La jacaranda del diablo 1. La nueva dirigencia.

El pasado de Lynxe Korwat

La mochila de lona que tenían destinada a llevar las vainas estaba repleta y Yal no tuvo más oportunidad de tener otra visión como la de la serpiente por lo que decidió que era suficiente, era momento de regresar. Ese día, Tulipa se levantó más temprano que todos, se fue detrás de los juncos para asearse, practicó algo de Yepil y se tumbó en el pasto para descansar. Escuchó movimiento en el campamento. A pocos metros se encontraba Yal. Recogía algunos caracoles comestibles para el desayuno.

Tulipa lo observó con detenimiento, era un poco más alto que ella ―cosa rara ya que Tulipa era alta aun entre los guerreros―, pero muy delgado y desgarbado. Su rostro era andrógino y delicado, aun escondido bajo esas enormes gafas y el flequillo de su alborotado pelo negro se podía notar su belleza. No era para nada lo que ella consideraba un hombre varonil, sin embargo, había algo en Yal que le atraía y no podía definir qué. Sacudió la cabeza recordándose a ella misma porqué se había decidido a no volver a fijarse en un hombre.

Yal intentó tener una última visión interior durante las últimas horas en la isla. Era frustrante para él, en todos esos días sólo había podido tener una visión útil, de uno u otro modo, siempre terminaba pensando en Silia. Suspiró resignado al darse cuenta de que ese día no sería la excepción.

El sol se había ocultado en lontananza, así que dio la orden y todos se internaron por el puente en silenciosa marcha. La ciénaga parecía mucho más pacífica que la vez anterior, quizá por la luz de la luna que completaba su fase esa noche y su brillo se reflejaba en cada claro entre los juncos. No se escuchaba nada más que el canto de algunos grillos y cigarras, y algún ligero chapoteo en el agua, nada lo suficientemente fuerte como para alertar a los ceyollis.

Iñak hizo la seña a su hermana de guardar silencio luego de que ella susurrara algo que sonaba como a “Al fin”, cuando llegaron al sendero lleno de brillantes trampas de oro y gemas. Eso significaba que el final del sendero estaba cerca, sólo unos trescientos metros más y estarían fuera de ese terrible lugar. Yal casi cantaba victoria cuando un susurro le alarmó.

―¡Mamá, no! ―susurró Tulipa enérgicamente, pero era tarde. Yal e Iñak voltearon a ver a Algea quien había cortado las ataduras casi invisibles de un lujoso collar de oro con esmeraldas y lo levantaba lentamente.

―No pasa nada ―susurró―, corté las… ―un hilo como de telaraña brilló a la luz de la luna. El frágil hilo se rompió dando lugar al eco de una campana que sonaba incesante entre los cipreses.

―¡Corran! ―gritó Yal.

Los cuatro corrieron por el último tramo. Los chapoteos en la ciénaga sonaban cada vez más y más cerca. Iñak blandió un hacha con su mano izquierda, una espada en la derecha y preparó dos mazas al frente de su cinturón. Algea levantó una ballesta preparada con cinco flechas y acomodó en su espalda su carcaj con más flechas, lista para disparar a lo que se presentara. Tulipa blandió dos manguales, uno en cada mano y Yal sacó de entre sus ropas un frasco con polvos calcinantes.

La primera criatura apareció delante de Iñak, en el sendero. Era un hombre desnudo, con el cuerpo de un color guinda, como el del cadáver de alguien que hubiera muerto a golpes. Sus ojos saltones parecían los de un pescado que llevaba semanas muerto. Iñak le dio un golpe en la cabeza, deshaciéndole parte del cráneo, pero para su sorpresa, la criatura apenas si perdió el equilibrio. Dio un golpe más obligándolo a alejarse, sin darse cuenta de que una hembra calva con piel grisácea estaba por atraparlo por la espalda. En un segundo, el aire silbó con la flecha certera que Algea había lanzado, salvando a su hijo quien daba un golpe con su maza a otra criatura. Yal soltó polvo calcinando a otros dos ceyollis que salían por la izquierda y Tulipa, dando saltos y giros, se encargaba de cinco criaturas a la vez.

―¡No dejen de correr! ―gritó Algea al ver al fondo la salida del sendero.

―¡Yal, detrás de ti! ―gritó Tulipa.

Cinco ceyollis salieron de la oscuridad, dos de ellos se lanzaron a los pies de Yal para derribarlo. Algea, con movimientos vertiginosos, disparó las tres flechas que le quedaban, atinando en la cabeza a tres de las cinco criaturas mientras Yal calcinaba a las otras dos.

―¡Iñak! ¡Suéltenlo! ―gritó Tulipa mientras al menos ocho ceyollis se colgaban de sus brazos, impidiéndole caminar.

Tulipa logró deshacerse de dos, pero otras más llegaron haciéndola perder el equilibrio. Yal no podía calcinar a esas criaturas, estaban demasiado cerca de Iñak. Algea llevó la mano a su carcaj y la sacó sosteniendo cuatro flechas más entre sus dedos y acomodándolas de prisa en su ballesta, Yal calcinó a seis criaturas que iban tras ella y lanzó un hechizo que logró darles vida a los cipreses, quienes con sus ramas tomaban a los ceyollis y los arrojaban por el aire. Convocó también al agua, creando olas que atrapaban y se llevaban puñados de criaturas. Por desgracia el caos no lo dejó ver que en una de las olas había quedado atrapada Algea, lo supo cuando escuchó su grito de terror entre una decena de ceyollis. Quiso regresarla, pero tres criaturas le tomaron por los brazos inmovilizándolo en el suelo. Sintió la mordida de una de ellas en su pierna, Yal aulló de dolor, Iñak se acercó con una espada, partiendo en dos a las criaturas. Otras cinco rodearon a Iñak cuando una ráfaga blanquiazul cruzó por un lado de él, las criaturas rugieron con fiereza cayendo entre los juncos, Iñak simplemente desapareció.




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