La jacaranda del diablo 1. La nueva dirigencia.

La dispersión de los Morero

Yal recibió muy temprano una llamada de los Travert, Div estaba en Ateztán como prisionero. Se evaluaría su situación y dependiendo de la decisión que se tomara, se le llamaría para hacer un juicio interno en su contra. También se mantenía en vigilancia a su hermano y su cuñada.

A Yal no le agradó mucho, su abuelo siempre le preparó para afrontar problemas con gente del imperio, pero jamás le previno de la posibilidad de tener que condenar a algún amigo suyo.

De momento no quiso pensar en eeso, ese día salió con Ivilec para ayudarlo con la pesca. La compañía de Silia le hacía olvidar que estaba a punto de partir en un largo viaje del cual no sabía si regresaría con vida. Pero el sol, la brisa marina, las ocurrencias del despreocupado Ivilec y la mirada sonriente de Silia eran algo en lo que valía la pena concentrarse.

A media tarde, Yal entró a la cabaña. Lyn ayudaba a Gelia con la comida, de nuevo se le notaba joven y fuerte, lo cual indicaba que la depresión había sido pasajera. En ese momento llegó Tulipa en un taxi color marrón, el operador le cobró el viaje y dio vuelta en su auto levitador carente de llantas, flotando unos centímetros por encima de la arena. Tulipa se acercó a ellos vociferando y manoteando en el aire.

―¿Qué sucedió? ―preguntó Yal.

―Hola ―dijo ella recomponiendo su enfadado rostro―. ¿Cuándo regresaron?

―Ayer ―dijo Yal―. ¿A dónde estaban tú e Iñak?

―Fuimos a Tloulí, el general Zahir nos invitó a comer.

―¿Y qué pasó allá?

―Temo que a papá no le gustará ―dijo Tulipa resoplando―, mucho menos a Silia.

―¿Te ha pedido que te enlistes? ―preguntó Lyn.

―Después de cómo me vio pelear, era lógico, me pidió que lo pensara, vendrá mañana por una respuesta, pero algo me dice que no aceptará un no, o de lo contrario no se tomaría la molestia de venir personalmente.

―Entonces ¿es un hecho? ―preguntó Yal.

―Yal, me he entrenado para esto desde que tenía cinco años, desde lo de Tlayay no he pensado en otra cosa que no sea ayudar a detener este imperio de terror que mantiene Yorg. Infiltrarme en el ejército será una excelente oportunidad de percibir sus debilidades.

―Será muy peligroso ―dijo Gelia con aprensión―, si se dan cuenta que sirves a la jacaranda del diablo, tu suerte será terrible.

―Entonces deberé ser muy inteligente. No se preocupen, seré discreta y muy observadora.

―Pero ― Yal observó al rededor―, ¿dónde está Iñak?

―¡Ah, ese idiota hedonista! ―chilló Tulipa―. Zahir le insinuó que le gustaría entrenarlo y también le propuso entrar al ejército. Casualmente en seguida revisó las cuentas de la joyería y resultó que todo estaba mal, acusó al tío Rey de no llevar bien el negocio y tomó ese pretexto para regresar.

―¿Se ha ido? ―reclamó Yal.

―Fue un maldito pretexto ―dijo Tulipa con enfado―. Él lo había estado buscando desde que llegamos. Se quejaba del duro trabajo que era la pesca, de las condiciones de la cabaña, de lo aislado de este pueblo… él simplemente no puede vivir sin los lujos a los que está acostumbrado.

―No pienses en ello ahora ―dijo Yal―. Necesitas tener la mente despejada, ahora más que nunca.

―Lo sé ―suspiró―. Voy a estirar las piernas, el viaje desde Tloulí me las tiene entumecidas. Enviaré un mensaje a Zahir ―tomó un comunicador en el que comenzó a escribir― diciendo que acepto su oferta y que yo misma me iré mañana a primera hora. No lo quiero husmeando por aquí, es un sujeto muy astuto, y puede usar su visita como pretexto para revisar entre la chatarra de Ivilec.

El ambiente se hizo tenso a la hora de la cena, afuera todo estaba en silencio y eso hacía notar aún más el hecho de que nadie en la mesa hablaba. Silia estaba encorvada, apenas había probado bocado, Ivilec volteaba a ver incesante a Tulipa, pero esta sólo concentraba la mirada en su plato con camarones y verduras. Luego de varios minutos, Ivilec rompió el silencio.

―Un macaco será presa fácil en el ejército rojo ―dijo en tono acusador.

―Los macacos son fuertes y muy mañosos ―dijo Tulipa―, no como los chivos atolondrados a los que puedes asar en una barbacoa.

―El tío Tuol no aprobará que te vayas con Zahir.

―Tampoco lo aprobaría mi señora Algea ―dijo Silia sin levantar la mirada.

―Ninguno de ellos está aquí, ¿cierto? Soy mayor de edad, puedo tomar mis propias decisiones.

―Si te hacen daño, Tulipa…

―¡No Gelia, no lo harán! ―chilló Tulipa―. ¡Maldita sea! ¿Qué todos piensan en verdad que soy una debilucha? ¿Creen que no sé lo que me espera allá?

―Sólo queremos saber que regresarás sana y salva ―gruñó Ivilec.

―No hay nada más que pensar. Soy más fuerte de lo que creen, dejen de imaginarme como carne de cañón.

―No los puedes culpar por preocuparse por ti ―dijo Lyn, calmadamente―. ¿Qué harías si fuera alguno de ellos los que ponen su vida en tal peligro?

Todos observaban a Tulipa con un gesto amargo, ella les devolvió una mirada de cariño y frunció los labios.




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