le sorprendió la implícita cantidad.
-Es para disuadirlos en caso de que quisieran infringir las normas.
-A mí me parece bien.
Stacy agarró uno de los bolígrafos de la mesa y firmó el documento.
-En el punto seis pone que no se hacen responsables en caso de accidentes o lesiones, ¿debería preocuparme? —Desmon proseguía conturbado.
-En la isla cuentan con botiquines de primeros auxilios, medicinas y todo tipo de útiles. Es una mera formalidad. Sí actúan debidamente no tendrían porque tener ningún problema. —Elisabeth resolvió sus dudas.
-Mmm...
-Señor Mcgrady no tiene porque aceptar, ni porqué firmar. Le garantizo que podemos encontrar a muchas personas dispuestas a ocupar el puesto. Solo que, de declinar, deberá devolver la cantidad integra del pago inicial. Además de abonar el precio del viaje y del hotel.
Tras la afirmación Desmon miró fijamente a Elisabeth.
-Está bien. —Desmon estiró el brazo y alcanzó el bolígrafo.
- ¿Está seguro Señor Mcgrady?
-Lo estoy...
Desmon estampó su firma en el documento.
-Estupendo. —Elisabeth sonrió discretamente. — Una cosa más.
La abogada volvió a buscar en su maletín, esta vez extrajo dos cuadernillos idénticos y entregó uno a cada uno.
- ¿Y esto? —Stacy estaba confundida.
-Es para que lo utilicen como un diario personal. Cada día deberán escribir en sus páginas las sensaciones que han tenido y el trabajo que han realizado.
- ¿Esto es en serio? —Desmon empleó el cinismo para mostrar su disconformidad.
-No creo que sea una tarea tan laboriosa Señor Mcgrady, usted sabe escribir, ¿no?
Elisabeth se había hartado de su conducta y le replicó con la misma severidad. Desmon prefirió no contestar, únicamente frunció el ceño a modo de discordia.
-Si no tienen ninguna duda más, les están esperando en recepción, un taxi los llevará al aeródromo. Y desde allí, a la isla. Recojan sus pertenencias y bajen cuanto antes.
-Gracias por todo. —Stacy le dedicó un desenfadado ademán antes de coger su diario.
-A usted Señorita Harmon. Les deseo lo mejor a ambos, disfruten la experiencia.
Los dos se levantaron de sus asientos, Stacy fue la primera en abandonar la habitación y Desmon quedó rezagado.
- ¿Puedo ayudarle en algo Señor Mcgrady?
-No... —Desmon miró de arriba a abajo a su locutora, había algo en ella que le generada desconfianza. — Adiós.
-Adiós y suerte, Señor Mcgrady.
Desmon agarró el cuaderno y abandonó la habitación.
Tanto Stacy, como Desmon, se organizaron rápidamente, al salir de sus habitaciones coincidieron frente al ascensor.
-Estoy nerviosa... Solo tengo ganas de llegar. —Stacy estaba frenética.
-Ya queda menos.
Una vez llegaron a recepción, los mismos individuos de las otras ocasiones les aguardaban. Los condujeron hasta el taxi, y tras guardar el equipaje en el maletero, subieron a la parte de atrás. Uno de ellos se despidió y el otro pasó al asiento del copiloto.
-Me tienen que entregar sus teléfonos. —No fluctuó al manifestar su orden. — Y también cualquier equipo fotográfico.
-Aquí tiene. —Stacy cedió su Smartphone sin miramientos.
-Toma. —Desmon hizo lo mismo.
-Se lo agradezco. En la isla no hay cobertura, y esta medida es básicamente para evitar que hagan fotografías.
-Lo suponía. —Desmon no rebajaba su soberbia.
Tras poco más de diez minutos el chófer detuvo el vehículo.
-Hemos llegado.