Durante los siguientes meses, Tuol se dedicó a viajar por diferentes partes del mundo, esparciendo esa discordia que después utilizaría para que, llegado el momento, tuvieran infinidad de soldados a favor de la rebelión.
Visitó a su hijo en Quipoch, en donde también se encontró con Tulipa. Aunque no fue un encuentro placentero. La mayor parte del tiempo se la pasaron discutiendo con él, quien estaba firme en su idea de regresarlos a Coyán. También visitó a Silia, quien se había alojado en Citlap, con Yal.
Casi cuatro meses después de hacer su petición a la dirigencia, Tuol se encontraba en el lejano pueblo sureño de Acual, el cual era famoso por su corrupción e inseguridad. Desde ese lugar partían las naves que llevaban y traían prisioneros hasta las islas de Caltza y muchos se valían de la desesperación de la gente que deseaba visitar a sus familiares presos. Se arreglaban con los guardias para dejar pasar a algunos, pero la gran mayoría sólo eran estafados, llevados incluso a la pobreza con la falsa promesa de ayudarles a liberar a sus seres queridos.
El viejo capataz Fadén se encontraba con Tuol en una habitación de un hotel de mala muerte, caminando de un lado a otro. Luego de horas de espera, al fin su comunicador vibró. El holograma de un hombre muy parecido a él se apareció en el aire.
―¿Hubo suerte? ―preguntó Fadén
―No la hay ―dijo el holograma―. Tengo la nave de prisioneros, pero no hay oportunidad alguna de robar una Pikaia sin ser descubierto.
―Tuol… ―dijo el capataz
―Lo sé, lo sé ―refunfuñó.
Era el último recurso al que hubiera querido echar mano. Hacía algunos meses, durante los días que pasó con sus hijos en Quipoch, Tulipa le había ofrecido ayuda si se trataba de conseguir algo del ejército. Pero Tuol sabía el riesgo que implicaba, si la descubrían, no sólo no podría llevar a cabo su invasión, si no que su hija terminaría justo en una de las islas que pensaba liberar. Ante la insistencia de Fadén, tomó su comunicador, emitió un código presionando diversos botones en una secuencia especial.
―Sólo debemos esperar su respuesta ―dijo con el rostro sombrío.
La respuesta llegó diez días más tarde. Tuol junto con el pequeño ejército que reclutó con Fadén, llegaron hasta un puerto abandonado y sucio, un barco de prisioneros en muy mal estado esperaba a un lado del muelle. Un poco más allá, la cabeza oval de la pikaia metálica salía de entre las oscuras y frías aguas, Ivilec estaba parado en la cabeza de la pikaia y un hombre parecido a Fadén salió del barco de prisioneros y abrazó al capataz.
―Las naves están listas. Si quieren hacer su farsa un poco más realista, les recomiendo que los que serán prisioneros lleguen algo maltrechos.
―¿Por qué? ―preguntó Tuol.
―Los prisioneros siempre son torturados y golpeados antes de ser llevados a las islas.
―Creo que ―Tuol frotó su barba, dubitativo―, necesitaremos algunos golpes para crear moretones y caras hinchadas
―No hay problema ―dijo un hombre robusto atestando un golpe en el ojo al que tenía más cerca.
La trifulca no se hizo esperar, todos y cada uno de los guerreros que Tuol había reclutado se golpeaban con fuerza. Tuol tuvo que sacar un arma y disparar al aire para hacerlos detener.
―Los necesitamos maltrechos ―dijo enfurruñado―, no muertos.
―Bien ―Fadén inhaló con fuerza―, pónganse las esposas falsas… y que el cielo nos acompañe.
―Tulipa me enseñó a pilotear esto ―Ivilec se deslizó desde la cabeza de la nave y se acercó a su Tío―. Les mostraré, está diseñada para llevar cómodamente a mil personas, pero puedes amontonar unas tres mil almas.
―Por lo que he sabido de nuestros infiltrados ―dijo Tuol―, hay entre ochocientas y mil doscientas personas por isla.
―Supongo que podemos llevar a todos los de dos islas sin problema ―dijo Fadén.
―Entonces les diré cómo navegarla ¿Cuánto tiempo se llevarán?
―Cuatro días a lo mucho ―respondió Tuol.
―Bien, estaré cerca para poder llevarla de regreso con Tulipa.
Fadén se encargó de llevar solo la pikaia, el resto se embarcó en la nave de prisioneros y emprendieron el viaje de seis horas hacia las islas.
Llegaron hasta la isla de Yaol, donde apresaban a los que eran considerados traidores al imperio. Era un lugar en verdad lúgubre, el mar era negruzco y las olas chocaban con fuerza sobre la roca que elevaba la gran prisión por varios metros sobre el mar. El muelle era de madera podrida y al desembarcar, vieron una gran cantidad de horribles y enormes peces blancos con hocico puntiagudo merodeando entre la madera putrefacta.
―Son nuevos en esto ¿cierto? ―preguntó el guardia que los recibía en el muelle.
―Es nuestra primera vez trayendo prisioneros a la isla ―respondió Tuol―. ¿Qué son esos bichos?
―Tiburones chionodraco ―dijo el guarda―. Todos aquellos que intentan huir, si no mueren de hipotermia, estos amiguitos se encargan de devorarlos.
―¿Qué hacen tantos en el muelle? ―preguntó Fadén con aprensión.
―Es común cuando ven llegar un barco ―el guardia encogió los hombros sonriendo maliciosamente―, en cada embarque no falta el desesperado que busque huir, o simplemente suicidarse, ellos ya saben que una nueva remesa de prisioneros puede significar la cena.